domingo, 14 de mayo de 2017

REFUGIO

Sala: Teatro María Guerrero Autor y director: Miguel del Arco Intérpretes: Israel Elejalde, Beatriz Argüello, Macarena Sanz, Raúl Prieto, Carmen Arévalo, María Morales y Hugo de la Vega Duración: 1.30'
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no esté en cartel)

Gran escenografía de Azorín, estupendamente iluminada por Gómez-Cornejo.
Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:

BOFETADA

¿No se está entendiendo la intensidad de esta bofetada moral o es que ya no hay sopapo que nos despierte? Recordamos con horror el desprecio que los refugiados de nuestra guerra sufrieron, pero despreciamos a quienes ahora buscan auxilio. Esta familia en la que nadie está dispuesto a molestarse por el otro –bastante tiene cada uno con su minúsculo drama- se yuxtapone con total comodidad a la tragedia de un extraño sin ni siquiera olisquear un poco, fuera acaso por curiosidad, para saber qué le ha pasado. Sí, un retrato de Europa. Refugio grita contra una escala de valores que pone el exceso de azúcar en la dieta propia por encima de la muerte ajena. Como La lista de Tremblay, vista en la Cuarta Pared recientemente.


    Pero Refugio no es una excelente pieza de teatro por su altura moral, las buenas intenciones no salvan las propuestas estéticas. Lo es porque está montada con completo control de los tiempos narrativos; porque las interpretaciones encajan unas en otras con precisión quirúrgica; porque el uso de los elementos envolventes (la escenografía de Azorín, la luz de Gómez-Cornejo y la música de Vila y Wagner) es siempre de una hermosura dramatúrgicamente efectiva, sin que nada sea gratuito. El director Del Arco ha sabido contrapesar a las mil maravillas la densidad alegórica de algunos de los pasajes del autor Del Arco.

Y lo que no cabía allí:

Supongo que le pasa a todo el mundo, pero a veces me siento como un marciano, como si mis semejantes vivieran en otro planeta o mi sistema de visión fuera distinto y estuviéramos -ellos y yo- rodeados por una realidad decodificada de forma divergente. Como Predator, que en vez de percibir nuestro espectro visible captaba la temperatura (o algo así, ¿no?). Ya sé que todos tenemos vidas difíciles, que el tiempo no llega para nada y que bastante hacen millones de héroes y heroínas anónimos con sacar adelante a su prole, sobrevivir con la pensión o seguir adelante enlazando trabajos que apenas dan para alimentarse. Pero resulta que tenemos a unos profesionales especializados en analizar e intentar remediar los problemas comunes. Se llaman políticos. Y resulta que no hay ni un solo político de relieve en Europa -que yo sepa- que haya sido capaz de gritarnos a la jeta que lo peor que nos está ocurriendo ahora mismo no es el paro; no es el consumo de alcohol y drogas entre los menores; no es la discriminación por raza, género, orientación sexual o lo que sea; no es la violencia yihadista; no es nada de todo eso que llena sus discursos o que hace que se peleen entre sí. El mayor drama moral de Europa es el de los refugiados de una guerra que llegan a nuestras fronteras buscando auxilio y se encuentran alambradas, zancadillas, campos helados llenos de barro y mafias que los llevan al fondo del mar. Es repugnante por muchos motivos, pero quizá el más simple de explicar es que arreglar esa situación y organizar una atención -siquiera provisional y en barracones- al nivel de la dignidad humana costaría el equivalente del famoso chocolate del loro. Y, sin embargo, nadie es capaz de decirnos a los votantes que, si no asumimos esa responsabilidad -esa responsabilidad de, pongamos, dos euros por europeo al año, y me paso diez pueblos- confirmaremos nuestra bajeza moral y convertiremos a Europa en poco más que una llaga purulenta. Y no es que busquemos políticos hermanas de la caridad, sino que ni siquiera hay uno capaz de llegar al cálculo de que a veces es más rentable quedarse con los restos de la minoría que pegarse con otros mil para representar el egoísmo general. Como las cadenas de radio emitiendo fútbol todas a la vez, sin que ninguna apueste por quedarse con el total de quienes lo aborrecen.

El drama de los sirios que perecen a las puertas del refugio europeo ha terminado (no sé si será para siempre) con mi confianza en la política. Y me quedo perplejo, como les decía, ante la indiferencia de los demás.

Y en esto llegó Miguel.

Llevo meses esperando algún aldabonazo que sacuda las conciencias, y ha sido Del Arco el que lo ha propinado. Pero da igual, es como si nadie lo pillara. Espero que, al menos, le sirva a él para superar esa frustración de no poder hacer nada que muchos arrastramos. Yo se lo agradezco de corazón, hace que me sienta menos solo. Me enteré ayer (escribo esta frase el 20 de mayo) que Vanessa Redgrave ha dirigido un documental sobre el asunto. Otra que no ha tenido estómago para quedarse quieta.


* * *

La lista, de Jennifer Tremblay, confrontaba también una tragedia con las minucias de la vida, pero allí era una pequeña tragedia personal lo que aquí es una inmensa tragedia social. Como la protagonista de Tremblay, los personajes de Del Arco están demasiado ocupados con las miserias de todos los días para advertir lo que ocurre delante de sus mismas narices. Aunque todo ese reconcentrarse en sí mismos no les ayude a avanzar un centímetro en la superación de sus problemas. ¿O no es, precisamente, esa actitud la que los bloquea? El infierno son los otros, no cabe duda, pero la salvación, también. A riesgo de que me juzguen cruel, les diré que tengo alrededor algunas personas a las que quiero y que están perdidas en ese mundo de análisis y lamentación constante del yo, mí, me, conmigo. Personas que tienen la desgracia de no tener que cuidar de un padre anciano o de un hijo que demanda atención, o que simplemente no se ven en la necesidad de moderar las manías propias con las ajenas de un cónyuge siempre presente. Personas que terminan obsesionadas con el color de los cojines del salón, con su estado de ánimo o con el sarpullido que les ha salido en el brazo. Sólo se me ocurren dos consejos cuando me los piden: haz ejercicio y cómprate un perro enfermo. Eso es Europa: un lugar con millones de personas que no son capaces de medir los problemas propios y los ajenos, y tomar decisiones de acuerdo con la envergadura de los unos y los otros.



Yo no soy nadie para dar lecciones morales, pero Del Arco sí. Ésa es una de las funciones de los grandes artistas. Algunos grandes directores de escena saben mucho de organizar los tiempos; otros, de organizar los tiempos y los elementos visuales; otros, de reproducir las características de estilo de un género determinado; otros, de dirigir actores. Del Arco sabe hacer todo eso pero es, además, un profundo conocedor del alma humana. (Miren qué frase decimonónica me ha salido, me pasa cada vez más) En Refugio ese talento no lo exhibe sólo el director, sino también el autor. No es su primer texto, como alguien ha dicho: ya estrenó Deseo y Juicio a una zorra, y los tres son estudios sicológicos de envergadura (no conozco Youkali). Pero ese conocimiento ha brillado también en las versiones de los clásicos que ha dirigido, excepto quizá -nadie es perfecto- en ese Hamlet que lo mismo le va a valer un Max. Ya saben, los premios son a menudo absurdos y no hay quien supere en absurdo a los Max. En la terna de este año no está Incendios, pero sí Només son dones. Ver para creer.

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Básicamente, un artista es alguien que hace montones de veces lo mismo. A unos se les nota más (Vivaldi, Borges) y a otros menos (Frank Lloyd Wright, Rafael Sánchez Mazas). [Sí, los ejemplos son un batiburrillo un poco disparatado, pero a veces me divierte escribir así pensando en cuántos seguirán el hilo de lo que pienso y cuántos me dejarán por imposible. Perdonen] Miguel del Arco es más bien de los segundos (repasen la lista de sus montajes), pero me ha parecido ver, gracias a Refugio, una línea más o menos constante en sus intereses: la confrontación del individuo y el grupo. Hasta donde llego yo y dónde comienzan los demás. Qué les debo, por qué me amargan. Etcétera. Quizá por eso se ha quedado Teorema -inspiración inicial del texto, por lo que ha dicho su autor- tan lejos: por la deriva intensamente social. En Teorema lo social al fondo, pero más como referente de la alegoría que como elemento evidente de la trama dramática. Contrariamente a -diría yo a bote pronto- que en el resto de las películas de Pasolini, donde este contraste entre el individuo y la sociedad suele estar en el centro de la cuestión.
* * *
No se ha entendido la yuxtaposición -y, a veces, solapamiento- de registros, y es como decir que no se ha entendido nada, porque es el rasgo fundamental de la función. No uso "entender" en el sentido de, por ejemplo, "entender el teorema de Pitágoras", como si yo fuera el listo que lo ha entendido, sino más bien queriendo decir "compartir la apreciación de que funciona estéticamente".  Y vaya si funciona esta ensalada: realismo puro en la escena inicial del político ensayando una entrevista, realismo costumbrista hasta lo cómico en algunas réplicas de la encantadora familia del mismo político, pandurismo visual y auditivo en el monólogo de la esposa duplicada por el fantasma de la difunta mujer del refugiado y con fondo del Tristán, lirismo poético en las conversaciones entre el refugiado y el fantasma... Efectivamente, exige del espectador una notable flexibilidad de cintura para saltar de uno a otro ecosistema. Hay quien ha reprochado que las conversaciones de los refugiados en alta mar no se ciñan a lo que cabe esperar de la desesperación del momento, olvidando quizá que tampoco cabe esperar que se cruce el Mediterráneo en un sofá (que es el mueble que simula ser embarcación). O sea: que el realismo era en otro momentito. Desde luego, este planteamiento no se hubiera podido sostener sin estos intérpretes y sin las soluciones escenográficas.




Parece que todo el mundo está de acuerdo en el acierto del cubo transparente y móvil de Azorín. Yo añado que se ha usado de maravilla (menuda idea colocar encima la presencia constante de la mujer ahogada), se ha iluminado de maravilla y se ha sonorizado de maravilla, alejando la impresión auditiva de lo que ocurre dentro. El cubo me recuerda el giratorio de Deseo, como el sofá me recuerda la cama de Hamlet.

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Elejalde es mucho Elejalde. No sólo es un gran actor, me parece -de lejos, no lo conozco- el tipo de artista comprometido con la creación. Un entusiasta. Me encantó su dirección de Sótano y no me gustó La voz humana (a ver si un día les cuento), pero tengo la sensación de que hará cosas interesantes sin parar. Otra cosa que he leído por ahí es que no tendría por qué echarse a llorar en esta función. ¿Eh? ¿Cómo? ¿Qué no tiene que echarse a llorar? Hemos debido de ver funciones distintas, ¿qué más tiene que pasarle a alguien para que llore? Lo raro sería que no lo hiciera.

Raúl Prieto está superlativo, y que conste que es un hombre que no siempre me ha convencido. Pero su trabajo fue más fuerte que mis reparos en Antígona, y ahora sale airoso del comprometido trance de estar ahí en medio como ausente mientras los demás se desgañitan. No es fácil no parecer idiota. Es la viva imagen de la angustia. María Morales se ha ganado un puesto en mi álbum de favoritas: Como si pasara un tren, La distancia, Todo el tiempo del mundo. Beatriz Argüello y Macarena Sanz ya estaban en ese álbum (si pinchan sus nombres les salen las entradas que las mencionan en el blog, con ésta en cabeza), y la abuela (Carmen Arévalo) y el nieto (Hugo de la Vega) las dan todas en su sitio. No se puede pedir más, termino repitiéndome: creo que no se ha entendido bien. Yo le puse cinco estrellas.

P.J.L. Domínguez
 
 P.S. Olvidé mencionar una excepción relevante a ese "no se ha entendido bien". Ordóñez anunciaba al pie de su crítica de La ternura que pronto se ocuparía de esto, pero adelantaba: Una función furiosa y valiente, un diagnóstico actual que juega con tonos y ecos (la velocidad y la lucidez de Sorkin, el vuelo de Koltès, la desolación de Pasolini) y donde todo se combina a la perfección: la puesta, la luz, la escenografía, con un reparto brillante (Carmen Arévalo, María Morales, Macarena Sanz, Beatriz Argüello, Hugo de la Vega), encabezado por Israel Elejalde y Raúl Prieto.
 
          

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