lunes, 10 de diciembre de 2012

LA CENA DE LOS IDIOTAS

Sala: Teatro Reina Victoria Autor: Francis Veber Director: Juan José Afonso Intérpretes: Agustín Jiménez, Josema Yuste, Félix Ávarez “Felisuco”, etc. Duración: 1.55' Información completa (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)
ATENCIÓN: Esta crítica se escribió en 2010. La producción ha sufrido variaciones, por ejemplo de elenco.   

Comedia de éxito universal, no parece que el tiempo haga perder a La cena de los idiotas el favor del público: mi función estaba abarrotada. No hay peligro, a estas alturas, de desvelar a nadie la trama, así que puedo contar que un individuo culto, acomodado y con pocos escrúpulos, pesca a un idiota al que quiere convertir en el objeto de burla de un grupo de amigos dedicados a esta actividad poco edificante. Olvidando una de las leyes fundamentales de la estupidez humana de Carlo Maria Cipolla (irrefutables y definitivas, cuya consulta recomiendo a quien no las conozca): las personas inteligentes subestiman siempre el potencial nocivo de las personas estúpidas. Aun señalando que el tipo de idiota de la función no se corresponde exactamente con el “estúpido” que define Cipolla.

Felisuco, David Fernández y 
Josema Yuste.
La brillantez del texto estriba en que, naturalmente, todo el mundo se identifica con el idiota (excepto, supongo, algún sicópata). Por muy listo que se crea uno, ahí en el fondo sabe cuántas veces en la vida ha hecho el canelo. Y, además, este idiota bonachón y encantador no se merece la que le están jugando. El conflicto no se pierde de vista un segundo en una obra que, además, está escrita con enorme sabiduría teatral. Un bombón para quien sepa aprovecharla.

Afortunadamente, está Agustín Jiménez para soportar con brío todo el peso de la función. Yuste y Felisuco son más humoristas que actores. Es una opción legítima y ambos cumplen: Yuste contenido, dejando juego al idiota, y Felisuco apayasado, con momentos felices. El potencial del texto daría para mucho más pero, a pesar del grave lastre del resto de secundarios, y de que se echa de menos un pulso de dirección más firme, el resultado es agradable y todo el mundo pasa un buen rato.
  P.J.L. Domínguez