miércoles, 12 de julio de 2017

EL PRÍNCIPE Y LA CORISTA

Sala: Teatro Cofidis Alcázar Autor: Terence Rattigan (versión de Daniel Castro) Directora:  Pilar Castro Intérpretes: Javivi Gil Valle, Lluvia Rojo, Bruno Lastra, Marta Fernández Muro, y Brays Efe Duración: 1.40' 
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)


Bruno Lastra, Javivi Gil Valle y Lluvia Rojo.
Una alta comedia a la inglesa disfrazada de opereta. Tan disfrazada de opereta que, cuando Laurence Olivier dirigió la versión cinematográfica, le cambió el título (originalmente The sleeping prince, más bien de cuento de hadas, "fairy tale" dice la portada de la primera edición) por éste, calcando esos pares de términos inconciliables que tanto le  gustaba yuxtaponer al género: si había barón era gitano, si había viuda era alegre, si había princesa lo era del dólar o de la zarda, si había duquesa venía de Chicago. El título refleja exactamente lo que sucede en el escenario: el encuentro entre un príncipe balcánico, rancio (en la primera acepción del término) representante de la aristocracia europea, y una muchacha que trabaja en el teatro, fresca, ingenua y encantadora. Hasta ahí la opereta. Digamos, de paso, que los Balcanes fueron siempre muy operetescos: ofrecían posibilidades inagotables de ubicación de estados fantasmagóricos regidos por primos de la monarquía imperial austro-húngara en todos los grados. Hasta Tintín aprovechó el filón en El cetro de Ottokar (que sucede en Syldavia, por donde pasó luego La Unión).  

Digo hasta ahí, y digo que la cosa está sólo disfrazada, porque los personajes no son caricaturas. O, al menos, no lo son hasta el punto que deben serlo en un género como la opereta, mitad cantado y obligado por eso a reducir considerablemente la longitud del texto. El Regente es un hombre deshumanizado por el ejercicio del poder. Ella, una chica con las ilusiones intactas. Hay suficiente texto como para desarrollar unos caracteres perfectamente acabados, y si no que se lo digan a Marilyn y Sir Laurence. Alguien ha decidido dirigir esto como si fueran las Matrimoniadas de José Luis Moreno, y a freír churros toda la sutileza, el ingenio, los matices y hasta la mala leche que Rattigan -un epígono de Óscar Wilde y de Bernard Shaw- era capaz de desplegar en una comedia. Lo que queda es aburrimiento, porque para una dirección de sal gorda hace falta un texto de sal gorda. Mucha gesticulación, mucha parodia, poco teatro.

Cada uno se salva como puede, echando mano de sus recursos humorísticos. Cumplen, con una notable excepción. Brays Efe estaba sembrado en Paquita Salas. Olviden ese Brays. Hunde la función cada vez que abre la boca.
P.J.L. Domínguez
          

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