Sala: Teatro Lara Autores: David Barrocal y David Oliva Director: David Barrocal Intérpretes: Ángeles Martín, Alberto Amarilla, Juan Dávila, Alicia Ledesma y Jack Jamison Duración: 1.40'
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)
Otra de ésas que subrayo semana tras semana en la cartelera de la Guía del Ocio y que se me van sin que me dé tiempo a verlas. Con ésta, faltó poco. La vi el martes pasado, y sólo le queda la función del próximo. Una pena, porque me hubiera gustado recomendarla a tiempo. Me producía curiosidad lo de Ángeles Martín y Alberto Amarilla, pero llegan los treinta y nueve grados, mis neuronas se comportan como si vivieran en una de esas sopas chinas que uno se monta con un euro y agua caliente, y se me va a freír churros todo el excel de organización vital que debería permitirme ir un martes al teatro sin que me saltara el encaje de bolillos por los aires. Vaya frase de seis líneas que acaba de salirme. Y espontánea.
La misma intuición que me advertía a gritos de que Briefs tenía que ser un espanto me susurraba que Buffalo podía esconder alguna sorpresa. La esconde. (Mi intuición acertó las dos veces, aunque tampoco la vamos a mitificar, me suelta a menudo coces memorables). Esconde una bonita historia, bien escrita. Todos los comentarios que encuentren por ahí utilizarán la palabra "perdedores", y lo cierto es que resulta difícil contarles de qué va la historia eludiéndola. Pero me rebelo. Esto de los perdedores y los ganadores ya me ponía los pelos como escarpias cuando nadie lo usaba por aquí, pero lo oíamos en las películas americanas. Puritita ideología de lo que entonces llamábamos imperio. Pero las palabras no se usan porque sí, ¿se estarán instalando ahora porque nuestra sociedad se parece cada vez más a la americana y resulta facilísimo clasificar a la gente en uno de los dos grupos al primer golpe de vista? Mira, un ganador. Mira, un perdedor. Sin matices ni clases medias.
Paso, no puedo acostumbrarme. Por el simple motivo de que no hay ganadores. No conozco ni uno. Aquí no gana nadie, nadie se libra de la viscosa condición humana, que nos hace arrastrar a todos -de Manolo el del bombo a las Kardashian- una pesada carga de sufrimiento que nos hace radicalmente iguales. Y, de paso, hermanos. Todo esto se ha convertido en una retórica anticuada y aburrevacas, pero antes o después regresará con ropajes nuevos. O eso espero.
Pero volvamos a Buffalo. Sí, son cuatro perdedores Admitamos la terminología, al menos para un uso muy específico: para etiquetar a estos personajes a los que el fracaso se les nota incluso por fuera, a diferencia de quienes conseguimos esconderlo, mal o bien, por dentro. Buffalo tiene bastante tela narrativa: hay que explicar el pasado de cada uno de los cuatro y la peripecia presente. Barrocal y Oliva se las arreglan para cortar toda esta tela sin que las explicaciones canten la Parrala. O sea, sin que sea evidente que lo que los personajes se cuentan unos a otros es, en realidad, para que lo oiga el espectador. Les parecerá de primero de escritura dramática, pero es un error frecuentísimo. Lo hacen adhiriéndose al topos literario del grupo de gente sencilla y entrañable que se une en causa común (el country, en este caso) y vence contra todo pronóstico. Incluso al subtopos (toma) en el que se presentan a un concurso. Lo hemos visto docenas de veces en los telefilmes americanos y las españoladas del cine patrio. Lean todo esto como simple descripción y, en ningún caso, como censura. Hay quien cree que encontrarle la adscripción a una creación artística es rebajar su mérito. Residuos del vanguardismo mal digerido.
Buffalo tiene texto para una sólida comedia entre el sentimiento y la risa. También para el dibujo de unos personajes con los que resulta muy fácil empatizar. Otra cosa es la dirección, que se queda corta cortita. Muy poca imaginación, muy poco estilo, unas transiciones en las que sólo falta alguien con un cartel que rece CUADRO TERCERO, intérpretes dejados de la mano de Dios. Ángeles Martín está como uno espera cuando va a verla: estupenda, con un personaje reciamente construido que es la columna vertebral de la función. Lo que lleva detrás de tanta palabrota y tanto casticismo adobado con acento de Wiyoming se le adivina con un par de miradas. Carácter, garbo, entusiamo interpretativo. Yo diría (aunque esto nunca se sabe y es sólo una opinión) que ha debido de montárselo todo solita. Igual que Alberto Amarilla, del que sigo creyendo, como cuando hizo Lúcido, que probablemente lleva dentro un gran actor. Ni En la ciudad borracha ni aquí ha encontrado quien sepa llevarlo de la mano, pero lo que hace es suficiente para que se advierta el talento en la luz que se escapa entre las grietas. A veces, el talento del intérprete se adivina por lo que no pasa, más que por lo que pasa, y en Buffalo hay algunos momentos que, con un actor con menos intuición, se caerían estrepitosamente. Amarilla los salva. Alicia Ledesma, a la que nunca había visto, y Juan Dávila están un poco más verdes, aunque este último bastante mejor que en Todo irá bien. Es reconfortante que la gente progrese.
En conjunto, y a pesar de los mandobles que acabo de soltar en el párrafo anterior, Buffalo hace pasar un buen rato. Es entretenida y simpática, muy por encima de mucha comedia joven que rueda por el off y que maldita la gracia. Cuando, finalizada la función, miré al reloj convencido de que habrían pasado los setenta y cinco u ochenta minutos de rigor, comprobé pasmado que dura una hora y cuarenta. ¿Saben que significa eso? Que me divertí. El country, y la voz de Jack Jamison, ayudan.
Buffalo tiene texto para una sólida comedia entre el sentimiento y la risa. También para el dibujo de unos personajes con los que resulta muy fácil empatizar. Otra cosa es la dirección, que se queda corta cortita. Muy poca imaginación, muy poco estilo, unas transiciones en las que sólo falta alguien con un cartel que rece CUADRO TERCERO, intérpretes dejados de la mano de Dios. Ángeles Martín está como uno espera cuando va a verla: estupenda, con un personaje reciamente construido que es la columna vertebral de la función. Lo que lleva detrás de tanta palabrota y tanto casticismo adobado con acento de Wiyoming se le adivina con un par de miradas. Carácter, garbo, entusiamo interpretativo. Yo diría (aunque esto nunca se sabe y es sólo una opinión) que ha debido de montárselo todo solita. Igual que Alberto Amarilla, del que sigo creyendo, como cuando hizo Lúcido, que probablemente lleva dentro un gran actor. Ni En la ciudad borracha ni aquí ha encontrado quien sepa llevarlo de la mano, pero lo que hace es suficiente para que se advierta el talento en la luz que se escapa entre las grietas. A veces, el talento del intérprete se adivina por lo que no pasa, más que por lo que pasa, y en Buffalo hay algunos momentos que, con un actor con menos intuición, se caerían estrepitosamente. Amarilla los salva. Alicia Ledesma, a la que nunca había visto, y Juan Dávila están un poco más verdes, aunque este último bastante mejor que en Todo irá bien. Es reconfortante que la gente progrese.
En conjunto, y a pesar de los mandobles que acabo de soltar en el párrafo anterior, Buffalo hace pasar un buen rato. Es entretenida y simpática, muy por encima de mucha comedia joven que rueda por el off y que maldita la gracia. Cuando, finalizada la función, miré al reloj convencido de que habrían pasado los setenta y cinco u ochenta minutos de rigor, comprobé pasmado que dura una hora y cuarenta. ¿Saben que significa eso? Que me divertí. El country, y la voz de Jack Jamison, ayudan.
P.J.L. Domínguez
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