viernes, 8 de julio de 2016

EQUUS

Sala: Arte & Desmayo Autor: Peter Shaffer (versión de C. Martínez-Abarca) Director: Carlos Martínez-Abarca Intérpretes: Juanma Gómez, Natalia Fisac, Sergio Ramos, Pablo Méndez, Magdalena Broto, Roberto González, Íñigo Elorriaga, María Heredia y Cristina Arranz (en vídeo)  Duración: 1.55'
Información práctica (el enlace no operativo puede significar que no está en cartel)

No encuentro ninguna foto que dé idea del aspecto escenográfico.

Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:

El fallecimiento de Peter Shaffer encuentra a Madrid con la que es su pieza más famosa, junto a Amadeus, en cartel. La relevancia mundial de Equus, un clásico contemporáneo, permite pensar que su escasa presencia en nuestro país se deba a la larga sombra del estreno dirigido por Manuel Collado en 1975 y al eco de aquella convulsión social en los últimos estertores de la dictadura.  

    La pieza mantiene intacta una enorme capacidad turbadora. Partiendo de un suceso real –un muchacho que ciega intencionadamente a varios caballos en un inexplicable acto de crueldad- Shaffer armó un relato que contrapone el orden apolíneo de las vidas civilizadas a las fuerzas dionisíacas de la sexualidad y la comunión con la naturaleza. El siquiatra que trata al joven se encuentra obligado a comparar la extrema intensidad de las experiencias de su paciente –fuente de sufrimiento pero también de goce- con la insatisfactoria mediocridad en la que vive.


    Carlos Martínez Abarca supera el viento en contra de un elenco muy desigual apoyado en una escenografía que él mismo firma y en el espléndido trabajo de Juanma Gómez en el papel central del siquiatra. El montaje vence en este pulso por imponer al espectador –sentado a tres metros- una historia que, sin dirección firme, puede descarrilar con facilidad en lo estrafalario. 

Y alguna cosilla que no cabía allí:

1.- A los más jóvenes les costará entender el revuelo que Equus produjo en 1975... ¡porque se desnudaban! A mí mismo me cuesta entender mi propia reacción de perplejidad ante alguna foto que creo recordar haber visto vaya usted a saber en qué revista de la época. ¿Se imaginan la que tuvo que armarse para que se enterara perfectamente un niño que vivía a quinientos kilómetros de Madrid? Los seres humanos tenemos la memoria emocional frágil, y ahora es muy difícil hacerse idea del tabú que suponía el cuerpo desnudo hace solo cuarenta años. Es algo que conviene rumiar cuando los tabúes de otras sociedades nos parecen extraterrestres. Como ven, esas limitaciones pueden saltar en pedazos en sólo una generación.

[Nota histórica: el elenco de la versión del 75 es im-pre-sio-nan-te. Margot Cottens, José Luis López Vázquez, María José Goyanes, Juan Ribó, Ana Diosdado...]

Goyanes y Ribó en el estreno en España.

Desaparecido el tabú del desnudo (no totalmente, desde luego, el Supremo acaba de establecer que las administraciones pueden prohibirlo en las playas), lo que queda de la pieza es muchísimo más turbador. Nada menos que un cara a cara con nuestra naturaleza salvaje. No voy a extenderme sobre esto, uno de mis asuntos favoritos, porque nos da Pascua florida del 2017. Uno de los legados de nuestra historia cultural que más nos va a costar quitarnos de la espalda es el que niega nuestra naturaleza animal. Cuando decimos "los animales..." siento lo mismo que los ciudadanos de fina sensibilidad españolista cuando oyen decir "los españoles..." a un catalán. Somos tan animales como un pato o una vaca, y todas (TODAS) las diferencias que tenemos con ellos son de grado, no de esencia. Hemos ido aferrándonos desesperadamente a esto o a aquello para distinguirnos: no hablan (me troncho, hasta las abejas se comunican, por no explayarnos sobre los primates), no conocen la risa (díganselo a cualquiera que tenga perro), no son capaces de entender el lenguaje simbólico (busquen un poquito en red sobre experimentos de este tipo)... En fin. Lo más bonito de estos esfuerzos es el inventazo del concepto de INSTINTO, jocosamente análogo al éter que todo lo arreglaba. Durante milenios, los seres humanos no hemos soportado ser más inteligentes que el resto de los animales, pretendíamos ser los únicos que poseyeran esa cualidad. Y, como es una realidad palmaria que ellos también analizan la realidad y toman decisiones, nos inventamos una especie de mecanismo automático que se lo permitía. Creando, paradójicamente, la peligrosísima idea (peligrosa para quienes siguen ahí instalados) de que son posibles conductas complejas sin libre albedrío. De ahí a negar el nuestro había un paso, franqueado hace tiempo. El famoso tiro por la culata.

Estas cosas tienen lo que tienen. Miren las dos primeras acepciones del término INSTINTO en la RAE:
1. m. Conjunto de pautas de reacción que, en los animales, contribuyen a la conservación de la vida del individuo y de la especie. Instinto reproductor.
2. m. Móvil atribuido a un acto, sentimiento, etc., que obedece a una razón profunda, sin que se percate de ello quien lo realiza o siente.
Dos acepciones radicalmente opuestas: "pautas de reacción" y "razón profunda". Es lo que tiene ponerse a fabular, que termina uno en la contradicción. Los telediarios mostraron anteayer unas imágenes de unos hinchas rusos que acudían a la carrera para patear la cabeza de un inglés tendido en el suelo y otras de un grupo de burros que lloraban desconsolados por un congénere muerto. ¿Alguien en su sano juicio cree que un observador externo (el famoso marciano obejtivo) nos colocaría en categorías separadas?

[Nota importante: dicho todo esto, no soy de los que creen que los derechos de los animales sean equiparables a los nuestros. Claro que las diferencias son sólo de grado, pero son enormes. Quienes crean que no somos animales, pueden dormir tranquilos en lo que a mí respecta. No pienso otorgarles el voto]

La versión de Compañía Ferroviaria, por Paco Macià. Quizá la única de carácter profesional que se había visto en España desde 1975. He dicho quizá.

2.- Volviendo a Shaffer, es cierto que la oposición planteada en Equus es bastante primaria. No hay mucho matiz entre el civilizadísimo y autocontroladísimo siquiatra y el muchacho que ha dado rienda suelta a las pulsiones reprimidas por una madre hiperreligiosa entregándose a rituales de desenfreno (que recuerdan poderosamente a las bacantes desencadenadas; que la afición preferida del siquiatra sea la cultura griega no es intrascendente) con vertientes religiosa, sexual y -paroxismo final- violenta. Si el texto se hubiera quedado en la reproducción realista de lo que ha ocurrido después de los hechos (o sea, las conversaciones del médico con el paciente, su familia y la juez) no sería ni la mitad de lo que es. Lo hacen crecer las escenas que recrean esas turbadoras noches del chico con los caballos. Punto fuerte -y arriesgado- de cualquier montaje, Martínez-Abarca las ha resuelto muy bien. 

3.- No sólo ha resuelto bien eso. Les confieso que al entrar en la sala me temí lo peor. El escenario es un rectángulo reducido con gradas en los lados mayores. O sea: los intérpretes están casi pegados a las narices del espectador. La distancia metafórica (la distancia que hay de la realidad cotidiana a estos delirios equinos del chico, con unos señores que llevan mallas y máscaras de caballo) es mucho más fácil de controlar cuando ayuda la distancia física. Si me tengo que creer que estoy viendo Andrómeda, me engañan mucho mejor desde el escenario del María Guerrero que a dos metros. Pero aquí termina funcionando todo: la reducida pero acertada y aprovechadísima escenografía del propio director, la iluminación de Álvaro Gómez y la convicción con la que todo el mundo se mueve ahí dentro. Funcionan hasta los vídeos, que, como idea, podían parecer una marcianada: la enfermera se comunica con el siquiatra a través de una pantalla. Pero la enfermera es Cristina Arranz, que pone una cara de piedra tan convicente que todos nos lo tragamos. También ayudan los efectos de sonido y música.

4.- Como les decía en la crítica en papel, el elenco es muy desigual. No me voy a meter en pantanos, porque yo diría que algunos son semiprofesionales o alumnos, y no procede aplicar un rasero que no viene al caso. Natalia Fisac es la única que le mantiene el pulso en cierta medida a Juanma Gómez (cuyo trabajo es realmente admirable en esas condiciones). Lo tienen en la foto. Esta versión de Equus (y pasa lo mismo en la de Tom en la granja que ha dirigido Enio Mejía en la Cuarta Pared) viene a demostrar que un texto potente y una dirección que sabe a dónde va pasan por encima, incluso, de una interpretación justita.
P.J.L. Domínguez
          

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