domingo, 27 de abril de 2014

MISÁNTROPO

Sala: Teatro Español Autor: Molière (M. del Arco) Director: Miguel del Arco Intérpretes: Israel Elejalde, Raúl Prieto, Cristóbal Suárez, Bárbara Lennie, José Luis Martínez, Miriam Montilla y Manuela Paso Duración: 1.50' 
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)





Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:


Este Misántropo camina sostenido por dos elementos contrapesados en complicado equilibrio. En realidad, dos caras de una sola moneda. Sobre todo, una versión que se acerca al lenguaje y los asuntos de nuestro tiempo sin renunciar a buena parte de la retórica original: vemos a menudo quedarse en nada a los clásicos despojados de ella. Pero también una ambientación que funciona como una locomotora y que insufla energía constante a la dramaturgia. Escenografía, iluminación, vestuario (qué vestidazo, el de la Lennie), proyecciones y, de forma destacada, sonido, hacen verosímil la mencionada retórica en el callejón trasero de una discoteca. Gracias a una cosa, la versión, y a la otra, la ambientación, del Arco puede permitirse incrustar una poesía de Cernuda en medio de Molière –y en medio del callejón- sin que nada chirríe. Espectacularmente bien resueltas las cuestiones técnicas, que no son menores.


    Todo esto, por supuesto, sin olvidar el espléndido trabajo actoral que caracteriza a la compañía desde La función por hacer y Veraneantes. Sólo pondría algún pero a un Filinto quizá un poco sobrado de intensidad. Sin desmerecer a nadie, y menos que a nadie a Elejalde y Lennie, me quedo con la perfidia hipócrita de la Arsinoé que Manuela Paso encarna. No le hace falta abrir la boca, le basta con arreglarse un poco la blusa o el pelo para que sigamos la torcida senda de lo que piensa.

Y lo que no cabía allí:

1.- No sé si se les habrá pasado por la cabeza que Alcestes es uno de los santos patrones de los críticos. Un tipo que no está dispuesto a suavizar su opinión, por más que todas las consideraciones prácticas se lo aconsejen. Una vez me preguntó un amigo: "¿Tú por qué haces esto?"  Porque no puedo evitarlo. Porque está en mi naturaleza. Lo mismo que le pasa a Alcestes. La cosa no es ni buena ni mala en sí, es como decir que a éste le gusta el billar y aquel otro no soporta el pimiento verde. Molière presenta al personaje sin apenas consideraciones morales. No toma partido. Elianta y Filinto aprecian al tipo, pero en ningún lugar queda claro que esto de tener una boca chancla incapaz de contemporizar sea especialmente loable. Tampoco a mí, que en general tiendo a apreciar la función social de la mentira, me parece admirable en sí misma esta manía de decirle a la gente a la cara que lo que acaba de hacer es deleznable. Aunque sí creo a pies juntillas que es una función de gran relevancia. "Los críticos también se equivocan", dice el tópico. Inmenso error. Uno sólo puede equivocarse si la respuesta es indiscutible. "Dos más dos son cinco" o "Copérnico descubrió América" son equivocaciones. No es que los críticos se equivoquen, es que emiten opiniones, y su opinión no vale ni un gramo más o menos de la de una persona similarmente informada y de similar inteligencia. Que la opinión se publique o no, no aporta ninguna diferencia. ¿Dónde está su valor? Exclusivamente, en su independencia. Nadie dice lo que de  verdad opina a los creadores, si lo que cree es negativo. Prácticamente nunca. Viven rodeados de nubes de incienso. Se parecen en eso a los políticos. El valor de una crítica está en el alejamiento personal del crítico respecto al objeto criticado. Es, después, el soberano lector el que otorga mayor o menor credibilidad a la firma. Y, desde luego, todo se va al garete, todo pierde cualquier valor que pudiera tener, en cuanto el crítico establece vínculos afectivos de cualquier tipo con lo criticado. 



Todas las consideraciones que siempre rodean a este asunto están en Molière y, en esta versión, muchas de sus variaciones contemporáneas. Como cuando del Arco pone en boca de alguno de los personajes, yo diría que con profunda ironía, el reproche rey de los que un crítico suele recibir: hay crítica constructiva, pero lo que hace Alcestes es destructivo. Llevo años dándole vueltas a esto, sin encontrar una definición satisfactoria de estas categorías. Las puedo entender en lo familiar, en la pareja, en el trabajo... donde la intención puede tener su valor. No en la crítica artística. Entiendo la diferencia entre una buena crítica y una mala crítica. Habrán constatado (oh, sorpresa) que las críticas destructivas son siempre las malas (nadie ha oído hablar de una buena crítica a la que se le achacara ser destructiva, cuando, mira tú por dónde, es una categoría que yo considero abundantísima: la buena crítica destructiva, podría poner ahora mismo una docena de ejemplos). Y, además de eso, parece evidente que se pueden cargar más o menos los adjetivos. Por ejemplo, en España sería ahora mismo casi imposible publicar la citadísima “Katherine Hepburn recorrió toda la gama de emociones, de la A a la B”. Lo permitido sería algo así como "la protagonista está, quizá, un poco corta de expresión". (Vean otras frases gloriosas de este tipo citadas por Marcos Ordóñez). 

Dejemos la construcción para FCC, las críticas pueden ser positivas o negativas, inteligentes o estúpidas, crueles o suaves... pero lo único que se les puede exigir es sinceridad. Si son sinceras, construyen; es prácticamente una tautología construida sobre la definición de la crítica.


Qué-bue-nas Lennie y Paso. Vaya par de lagartas. Ana López las ha vestido
con lo que parecen emanaciones del alma de cada personaje.
En fin, estábamos con Misántropo, no sé si recuerdan. Hay un pasaje con el que me identifico tan completamente que no puedo resistirme a pensar que salga del sentimiento del propio Molière. No porque Molière se tuviera que parecer a mí, que las musas me perdonen, sino porque mi identificación me hace apreciar la nitidez con la que se dibuja la sensación, y se me antoja que tal dibujo no es posible si el autor no la ha sentido en sus carnes. Es cuando Filinto narra qué es lo único que han conseguido arrancar a Alcestes los encargados -de oficio- de calmar las querellas entre los nobles, para evitar duelos. Esto es lo que ha consentido pronunciar como excusa:

"Monsieur, je suis fâché d'être si difficile,
et pour l'amour de vous, je voudrais, de bon coeur,
avoir trouvé tântot votre sonnet meilleur". 

En traducción de andar por casa: "Señor, me fastidia ser tan difícil / y por el amor que os tengo querría, de buen grado / haber encontrado antes vuestro soneto de mi agrado". Esto es exactamente lo que yo siento a menudo cuando algo me parece horrible. No se lo crean si no quieren.

2.- La actualización de del Arco no se limita al lenguaje. Es muy habitual, y perfectamente legítimo, que las versiones de los clásicos que vemos representar pongan el lenguaje al día, o al menos retoquen las aristas más problemáticas, sin tocar el fondo de las situaciones o los personajes. Aquí no sólo se ha entrado a saco en las primeras (que se han convertido en las propias de las élites, por llamarlas algo, de nuestros días) sino también en los segundos. De ahí, supongo, el "basado libremente" del programa de mano. Me explico. Los caracteres también tienen un componente histórico, uno no es como quiere, tiene que diseñarse a sí mismo tras elegir una de las siluetas que los tiempos le presentan en su catálogo. La beaturrona de corte contemporánea de Molière, en tiempos en los que uno de los partidos que se contendían el poder era el llamado devoto, era un tipo muy característico que está reflejado con todo el vigor del estereotipo en Éliante. La Elianta de del Arco no es menos hipócrita, pero no es un personaje del XVII, sino una tiparraca adaptada a nuestro tiempo y que todos hemos conocido. Más descarada, que se permite mostrar un nivel de violencia explícita mayor que el de sus ilustres predecesoras. Esta operación se ha practicado sobre todos los personajes, con notable acierto. Quizá el menos alterado, por lo mucho que tiene de arquetípico, es el del protagonista.



Terminemos el apartado señalando la extrema dificultad, salvada airosamente, de hacer convivir estos caracteres y situaciones contemporáneos con buena parte del florido verbo original, sin que la cosa se descacharre.

3.- Situar la historia en la salida trasera de una discoteca donde se celebra una fiesta es un rasgo de genialidad. Por muchos motivos. Primero: por el contraste con el virtualmente presente entorno noble original. Exacto envés de este ambiente de ratas y orines. Segundo: por su evidente, aunque no menos efectivo, valor metafórico. Mucha élite, mucho glamour, pero ahí están todos, en el arroyo. Tercero: por su evidente aportación a la verosimilitud. Como todo el mundo sabe, en ese lugar, a esas horas, con esa gentuza, y con lo que cada uno llevará consumido, puede ocurrir literalmente cualquier cosa. Permite entrar en escena en cualquier actitud, nada será sobreactuado o inverosímil si sale uno directamente de la pista de baile por la puerta de emergencia. Cuarto: porque permite una banda sonora prácticamente continua que presta apoyo fundamental a la acción. Quinto: éste es el más importante y el más difícil de expresar. Probemos: porque todo está ocurriendo ahí mismo, a un paso, a la vez y a toda prisa. Si me apuran -ay, que me perdonen las musas- la solución es mejor que la de Molière, que tiene que enviar a sus personajes allá lejos -y que vuelvan- o hacerlos llegar de visita. Éstos están todos amontonados y revueltos justo detrás de la puerta. Si aún no la han visto, fíjense en este aspecto de la ubicación de la historia: cuanto más lo pienso, más me parece que es el punto clave del éxito de la puesta en escena.


4.- Filinto. Filinto es Raúl Prieto. Un actor excelente: estaba muy bien en la Señorita Julia de Narros, espléndido en La función por hacer, otra vez estupendo en Veraneantes... pero algo le pasa cuando no se controla. Estaba raro en El lindo Don Diego, abusando de una voz rasposa, y aquí amontona otros tics, como el de pasarse la mano por la cabeza insistentemente, como hacen algunos cuando están preocupados o nerviosos. Sí, el personaje podría hacerlo en la realidad, son de hecho gestos que uno ve a menudo en los noctámbulos que se han metido algo, pero en teatro lo real y lo verosímil se dan a veces de tortas. Recuérdenme que les hable de la hamaca de Como gustéis, que se rompe pero no se rompe, y de la distorsión que introduce. Filinto no está en el mismo registro que los demás, y eso distorsiona. Me extraña que se le haya escapado a del Arco, gran director de actores.

5.- Ya mencionaba más arriba que, de los elementos acompañantes, es el sonido el que más relevancia tiene. Demuestra Sandra Vicente, por si hiciera alguna falta, que puede ser un elemento dramatúrgico de primer orden. La genialidad de colocar el magma de la discoteca a la distancia de una simple puerta la percibimos -porque ver, no vemos nada- por el estruendo que deja escapar la susodicha cada vez que se abre. El efecto está primorosamente diseñado y, al menos en mi función, primorosamente ejecutado. No sólo subraya la verosimilitud, también escancia la acción con más rotundidad que las entradas de actores convencionales.


Montilla y Prieto.
6.- Aparte de las convenciones ya glosadas que del Arco nos hace tragar sin que casi nos demos cuenta, no hay muchas licencias: alguna cámara lenta (parecen estar de moda) y el poema de Cernuda citado en la crítica de la Guía. Un poema (Si el hombre pudiera decir lo que ama...) que, consideradas fríamente sus características, debería ser ñoño, pero que leído doscientas veces conserva la frescura de la lectura adolescente. Si alguien viene a contarme que ha visto un Molière en el que se recita a Cernuda en un callejón, lo mando a paseo. Pero para eso están los del Arco, para hacer lo que les pase por el Arco y que les quede de miedo.

Ah, perdón, le parece a uno tan obvio después de verlos, que olvidaba recalcar que Elejalde y Lennie están como para que les caigan cien o doscientos Max (¿Maxes?). Elejalde, consiguiendo no parecer el repelente niño Vicente, que es la maldición del papel. Y Lennie... en fin, lo de Lennie empieza a no parecer de este mundo. Provoca ese efecto mágico, antiguo como el teatro: sale el espectador del teatro pensando que Lennie es así, confundiéndola con el personaje. A Miriam Montilla, con esa maravillosa voz de actriz antigua, no puedo dejar de verla todo el tiempo en un Tennesssee Williams, pongamos por caso en De repente, el último verano. De Manuela Paso ya les he hablado en la crítica de la Guía, tengo debilidad por ella. 


Si me leen desde fuera de Madrid (los hay, los hay que me leen) no desesperen. Este verano, Misántropo pasará hasta por Torralba de Calatrava. Búsquenla.
P.J.L. Domínguez
          

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Ánimo, comente. Soy buen encajador.