miércoles, 15 de enero de 2014

LOS ÁSPIDES DE CLEOPATRA

Sala: Teatro Pavón Autor: Francisco de Rojas Zorrila (versión de G. Heras) Director: Guillermo Heras Intérpretes:  Anahí Gadda, Mariano Mazzei, Federico Howard, Marina Pomeraniec, Mariano Mandetta, Gustavo Pardi, Julián Pucheta, Belén Pasqualini, Carlos Sims e Íride Mockert. Duración: 1.50'
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)





Tras un despliegue mediático digno de mejor causa, ya que lo mejor que podría ocurrirle a esta producción es que pasara desapercibida, se estrenó Los áspides de Cleopatra. Les aseguro que voy a intentar ser breve y, para eso, iremos por partes.

Espantosa la música. Cada vez que entra, parece que un rayo cósmico va a introducir elementos paranormales en la trama. Como verán más abajo, al comienzo de la función este efecto se combina con unos trajes de ciencia-ficción sesentera, así que imaginen el pasmo del respetable. Primera pregunta sin respuesta: ¿No había para el técnico de sonido un sitio un pelín más discreto que el proscenio, a altura de escenario?

Espantosa la escenografía. Si sólo fuera el feo, pero útil, practicable que ven en la foto, pase. Si sólo fuera la enorme pantalla de vídeo del foro (o sea, de atrás del todo, que algunos me andan un poco flojillos de vocabulario), pase, aunque sirva para lo que sirve, que luego lo diremos. Pero, ¿qué me dicen de poner otras tres más pequeñas delante y... rodearlas de jerogíficos? Es de tan mal gusto que no creo que colara en una fiesta egipcia de Pachá. Sobre todo... ¿para qué? Segunda pregunta sin respuesta: ¿Es que la grande no basta, o es para despistar la atención de la acción principal?

Espantoso el vídeo. Espantoso e innecesario. Estilo vídeo-juego peplum.


Espantoso el vestuario. Y esto nos daría para una entrada completa. El primer y último cuadro, en los que toda la compañía sale en ropa de hacer ejercicio (camisetas, pantalones de chándal...) son en sí mismos perfectamente prescindibles (¿qué aportan?), pero quizá su gratuidad podría haberse disimulado un poco... no sé..., ¿vistiéndolos bien, por ejemplo? Van horrorosos. Luego viene ya lo de ponerlos de romanos, y aparecen las túnicas, togas o lo que sean, porque es realmente arduo remitir el despropósito a una tipología. Vean la foto y díganme si han visto alguna vez que el traje de romano (es un decir) le siente peor a alguien.


Les copio aquí al lado a Brando, no para hacer trampa (Brando es mucho Brando), sino para que recuerden gráficamente cuántas veces han visto a un noble romano con esos cortes de cuello y manga. Esperen, que les ahorro el trabajo: nunca. Claro que en el teatro pueden ir como le apetezca al figurinista de turno. Pero sólo hay dos: o haces arqueología, o la sustituyes por algo que funcione, no por estos trapos. No encuentro fotos de las faldillas del traje de soldado romano, asi que tendrán que creerme bajo palabra: mal cortadas. Una prenda que no le está mal a nadie que tenga unas piernas presentables y que han logrado que les esté mal a estos pobres muchachos. Sigamos. Como ya hemos mencionado al principio, hay unos acróbatas que dan vueltas por el escenario de vez en cuando. Tercera pregunta sin respuesta: ¿Para qué? ¿También para distraer la atención de la acción principal? En cualquier caso, sepan (lo juro por la memoria de Lope) que en las primeras intervenciones van vestidos con unos ceñidos trajes plateados, como si se hubieran equivocado y llegaran al ensayo de Perdidos en el espacio. Luego ya, no. Luego van igual de mal que el resto, pero al menos están en la misma función. ¿Por qué? Misterios de la creación.

Pero lo mejor está por llegar. Demos paso a la imagen.



Les supongo boquiabiertos, como el público del teatro. Sí, visir y trono leopardati; sí, ceñidor de oro sobre el inenarrable soutien (creo que es el término argentino) que... eso, que sostiene el ubérrimo pecho; ombligo al aire; esclava con espantamoscas polícromo; corona... Es una pena que la corona no se aprecie: una versión dorada de la corona del Alto Egipto (que le den morcilla al Bajo), con serpiente ondulante incluida. En fin, le destrozaría la imagen incluso a la mujer más hermosa del mundo. La foto podría pertenecer perfectamente a una Corte de faraón o a un Dúo de La Africana, ¿verdad? Claro, que ambas son comedias desternillantes, y resulta que esto tenía que parecer una tragedia. Una tragedia escénica, no una tragedia de vestuario. 

Espantosa la protagonista. Sí, y siento tener que decirlo. Rara vez soy tan rotundo, pero no hay manera de soslayar que Cleopatra sale a escena todas y cada una de las veces a cargarse la obra. Es bruta. No intensa, o energética, o cruel, o ambiciosa. No. Bruta, lo que se dice bruta, de gestos, de voces. Lanza un "¡Ea!" con el que el público pega un respingo. Por no hablar del verso y el acento. Esta mujer debe de ser argentina, pero se ha hecho un lío espantoso con los acentos y su verso produce un extrañísimo efecto entre Huesca y Guanajuato. Me pareció durante toda la función que iba a aparecer con dos pistolas y gritar "Pos que viva Pancho Villa", en medio de una cantilena a ratos jotesca. Tiene un cierto curriculum, así que es posible que algo le haya pasado en este montaje, nadie es perfecto.

El resto del elenco, como suele suceder en las compañías jóvenes, muy desigual. Octaviano y Lelio, al nivel de Cleopatra; algo mejor Pardi; mejor Gadda y Mazzei; a Julián Pucheta, le toca el personaje de gracioso (Caimán) que saca adelante muy bien, con tanto mayor mérito en medio de este completo desastre. También destaca Belén Pasqualini en un brevísimo papel. 

Espantosa la versión. He visto por ahí que el texto no se representaba desde el siglo XVIII. Si es así, no me extraña. Claro que por momentos brillan los fulgores del verso de Rojas Zorrila, aunque para representarse ahora precisaría arreglos de todo tipo. Recortes de pasajes reiterativos, sin duda. Pero también apaños -sean de texto, sean de tratamiento escénico- de giros de la trama que hoy en día provocan la risa del respetable. Les pongo dos ejemplos. Por un golpe de suerte, Cleopatra se entera de que el santo y seña del campo enemigo es "Octaviano". Si están un poco peces en historia, les diré que es Octavio Augusto, el fascista avant la lettre que terminó llevándose el gato al agua (como habrán visto Roma en la tele, el adolescente insoportable que les toca a todos las narices). Puede cruzar las líneas con esa contraseña, pero como aborrece a Octaviano, en vez de decir su nombre dice el de su amado Marco Antonio. Y, claro, muy mal. Pero... ¿tú estás tonta, nena? ¿Te estás jugando la vida y te confundes de santo y seña como una quinceañera? Segundo ejemplo. Cleopatra se tira al mar. Llega Antonio, se encuentra el puñal que ella ha dejado, y va y se suicida, convencido de que su amada ha muerto. Y ahora va y la tía vuelve; se lo encuentra muerto, y se suicida a su vez. No, nada que decir contra una trama santificada nada menos que en Romeo y Julieta. Pero, ¿ustedes creen que el asunto puede solventarse con UN verso? El regreso de Cleopatra se explica con "fingí que al mar me arrojaba" (cito de memoria), y hala, ya está, deje usted suspendida su incredulidad. El público de mi función se tronchó, porque además el verso se suelta mientras la faraona se sube, bruta ella, al practicable desde atrás, como si volviera del mar a gatas. En 2014 esto no se puede representar así.

¿Se salva algo? Sí: UNA escena. La de Pucheta y Pasqualini, en la que una egipcia con los instintos desatados tras la abstinencia impuesta por las leyes de Cleopatra, da con Caimán en su paroxística búsqueda de hombres. Están muy graciosos, los tienen aquí abajo (Pucheta vestido por su peor enemigo).




No les digo que no vayan. Yo lo pasé pipa. Basta entrar pensando que van a ver una parodia del teatro clásico, y se mueren de risa.
P.J.L. Domínguez
           

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