sábado, 18 de enero de 2014

EMILIA

Sala: Teatros del Canal Autor y director: Claudio Tolcachir Intérpretes: Gloria Muñoz, Malena Alterio, Alfonso Lara, Daniel Grao y David Castillo. Duración: 1.30'
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)

Muñoz, Alterio, Lara y Castillo.

Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:

Tolcachir deslumbró, en La omisión de la familia Coleman, con su maestría en el manejo de un complicado procedimiento constructivo: la sensación inicial de confusión se desvanecía una vez que el espectador armaba el rompecabezas con la información completa. Retrospectivamente, todo lo ocurrido era perfectamente realista, por bizarro que hubiera parecido. Emilia es un paso adelante respecto a la trilogía entonces iniciada. Casi desaparecen los chispazos de comedia y en el drama / melodrama de esta nueva familia desestructurada abundan las licencias: diálogos y actitudes que se desvían del realismo, subrayados por la fantasía escenográfica.


  La fuerza de impacto de este doble creador, que perdió empuje en Todos eran mis hijos, su primer montaje con actores españoles, se recupera tanto en el texto como en la puesta en escena, en la que brilla la mayor virtud que puede poseer un director: el sentido del ritmo. Ha sabido dar también con un elenco que casi me atrevería a calificar de inmejorable. Los cuatro papeles centrales son complicadísimos, forzosamente intensos pero obligados a detener su intensidad a un centímetro de pasarse de vueltas. Los cuatro están soberbios, aunque no puedo dejar de decir que Gloria Muñoz demuestra, otra vez, que es una de nuestras mejores actrices. El quinto, Grao, cuyo papel es el más natural, no desmerece. Gran función.

Y lo que no cabía allí:

1.- Si no las vieron, recuerden los títulos, por si alguna vez les pasan cerca: La omisión de la familia Coleman, Tercer cuerpo, El viento en un violín. Si no las vieron, lo siento por ustedes. Produjeron en Madrid una violenta conmoción y enorme admiración por Tolcachir. Desde luego, no todo el mundo compartió mi opinión sobre Todos eran mis hijos (estuvo nominada al Max al mejor espectáculo, aunque a menudo eso quiera decir bastante poco, como pasa con cualquier premio), pero a mí me pareció que la radical diferencia de estilo entre sus habituales de Timbre 4 y los actores españoles -y eran dos monstruos de la categoría de Gloria Muñoz y Carlos Hipólito- pudo con su capacidad de adaptación. No era una mala función, desde luego, pero estaba muy lejos de la trilogía. Emilia recupera mucho de esa energía que nos maravilló.


2.- Lo que en la Guía del Ocio he llamado "fantasía escenográfica" es una preciosidad cuya autoría los créditos reparten entre Elisa Sanz y Gonzalo Córdoba Estévez. No encuentro fotos que muestren con claridad los dos amasijos de muebles colgados sobre el escenario. En ésta aprecian algo, pero el resultado no es tan hermoso como en el teatro, pinchen y la verán más grande. El efecto es, además, perfectamente coherente con la atmósfera levemente inquietante e incomprensible que domina la pieza.

3.- Leo por ahí a Tolcachir que su primera intención era, con Emilia, reflejar el más incondicional de los amores. Estoy de acuerdo con él: el de cuidar a un niño sin ninguna garantía de mantener la relación en el tiempo es el amor gratuito por excelencia, el que no espera nada a cambio. Recuerdo a una señora que me daba piedras de Lourdes (unos caramelos que quizá alguno de ustedes recuerde) en la que, ya de niño, advertía la excepcionalidad de su interés por mí. Todos hemos conocido alguna de esas maestras entregadas a cientos de niños, conscientes de que serían olvidadas en cuanto llegara la pubertad. Y la historia de amor más triste del mundo (al menos de mi mundo) va de esto. En el pueblo de mis abuelos, una señora soltera se quedó dos huérfanos, calculo que allá a principios del siglo XX. Dedicó su vida a criarlos. Se mató a trabajar para sacarlos adelante. Se hicieron mayores y se fueron a América, prometiendo escribir, volver... Nunca volvió a saber nada. Nada de nada, ni una sola carta. Tengo que preguntar a mis tías cómo se llamaba esa mujer para dejar aquí, al menos, memoria de su nombre. Snif. Así es el amor de Emilia: ella está dispuesta a dar cualquier cosa a Walter, aunque él no le dé ni un vaso de agua.

4.- Malena Alterio. ¿Alguien la ha visto mal alguna vez? Yo no. La recuerdo prácticamente perfecta, y muda, en la Madre coraje de Vera. O en Los hijos se han dormido (La gaviota) de Veronese. Aquí había que estar ida sin estar zumbada, un matiz delicado conseguido con virtuosismo. Alfonso Lara. A su personaje, y al niño, les pasa algo que a todos nos pasa en mayor o menor medida. Quiere mantener a toda costa lo mantenible y lo no mantenible, el dolor del amor lo lleva hasta la violencia. Otra de matices: hay que estar intenso sin sobreactuar. Prueba superada. David Castillo. Hizo de un niño de muy corta edad en la fantástica Munchhausen de Salva Bolta, salvando admirablemente ese horrendo peligro de terminar como en El chapulín colorado. Aquí hace también de un chico de menor edad de la que tiene. Está anunciando a voces el gran actor que va a ser un día, me parece que hay pocas dudas. Y esto habla bien de mucha gente. En primer lugar, de él mismo. Pero también del entorno familiar de este niño que hizo millones de capítulos de Aída en edad escolar, y del entorno profesional de la serie, que le ha hecho amar en serio la profesión. En otros lugares, ya son ex-toxicómanos a esta edad. Daniel Grao tiene la única escena contrastante, con Castillo, y un papel más realista. A Javier Vallejo le ha parecido un soplo de aire fresco y de tensión verdadera. A mí, por el contrario, me pareció la más complicada, precisamente porque se sale del registro general de la función. Se salva porque ambos mantienen la convicción, si no el patinazo estaba a centímetros. Respecto a Gloria Muñoz, no hace falta que diga nada más: denle el Nacional de Teatro o algo parecido.

En fin. Vean Emilia. Angustiosa, ¿eh? Pero preciosa.
P.J.L. Domínguez
           

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