viernes, 18 de octubre de 2013

EL CABALLERO DE OLMEDO

Sala: Teatro Fernán-Gómez Autor: Lope de Vega Director: Mariano de Paco Dirección estética: Felype de Lima Intérpretes: Javier Veiga, Marta Hazas, José Manuel Seda, Enrique Arce, Encarna Gómez, Jordi Soler, Andrea Soto y Alejandro Navamuel. Duración: 1.25' 
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)

Marta Hazas y Javier Veiga. Detrás, los toros, las lanzas y los dramáticos
efectos de iluminación.
ATENCIÓN: ÉSTA NO ES LA CRÍTICA DE EL CABALLERO DE OLMEDO QUE DIRIGE LLUIS PASQUAL EN 2014. LA TIENEN EN ESTE ENLACE.

A veces esto está bien, aquello está bien... y el conjunto es para salir corriendo. Bueno, empecemos por lo que es evidente que no funciona. El vestuario está, más que de El caballero de Olmedo, cerca de Juego de tronos: con todos esos cuellos de piel, parece que Ned Stark, el señor de Invernalia, va a aparecer en cualquier momento. Les pongo una foto, por si no lo tienen en mente.


El héroe se sostiene con la túnica (o como se llame) puesta; cuando se la quita, el jubón (o como se llame) le ciñe a la cintura la gonela (o como se llame), que se le acampana y le da un curioso aire a Las labradoras de Murcia, o similar. La heroína, un poco damisela encerrada en la torre, toda de blanco con ancho cinturón dorado; en fin, podría pasar. La que no pasa es la pobre Fabia, que mientras hace de sí misma parece que ha salido de un catálogo de tejidos distinto al resto, y que cuando comparece como virtuosa maestra de la falsa vocación de Doña Inés, ¡oh, sorpresa!, resulta que se ha escapado de un desfile de Agatha Ruiz de la Etc. y lleva un corazoncito tridimensional cosido en el pecho. Como lo oyen. Rojo.

En fin, repasado el vestuario, vamos con lo que estaría bien si no lo tuviéramos que ver todo junto. La escenografía, bien, da juego. Fíjense que, por una vez, casa hasta con el maldito escenario del Fernán-Gómez. Les pongo una foto en la que se aprecia que consiste en una simple tarima escalonada (los actores no paran un momento y no se tropiezan nunca; no es poco mérito). La foto está ahí no sólo por ese motivo. Está también para que aprecien el fondo, el desparrame de luz roja, los toros (!) y las lanzas. Paciencia, ahora vamos con todo. El fondo es una tela muy arrugada que se ilumina desde abajo para conseguir todo tipo de efectos dramáticos. Aquí la ven iluminada en rojo, en la imagen de arriba del todo algo ven de la fase azul. En la que sigue, aprecian bien de qué se trata.


La  música es, nada menos, que de Tomás Marco. Música "original" dice el programa de mano. Si es así, se trata de un alarde de producción. Hermosa en sí misma, colocada casi todas las veces como quien le pone a un Cristo dos pistolas.

Es evidente que la iluminación, de Fischtel, se ha cuidado hasta el extremo, tanto al sacar partido de ese fondo, como en el innumerable rosario de efectos que se suceden. Por ejemplo: ante determinados hechos, la acción se congela, Fabia gesticula de forma abracadabrante y, zas, efecto de luz. El maligno anda suelto y tal. No hacía ninguna falta.

No menos habilidad se ha desplegado en la utilería: primorosas máscaras de toro que los actores se ponen cuando no les toca escena. Y lanzas. Omnipresentes lanzas. No están mal cuando el texto pide una verja, por ejemplo. El resto del tiempo molestan bastante. Molestan tanto como las primorosas máscaras de toro, el fondo, la excelente música, los millones de efectos de trabajada iluminación, las idas y venidas sin cuento de los actores sin parlamento arriba y abajo por los escalones (y por detrás), la madeja de lana roja, la cinta roja, la tela roja (ya lo hemos entendido, por Dios) y, ya está dicho, el vestuario de Juego de tronos. El conjunto es horroroso, y cualquier cosa menos El caballero de Olmedo. Cuidado, que para gustos se hicieron los colores (también el rojo), y puede que haya quien vea esto perfecto. A mí me parecía oscilar entre puesta en escena de tragedia griega en los setenta (Minotauros y lanzas que baten el compas) y vestíbulo de discoteca en los ochenta (telas iluminadas desde abajo).

Aquí ven las máscaras de toro y, en parte, el efecto acampanamiento de la gonela
del protagonista. A ratos es peor. Juraría que en mi función llevaba un juboncillo que terminaba en la cintura, pero puedo equivocarme.Ven también dos caballeros de Invernalia detrás.



Esto de amontonar todo tipo de elementos incongruentes lleva a un par de situaciones grotescas con los toros. En una, los hombres pelean mientras las bestias observan. El efecto es cómico. En otra, la separación de la pareja se simboliza con un grupo de toros en medio, que se van incorporando a medida que la pareja se va separando. Cómico. Claro, que no menos arbitrario es el inicio, en el que Fabia recorre el escenario dando vueltas en las manos a la madeja de lana mientras repite "que de noche le mataron al caballero / la gala de Medina, la flor de Olmedo". Esto también se repite a coro por todo el elenco como un millón de veces. El paseo de Fabia recuerda (gracias a los dioses, es más corto) a aquel horrible inicio del Tito Andrónico de Animalario. El espectador no puede dejar de pensar: "pero si ya sé lo que va a ocurrir exactamente hasta que termine el recorrido". 



Por resumir lo dicho hasta ahora, ésta es una función completamente arruinada por los elementos ajenos a la interpretación. De uno en uno, y para otra pieza, podrían ser hasta hermosos. Todos juntos y en Olmedo, un desastre. ¿Hay interpretación? Bueno, algo queda, entre iluminación dramática y utilería bovina. ¿Y cómo va? Pues entre nubes y claros. Las dan todas en su sitio Jordi Soler y Andrea Soto, papeles breves. A los protagonistas (que estaban estupendos en Amigos hasta la muerte) se les adivina la loable intención -me parece- de intentar un registro más bien ligero, sin melodrama. Hay momentos en que el verso fluye liviano de esa manera, pero la cosa no cuaja. A Fabia la ponen a hacer de todo, y hace lo que puede, pero se desquita en el rato del fingimiento, que coloca de perlas con corazoncito de trapo y todo. Entregados Arce y Seda, más flojo el compañero de fatigas de este último.

P.J.L. Domínguez
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