miércoles, 24 de abril de 2013

PODER ABSOLUTO

Sala: Teatro Bellas Artes Autor y director: Roger Peña Carulla Intérpretes: Emilio Gutiérrez Caba y Eduardo Farelo Duración: 1.15'
Información práctica: (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)


"¡Qué mala...! ¡Pero qué mala soy!" ¿Les suena de algo? Sí, era la Bruja Avería. Si quieren oírla otra vez, pinchen aquí. Nadie cuenta lo malo que es, excepto en las fábulas infantiles y las películas de gángsters. Hitler estaba convencido de ser el redentor de Europa, ¿para qué más ejemplos? Bueno, uno más: hace dos días vi a Marujita Díaz en la tele diciendo "Oye, que yo soy buena persona" (cosa que no pongo en duda, pobre mujer, al lado de Adolf en este párrafo; pero su asesor de imagen debería aconsejarle evitar ese tipo de frase). Prueben a decirle a un niño que es muy malo, ya verán cómo se pone. No puede soportarlo. Los adultos, tampoco. Hasta el más repugnante cínico se escuda en el si no lo hago yo lo hace otro, en el tampoco es para tanto... Metan en el saco a violadores, pederastas o lo que se les ocurra. ¿Es que no creo en el arrepentimento? Sí, pero hay un abismo entre fui malo y soy malo (fíjense en que los personajes literarios que presumen de cínicos o de moral relajada, suelen ser al final los más decentes, y estoy pensando en Philip Marlowe y en Boule de suif).

Marujita Díaz: "Soy
una buena persona".
Esto en la vida real. En el teatro ya, ni les cuento. Por definición, en el teatro son las acciones las que deben decirnos cómo son los personajes. Incluso las acciones narradas: hice esto y aquello. Pero no hay, como en una novela, un narrador que nos diga "a Perico Espasa si le daban a elegir entre una señorita imponente y un ingeniero de minas elegía lo segundo, y ustedes ya me entienden" (cito de memoria La tournée de Dios de mi reverenciado Jardiel, así que las palabras no son exactas). O sea, que si Perico Espasa pisa un escenario, tendrá que decir que el policía de la esquina estaba como un tren, o mirar significativamente al novio de su amiga. Si me apuran, la amiga podrá decir a su novio "cuidado con éste, que es un poco floripondio" (perdonen el término, estoy intentando acomodarme a la época). Lo que está radicalmente contraindicado es que entre y diga "hola, soy homosexual", para que el público se entere. Y, mucho peor aún -porque, como decíamos, es perfectamente inverosímil- que suelte "soy un tipo lleno de malas intenciones". Acabo de recordar ahora un contraejemplo que viene de perlas, y que pueden consultar en mi blog: La anarquista de Mamett. Ahí elogiaba, precisamente, la habilidad del autor para que nos enteráramos de las andanzas precedentes de la terrorista, sin que ella nos tuviera que leer el curriculum en primera persona.

Bien, eso es -en caricatura, claro- lo que pasa en Poder absoluto. El personaje de Gutiérrez Caba, un político a punto de convertirse en presidente que recuerda vagamente a la figura de Kurt Waldheim, se pasa unos cuarenta y cinco minutos explicando lo perverso y corrupto que es y lo feliz que eso le hace. Ridículo. Les aseguro que he conocido algunos individuos perversos y corruptos. Todos estaban convencidos de ser excelentes personas. Así que esto no hay quien se lo crea. Alguien dijo alguna vez que las comparaciones son odiosas, y se quedó tan ancho. No sé si serán odiosas, desde luego son inevitables. Todo lo que conocemos, lo conocemos por comparación. Si quieren ver cómo se describe a un cínico sin escrúpulos evitando la explicación literal, vayan a ver Feelgood. Incluso Subprime estaba bastante mejor en este sentido. Me pasé buena parte de la función pensando en Sigue la tormenta de  Cormann, que le vi al fantástico (y fallecido, ay) Walter Vidarte, porque hay un cierto paralelismo en el relato. Ésa sí que es una comparación demoledora, claro. ¿Saben por qué se lo cuento? Porque de repente, zas, van y citan a un personaje ausente que se llama, precisamente, Cormann. Yo evitaría mencionarlo, sugerirá la comparación a quienes no la tuvieran ya en mente.



Frente a este error de planteamiento que lastra la función sin remedio, el resto de lo que voy a contarles es cuestión de detalle. Lo que viene ahora mismo, opinable. 

Supongamos que se han propuesto ustedes escribir una obra de teatro sobre la corrupción política. Se les ocurre tambien que su protagonista va a ocultar un horrible secreto, y que lo peor podría ser algo relacionado con los crímenes de una dictadura. Qué suerte, tuvimos una (que murió matando) hasta hace sólo treinta y ocho años. Mmm... vamos a hacer cuentas. Si situamos en 1996, que es cuando ocurre la historia, a un protagonista de setenta años (los de Gutiérrez Caba), en 1975 tendría treinta y tres. Perfecto. Lo implicamos en algún turbio asunto del franquismo. ¿Algún problema para que el público considere verosímil que en España hubiera podido darse el caso de un político corrupto que llegara a aspirar a la presidencia del gobierno? En fin. 

Viena. Bonita ciudad centroeuropea
asolada, al parecer, por la
corrupción.
Bueno, pues vamos y la situamos en Viena. Hala. Tuve la sensación de que el público pegó un respingo ante la primera referencia a la ubicación (aparte del programa de mano y de un mobiliario, que no sé allí, pero que aquí sería un pelín rancio). La función está escrita en los noventa. En ese momento Peña Carulla podía tener razones parecidas a las que tuvieron Calderón o Shakespeare para enviar sus acciones a Polonia o a Dinamarca. Pero, en mi modesta opinión, ahora mismo el horno no está para estos bollos de situar la porquería en Austria, cuando parece que nos ahoga en casa. Bien, insisto: opinable.

Eduard Falero está sobreactuado desde que asoma. No pasa un minuto sin que haga muecas de todo tipo -sobre todo unos curiosos morritos de niño enrabietado- o mueva los dedos compulsivamente. Insoportable. Y curioso. Porque resulta que esta sobreactuación era perfectamente aprovechable. Me explico. No quiero destriparles la trama del todo, pero en un momento de la función su personaje se desvela. El crítico se dice entonces: "Uhm, menos mal, estaba fingiendo, claro; ahora que la situación y el personaje pasan a ser sinceros, actuará sin pasarse, y tendremos un maravilloso efecto de naturalidad". Pues no. Sigue igual de sobreactuado. 

El ama de llaves más pluriempleada
de la historia.
¿Se puede estar soberbio en medio de todo esto? Se puede. Es como está Gutiérrez Caba. Ya lo demostró manteniendo el tipo como un campeón en aquel desastre sin paliativos del Drácula en el que Ramón Langa se escondía detrás del sofá y la pobre ama de llaves lo mismo reducía a un loco que se dedicaba a labores de albañilería. Aquí está espectacular. La enésima demostración de que un actor excepcional puede con el texto, con el director... y con la Policía Montada del Canadá si es preciso. Fantástico cuando habla y cuando calla, bajando en algunos momentos la barbilla y levantando la mirada al fondo del patio de butacas mientras escucha a su interlocutor. Se ha debido de estudiar mucho telediario para reproducir el rostro de mármol de esta gentuza. No crean que estoy loco: no sé cómo se las arregla, pero en algunas posturas ha conseguido parecerse a... ¡Rodrigo Rato! Y a ustedes no sé, pero a mí Rato me da miedo.
P.J.L. Domínguez
           


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