miércoles, 22 de enero de 2014

CUESTIÓN DE ALTURA

Sala: Teatro Español Autor: Sandra García Nieto Director: Rubén Cano Intérpretes: Tomás Pozzi y Martiño Rivas. Duración: 1.20'
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)


Pozzi y Rivas.
Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:


  Entrar en un teatro es siempre una incógnita, pero unas veces más que otras. Me fui al Español como quien se iba de expedición al Orinoco: sin conocer ningún trabajo precedente ni de la autora ni del director. A Rivas lo vi en su día en La monja alférez, de donde no salió muy bien parado –nadie salió bien parado de aquello- así que, a priori, la única garantía era Pozzi. Ése sí, un valor que tengo contrastado.


  
Bingo. En Cuestión de altura se dan cita cuatro talentos de orden diverso que han casado felizmente. En primer lugar, el de la autora. Es un texto ágil, entretenido, que dura lo que debe durar (ochenta minutos) y se mantiene con habilidad durante un buen trecho en terreno pantanoso: ¿suceso paranormal, delirio sicótico, episodio onírico? En segundo lugar, el del director. No podía tener un mayor acierto de casting: la función parece escrita para estos dos. Pero ha sabido, además, dirigirla con garbo –no decae un segundo- y revestirla sencilla, pero eficazmente, con la escenografía de Valencia y la iluminación de Ariza. 

Tomás Pozzi luce… ¿qué digo, luce? Alardea de su talento de histrión. Y Martiño Rivas ha sabido lo que hacía: lo vi en esta pequeña pieza de cámara a la vez que se estrenaba su última producción mediática. Encauzar la carrera, y saber dónde se aprende, es también otro tipo de talento. Sale airoso, y eso es mucho decir si tu compañero de escenario es Pozzi.

Y lo que no cabía allí:


¿Saben lo que le falta a la función? Un desnudo. Nunca pensé que recomendaría esto, pero ya ven, todo llega. Además, me parece que casi todo el que la haya visto estará de acuerdo conmigo. Cuando este tipo que todo lo tiene, y que por eso mismo es perfectamente imbécil, vuelve a casa borracho y tan satisfecho de sí mismo como siempre, se abre la camisa y se observa en el espejo. Vale, no basta. Esta autocomplacencia tiene también un aspecto sexual, el texto nos pone al corriente de sus andanzas. Y aunque no fuera así, ¿quién lo duda? ¿Quién duda de que los que se sientan en la cima consideran el derecho a hacer lo que quieran con quien quieran uno de los atractivos fundamentales de su estatus? No me hagan hablarles de Sarkozy, de Strauss-Kahn, de Berlusconi, de Hollande...

Así que en ese pletórico y etílico regreso a casa, la gran fiesta de la autocelebración debería incluir el desnudo completo. La admiración de sí mismo, incluido ese nodo en el que se cruzan tantas líneas de la autopercepción masculina como son los genitales. Ya, ya sé que el muchacho es mediatico y que eso podría acarrear consecuencias indeseables. Pero el que debe verse como vino al mundo es él, si algún artificio escénico ocultara a los espectadores los puntos clave, la cosa funcionaría exactamente igual.

Les debo Julio César, Una vida robada y Locos por el té, que ya las he visto. Y espero ver estos días El policía de las ratas y Escriba su nombre aquí. Qué estrés. 
P.J.L. Domínguez
           

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