viernes, 15 de mayo de 2015

LA ÚLTIMA SESIÓN DE FREUD

Sala: Teatro Fígaro Autor: Mark St. Germain (versión de Ignacio García May) Directora: Tamzin Townsed Intérpretes: Helio Pedregal y Eleazar Ortiz Duración: 1.30'
Información práctica (el enlace no operativo puede significar que no está en cartel)


Ortiz y Pedregal
Los hechos. JM se durmió. El señor que, dos filas más adelante, se sentaba junto al pasillo, se durmió. Cerca del final, una señora de la fila de atrás le dijo a su acompañante: “Te has dormido, Hortensia”. “Mira” –me susurró JM, que ya se había despertado- “ya tienes el título de la crítica”.

Mi opinión sobre los hechos. No me extraña nada que se durmieran los tres. Tengan en cuenta que, en la oscuridad del teatro, uno tiene una percepción muy limitada del público, exceptuado el círculo más inmediato. Si en ese círculo fueron tres, me pregunto cuántas siestas provocó la función.

Hipótesis explicativas de los hechos. Sólo se me ocurren dos.
a)    El texto es soporífero.
b)    La Townsend ha destrozado un texto estupendo.

Mi opinión sobre las hipótesis. Me inclino decididamente por la A. Seguramente, se hubiera podido hacer más -siempre se puede-, pero el trabajo de la Townsend es correcto. Y los actores podían con esto y con más.

Todos los comentarios que leo por ahí sobre La última sesión de Freud alaban unánimes el texto. Premiada en origen. En Argentina la montó Veronese, y La Nación y alguno más la pusieron por las nubes. En Estados Unidos, hay hasta quien, en el frenesí de la alabanza, ha visto algún eco de Vladimir y Estragón (parece evidente que el que no encuentra es porque no quiere). Respecto al montaje de Madrid hay algunos comentarios esparcidos en la red, y lo mismo. No entiendo nada. Les he dicho a menudo que distinguir un buen texto en un mal montaje es bastante más difícil de lo que parece a priori, pero… ¿esto? Freud y Lewis discutiendo durante noventa y cinco minutos sobre… ¡la existencia de Dios! Sin prácticamente ninguna tangente que se salga en alguna curva. Insisto, todos los que han dicho algo antes que yo lo han encontrado estupendo, y algo tendrá –piensa uno- si Veronese lo bendijo. Pero yo no he pillado más que una soporífera (literalmente hablando, como les he contado), banalísima y trillada discusión sobre un asunto que poca novedad admite. Algún chiste pasable, pero nada que quepa considerar muestra notable de ingenio. No resiste la menor comparación con otros ejemplos del género “conversación entre dos personajes históricos”, como La cena de Brisville. Si me apuran, me divirtió más hasta Dalí vs. Picasso de Arrabal que, como saben mis lectores, no es santo de mi devoción.


Decía “prácticamente ninguna tangente”. UNA, que consigue elevar el tono durante algunos minutos y dotar a lo que se está contando de algún espesor humano, por encima de la charleta de café sobre el ateísmo. Freud empieza a escarbar en las motivaciones de Lewis para vivir con una mujer bastante mayor que él, madre de un compañero de armas muerto en el frente al que prometió cuidar de ella. Digo “empieza”, porque esta rama, que parecía prometer, finalmente, un hecho teatral, algo que implicara el ser y el alma de los personajes, es podada de inmediato. Alguna brevísima alusión a cuestiones personales de este tipo no detiene el pesado avance de carro armado de la conversación entre el católico (inglés, una cosa así como un cantaor belga) y el ateo. He visto que los comentaristas anteriores han otorgado notable peso a las irrupciones de la actualidad a través de la radio, en el día en que el Reino Unido entraba en la segunda guerra mundial. Notas de color histórico que aportan algún, bienvenido, momento de distracción, yo no diría más. En fin, que Hortensia y yo nos aburrimos como ostras.
P.J.L. Domínguez
          

1 comentario:

Anónimo dijo...

Absolutamente de acuerdo

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