lunes, 25 de marzo de 2013

LA PASIÓN SU ÚLTIMO SECRETO

Sala: Teatro Auditorio de la Casa de Campo Autor: Argumento basado en los textos evángelicos (no constan créditos) Director: no constan créditos Intérpretes: Javier del Arco, Gustavo Galindo, Marta de Frutos, Lucía Navarro, César Alcázar, etc. Duración: 1.35'
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)


Voy a intentar que esta larguísima entrada esté más o menos ordenadita, así que pienso hasta numerarla.

UNO.- Primer problema de fondo. Ya dijo la United Artists que ésta era la historia más grande jamás contada. Es muy difícil competir con las hermosísimas narraciones de los evangelios y con las infinitas paráfrasis, cultas y populares, acumuladas por los siglos para cada uno de los detalles, desde la entrada en Jerusalén hasta el en tus manos encomiendo mi espíritu. Un solo ejemplo: el Stabat Mater es del siglo XIII, y su peripecia histórica cuenta, otro botón, con una versión... ¡de Lope de Vega! En fin, pónganse ustedes a pergeñar algo que esté a la altura. Y estamos hablando sólo de la calidad artística de los textos, añádanle ahora su carga simbólica. La Pasión y Resurrección de Cristo es la narración central de nuestra cultura, todos la llevamos clavada (nunca mejor dicho) en lo más profundo de nuestra conciencia. Olvídense del Quijote, de Hamlet o de La Jerusalén liberada (por cierto, ninguna de las tres exenta de ecos y reflejos de la historia que nos ocupa, como casi nada). O sea, que hay que tener muchas narices para meterse en este fregado. Hay pocas salidas al embrollo: arqueología, vanguardia radical o formas populares. Eso, o pegarse un tortazo. Aquí se han pegado el tortazo por varios motivos (no sé exactamente quién se lo ha pegado, porque no encuentro créditos claros de autoría y dirección por ninguna parte). Primero, porque en vez de ceñirse a la Pasión -que es un relato fantástico, compacto y sobrecogedor- se han recogido unos cuantos pasajes evangélicos sin orden ni concierto dramatúrgico. Y segundo, porque los textos añadidos son malos de solemnidad. Para más inri (nunca mejor dicho), hasta las citas evangélicas se alteran, me pregunto por qué recóndito motivo. Respecto a las salidas citadas, véase más abajo.

DOS.- Supongamos que nuestro intrépido artista hubiera dado ya con la solución para el texto. Le quedaría todavía otro espantoso problema: el aspecto visual. Vamos con las salidas citadas. La salida arqueológica: Mel Gibson. Ya me han entendido, ¿no? Hasta las tachuelas de las sandalias de los  romanos  deben de

The Passion of the Christ, Mel Gibson, (2004)
estar documentadas (diré de paso que, vistas unas cuantas fotos, me parece que donde hay una cierta licencia es en el vestuario de la Virgen, muy parecido a las Dolorosas de unos 1600 años después). Hay otra posibilidad arqueológica: no la histórica, sino la que se engancha con una de las múltiples visiones artísticas de nuestra tradición. Llamémosla arqueología artística (si tienen un rato, léanse mi crítica de Donde mira el ruiseñor cuando cruje una rama).
Los últimos días de Judas Iscariote,
Adán Black, 2012. Texto de Stephen
Adly Guirguis.
Vanguardia radical: llega uno y hace lo que su soberana mente creativa le dicta, y punto. Si tiene suerte, le sale Los últimos días de Judas Iscariote. No iba exactamente de la Pasión, sino de sus consecuencias, pero sirve perfectamente de ejemplo. Una propuesta de vanguardia sobre tema bíblico que, ojito, no hacía la menor mofa de la fe (algo que, la verdad, es un recurso tan facilón que me aburre). Formas populares: no hay pueblo que no tenga una celebración de la Semana Santa. Desde las excelsas combinaciones de arte culto y expresión popular que todos conocemos, hasta la más humilde procesión (hace un par de años asistí en un pueblo de Segovia a una que consistía en un sacerdote, una cruz, cuatro señoras portando un mini-paso y unas quince personas más dando vueltas alrededor de la iglesia: im-pre-sio-nan-te). Aquí cambiamos de liga. La búsqueda artística queda relegada a objetivo secundario y, de rebote, aparece el relámpago de emoción estética, por mucho que los romanos lleven cascos de plástico del todo a cien. La dignidad está en otros factores.

Como les decía, esas tres vías se me ocurren (si algún lector tiene más propuestas, que las haga) y, si no, el desastre. Basta que piensen en Atalaya, esa revista de los Testigos de Jehová que todos hemos visto alguna vez. Y no me resisto a ponerles esta foto que he encontrado, que no es de Atalaya, pero que me parece una joya del kitsch, en la confluencia entre los Testigos y los pósters de payasos con lágrima.


La pasión su último secreto -por cierto, ¿qué secreto?, es un poco Dan Brown el título- oscila entre algún momento arqueológico que no está mal, y Atalaya. Con un par de excursos hacia.. la.. ¿vanguardia? (los palos) y hacia el desastre, con la irrupción de unas figuras en mallas y máscara blanca que, sin duda, llegaban de otra función (de El fantasma de la ópera en versión megapop). Tienen que verlo, está aquí abajo. Piensen que es una foto salida de la misma función de la arriba del todo, la de la crucifixión.


TRES.- Visto ya que el texto no da una y que el aspecto visual se hunde en el desastre, nos quedan la dirección y la interpretación. La primera, simplemente muy mal. Resbalando hasta en los momentos aprovechables. ¿Hay momentos aprovechables?, se preguntará el lector. Pues sí, un par. La escena del pozo con la samaritana no está mal, capta -por fin- la atención. Y la cosa adquiere cierta dignidad a partir de la Flagelación y, sobre todo, en la Crucifixión. Primero, porque la historia sigue siendo escalofriante dos mil años después, pero también porque hay alguna incursión en la arqueología artística (ver foto de arriba del todo) y porque se ha optado por una fisicidad que subraya el sufrimiento. Uno no puede contemplar impávido cómo suben a un señor a una cruz, o cómo lo bajan, percibiendo el peso de ese cuerpo exánime. Sin olvidar que, con música barroca a todo volumen, casi no hay nada que no tenga un pasar. Errores de dirección: Cristo camina con el peso de la cruz a cuestas, y lo mandan al extremo más lejano del escenario, mientras los demás trajinan con la maquinaria a plena vista en el lugar central. Sí, ya sé que hay que preparar la erección de la cruz, pero hombre: eso es hacer teatro, solventar esos problemas. Otro: sublime momento de la Piedad. La madre (la Madre por excelencia, el arquetipo de Madre) con su hijo muerto en brazos. El mejor momento. Los dos mejores actores de la función. ¿Cómo los colocan? En escorzo. Para que se vea lo menos posible. Como si se fueran ustedes a Roma y sólo les dejaran ver la de Miguel Ángel de lado. 

A Javier del Arco lo vi en la Sala Azarte en La partida, pero lo cierto es que no tengo el recuerdo tan fresco como para opinar. Aquí hace lo que puede con el papelón de Jesucristo edulcorado que le han marcado, en algún momento está hasta encantador, con ese físico de chico bueno que tiene con la barba cuidada y el pelo largo. La actriz que hace de Virgen María (creo que es Marta de Frutos, pero no puedo asegurarlo porque los créditos no están claros) eleva el nivel general cada vez que abre la boca.
P.J.L. Domínguez
           

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