martes, 15 de enero de 2013

SI SUPIERA CANTAR ME SALVARÍA (EL CRÍTICO)

Sala: Teatro Marquina Autor: Juan Mayorga Director: Juan José Afonso Intérpretes: Pere Ponce y Juanjo Puigcorbé Duración: 1.25'
Información completa (el enlace inactivo puede significar que la obra ya no está en cartel)

Juan Mayorga
Yo no sé qué me pasa con Mayorga. Fui al Marquina pidiendo a los dioses que lo que iba a ver me convenciera (como el protagonista de la obra, por cierto). Se lo dije a JM: "Estoy deseando que me guste". Pero no hay manera. Este hombre está reconocido casi unánimente como uno de los mejores dramaturgos vivos en castellano, si no el mejor. Tiene todos los premios posibles. Está traducido... hasta al coreano. Cada estreno va indefectiblemente seguido de críticas ditirámbicas. Y yo no veo nada por ninguna parte. Por supuesto, y lo digo con toda humildad, puede ser que algo en mi conformación mental me impida ver las que sean precisamente sus virtudes. Espero encontrar a alguien que, con alguno de sus textos delante, se siente conmigo y me demuestre que, efectivamente, es una pieza de altura. Porque yo no veo nada.  

Desde luego, no soy un especialista en su obra. Recuerdo ahora Himmelweg, La paz perpetua y Penumbra. Me pide el cuerpo reseñar lo que fueron mis impresiones, pero no quiero hacer esta entrada interminable. Creo que puedo resumir diciendo que me parecieron banales, y con poco interés dramatúrgico. Bueno, ya lo he dicho. De ésta me expulsan de la Real Congregación de Críticos de la Villa y Corte de Madrid. 

Juanjo Puigcorbé y Pere Ponce
Si supiera cantar me salvaría me ha parecido peor que las anteriores. Reedición del visitadísimo asunto de visita sorpresa y duelo dialéctico. En este caso, un autor (Scarpa) visita a un crítico (Volodia) inmediatamente después de un estreno. Ocurre lo que uno espera que ocurra: resulta que ambos llevan media vida obsesionados.mutuamente. Scarpa porque, en la cumbre del éxito, nunca ha recibido un elogio del crítico. Volodia, porque puso en el talento del autor sus esperanzas, y ha pretendido estimularlo, en vano, con sus críticas negativas. La cosa no da más de sí. Entre tanto, se va hilvanando la historia de una mujer, de manera más bien confusa (un jovencillo decía a la salida "yo no he entendido lo de la tía") y, sobre todo, trillada. Ejemplo: "Yo amo a una mujer como tú ni siquiera podrías comprender". Hay, además, episodios de evidente torpeza dramatúrgica. En su esfuerzo por demostrar al crítico las virtudes del texto recién estrenado, Scarpa recrea partes del mismo. Esos fragmentos de teatro dentro del teatro no tienen ningún interés por sí mismos -relatan una historia de maestro y discípulo perfectamente tópica- y no enganchan. Tienen una duración excesiva y detienen el curso de la función. Tampoco aporta nada su evidente paralelismo con la relación entre los personajes: un aprendiz de boxeador termina por tumbar a su entrenador, como una proyección de la psique de Scarpa, que estaría encantada de soltar un puñetazo a Volodia. Elemental, querido Watson.

Y ya que estamos con la psique, vamos con algo insoslayable. Mayorga emplea un buen rato en retratar a Volodia. Es un hombre que va al teatro con la mente abierta; que no permite que sus sentimientos interfieran en su juicio; que ha hecho de su profesión casi un sacerdocio, porque es crítico por vocación (y no de rebote, como la leyenda pretende que somos todos). En resumen: el crítico perfecto. Este crítico machaca sistemáticamente a un autor de enorme éxito. No hay que ser un mago de la interpretación psicoanalítica para ponerse a sospechar que lo que Volodia dice a Scarpa algo tendrá que ver con la proyección de lo que Mayorga (o una parte de él) espera que alguna vez le diga un crítico. ¿Y qué le dice? Le dice que el único sentido del teatro es mostrarnos la verdad, para ayudarnos a soportar la mentira que nos rodea. Que la verdad en un escenario suscita siempre rechazo. Y que los éxitos incontestados son, por tanto, la mejor prueba en contra de una obra. Aquí cabe recordar que Mayorga ha escrito piezas sobre la pederastia (Hammelin) o el terrorismo (La paz perpetua), dos asuntos erizados de espinas y con los bordes cortantes. Y que ambas consiguieron el aplauso unánime. ¿Es posible escribir algo con interés artístico sobre semejantes cuestiones sin que nadie encuentre un pero? (Estoy recordando ahora los párrafos sobre ambas cuestiones en los textos de Rodrigo García, que dejan helado al respetable) ¿No es preciso, para eso, sujetarse estrictamente a las verdades universalmente admitidas? ¿Qué se aporta entonces? Última pregunta: ¿no está Mayorga pidiendo a gritos que alguien se lo diga? En fin, no me hagan mucho caso, es posible que mis neuronas patinen. [En honor a la verdad: hubo al menos una queja, de Fernando Savater, sobre La paz perpetua. El resto, aplausos] 

Villano expresionista
La puesta en escena, torpe. Sobre todo en la dirección de actores, y esto es prácticamente como decir "en todo" en una función de estas características. A Pere Ponce se le ha asignado un registro que le hace rozar lo grotesco. Entra como un villano de película muda, y la sensación se acentúa durante los interminables minutos en los que retrasa el brazo derecho, simulando la tensión reprimida, hasta que a todos nos parece que se ha contracturado. Cuando la supuesta tensión se le hace insoportable, mueve los dedos de esa mano como si se resistiera a cerrarla para propinar un puñetazo. Cine expresionista. Puigcorbé sale mejor parado, hace lo que puede. Pero no se libra de ser colocado una y otra vez en pose declamatoria. Para terminar la fiesta, oscuro, efectos de sonido, la escenografía se abre, y unos focos al fondo nos ciegan mientras una lluvia de papelitos cae sobre la escena (recordé de pronto el harapo volador que simulaba un murciélago en el Drácula del mismo teatro). ¿A qué viene esto? ¿Caroline, ve hacia la luz? Comentario de JM: "¿Tú has entendido por qué sale un OVNI al final?"
P.J.L. Domínguez

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