Sala: Teatro Reina Victoria Autor: Tennessee Williams (no consta el autor de la versión) Directora: Amelia Ochandiano Intérpretes: Eloy Azorín, Juan Diego, Begoña Maestre, José Luis Patiño, Ana Marzoa y Marta Molina Carolina Duración: 1.50'
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no esté en cartel)
Para el resumen bastan dos palabras: menudo desastre. Voy a intentar reflejar la gradación del horror.
MALO MALISÍSIMO DE TODA SOLEMNIDAD: Los efectos de sonido, Madre del Amor Hermoso. Los niños gritando parecen una manada de chihuahuas. Hay un primer relámpago con efecto "Dios mío, ha estallado una bomba en el hombro derecho". Los silbidos de los fuegos artificiales en bucle, horrorosos. Sucesión de relámpagos acompañados de efecto de luz que preludian la salida de Drácula (en momentos así, me acordaré de Langa mientras viva). Largo (larguísimo) aullido Hammer, como si Drácula fuera a ser sustituido por el hombre lobo. Tremendo, de verdad. ¿No hay librerías gratuitas con efectos de todo tipo?
MALO MALISÍSIMO: ¿Qué le ha pasado a Felipe Ramos? Si les digo que iluminó Incendios o El señor Ye ama los dragones no me hacen falta adjetivos. Por un momento, me ha pasado por la cabeza si será un homónimo. No, a ver si vamos a tener dos Felipe Ramos iluminadores. Pues debe de ser que un mal día lo tiene cualquiera, porque esto está horroroso. Más de media función con una luz blanca y uniforme que casi parece de ensayo. Así se tiene que cascar la pobre Maggie el primer acto. Me recordó a la misma orfandad bajo la luz cegadora de Aitana Sánchez-Gijón en otro fiasco: La rosa tatuada. Mala suerte últimamente la de Tennessee en Madrid. La escenografía (de Sánchez Cuerda, que también ha hecho cosas estupendas como Lúcido o El lenguaje de tus ojos) también guarda un cierto parentesco con aquélla: el mismo desparrame arbitrario de muebles, como en el almacén trasero de una tienda del Rastro. Sin orden ni concierto.
MALO MALÍSIMO: La interpretación. No creo que Begoña Maestre sea una mala actriz, me pareció más bien una actriz huérfana de toda indicación. Como si le hubieran dicho "estás enfadada porque tu marido pasa de ti", y punto. Durante todo ese primer acto, Maggie debe oscilar entre la frivolidad fingida, el miedo a cruzar la línea definitiva de la ruptura, la osadía, el enfado... Es una maravilla de papel completa y perfectamente desaprovechado.
La escena cumbre de la función -la larga conversación entre Brick y su padre- se va arrastrando amorfa de frase en frase de manera que parece que, en cualquier momento, Juan Diego va a decir "paramos un momento para un bocadillo". No dan una. Patiño (que tampoco es mal actor) parece llegar siempre de otra función. Una de clowns, para ser exactos (el vestuario le ayuda bastante en esto, vean en la foto de más abajo cómo no es preciso disfrazar de tonto al hermano tonto; que de tonto, nada, tampoco está en una situación fácil).
MALO: La versión, que no sé de quién es. Llena de calcos del inglés, que pueden ser gramaticalmente correctos en castellano, pero cuyo signifcado resbala y que, sobre todo, no se usan con frecuencia. Como las frases que comienzan con “a man”. “Un hombre no puede comprar vida” (la cita no es exacta) da en castellano “uno no puede comprar vida” o “nadie puede comprar vida”. “A man” puede tener en inglés la connotación de género (“un hombre no debe maltratar a una mujer”) pero otras muchas veces, como en el ejemplo de la compra, es una simple forma impersonal. “Comida campestre” es en castellano –como en el cuadro de Manet- una comida que se hace en el campo. He mirado el diccionario, por si era una apreciación subjetiva, y así lo dice exactamente: “Dicho de una fiesta, de una reunión, de una comida, etc.: Que se celebra en el campo”. Y la comida casera que la abuela ha cocinado -"country dinner"- se la han zampado en casa. Ya que hablamos de la abuela: en el original todo el mundo se refiere a la pareja mayor como Big Daddy y Big Mammy. Traducirlo al castellano como abuelo y abuela produce una extrañísima impresión cuando son sus hijos quienes los llaman así. Es una práctica frecuente si los nietos están delante (“abuelo, dale su regalo al niño”), pero en mi vida he oído a nadie llamar así a sus padres en otra situación. Rarísimo.
Todo esto son errores de traducción, pero aún hay cosas peores. Por ejemplo, de la famosa conversación con el padre se ha eliminado la referencia a la pareja gay que -hace mil años- lo acogió y le dio trabajo en su plantación. Una cosa muy tierna en la que cuenta que cuando murió el primero, el otro se dejó morir. La mención tiene un valor dramatúrgico de primer orden, primero porque es un paso importante en un momento en el que el padre está tratando por todos los medios que su hijo le confiese lo que él cree que ocurre en el fondo: que es homosexual. Pero, sobre todo, porque es el modo que tiene de decirle que la homosexualidad puede ser una cosa noble, que a él le va a importar un rábano que le confiese (si es que tiene que hacerlo) que tuvo un romance con Skipper. No sé a los demás, pero a mí me resulta difícil entender el giro de la historia hacia un final más bien esperanzador sin que la catarsis que produce en Brick la confesión de su dramática falta de comprensión hacia su amigo justo antes de su muerte se complete con este descubrimiento de que su padre lo hubiera aceptado incluso (y es un incluso muy gordo en ese momento histórico y en ese lugar) si hubiera sido gay. Puestos a cortar, hay docenas de réplicas de muchísima menor trascendencia.
DECENTE: Marta Molina, la cuñadita. De su papel, y del de su marido, dice Villán en la crítica que salió el jueves "son esos personajes diseñados para hundir a una actriz y un actor". En general, uno diría que Villán y yo hemos visto funciones distintas, porque a él le ha parecido estupendo incluso ese remedo de Juan Diego que se mueve por el escenario diciendo cosas inconexas. (Casi) todo es opinable, pero esto de los papeles lo llevo rumiando dos días y no consigo entender lo que ha querido decir (algo habrá que no pillo, porque Villán no tiene un pelo de tonto). Y es que a mí me parece que ambos tienen grandes posibilidades de lucimiento y que concretamente el de ella es simplemente maravilloso. Una mezcla del peor sentido común (por eso tiene algo de razón en sus mezquindades), resentimiento, pequeñez... de profunda verosimilitud y que hay sacar adelante sin que sea una caricatura, de forma que el espectador entienda también su corazoncito. Basta recordar a Madeleine Sherwood en la peli. Es un poco el reverso de Birdie, contrapunto bondadoso de la pérfida protagonista en La loba. Aquí la gata nos cae bien (cuánta zoología) y la cuñada (concuñada, para ser precisos) canta la contraparte. Marta Molina la hace bastante, pero bastante bien, cosa que tiene su mérito en este desbarajuste.
BUENO: Sólo hay una cosa bien en esta función: Ana Marzoa. Exactamente igual que la Conesa sale sin un rasguño de Festen, exactamente igual que la Conesa pone de pronto Festen en pie cuando abre la boca, cada vez que Marzoa habla se produce el mágico efecto de que todo el mundo le da al on de sus mecanismos receptores. Vaya oficio, qué cantidad de tablas hay que tener para lograr esto.
En mi función pasó una cosa horrorosa: al público le dio la risa en dos momentos profundamente dramáticos. La cosa no precisa de más comentarios.
Diego, Marzoa, Molina, Patiño, Azorín y Maestre. |
MALO MALISÍSIMO DE TODA SOLEMNIDAD: Los efectos de sonido, Madre del Amor Hermoso. Los niños gritando parecen una manada de chihuahuas. Hay un primer relámpago con efecto "Dios mío, ha estallado una bomba en el hombro derecho". Los silbidos de los fuegos artificiales en bucle, horrorosos. Sucesión de relámpagos acompañados de efecto de luz que preludian la salida de Drácula (en momentos así, me acordaré de Langa mientras viva). Largo (larguísimo) aullido Hammer, como si Drácula fuera a ser sustituido por el hombre lobo. Tremendo, de verdad. ¿No hay librerías gratuitas con efectos de todo tipo?
MALO MALISÍSIMO: ¿Qué le ha pasado a Felipe Ramos? Si les digo que iluminó Incendios o El señor Ye ama los dragones no me hacen falta adjetivos. Por un momento, me ha pasado por la cabeza si será un homónimo. No, a ver si vamos a tener dos Felipe Ramos iluminadores. Pues debe de ser que un mal día lo tiene cualquiera, porque esto está horroroso. Más de media función con una luz blanca y uniforme que casi parece de ensayo. Así se tiene que cascar la pobre Maggie el primer acto. Me recordó a la misma orfandad bajo la luz cegadora de Aitana Sánchez-Gijón en otro fiasco: La rosa tatuada. Mala suerte últimamente la de Tennessee en Madrid. La escenografía (de Sánchez Cuerda, que también ha hecho cosas estupendas como Lúcido o El lenguaje de tus ojos) también guarda un cierto parentesco con aquélla: el mismo desparrame arbitrario de muebles, como en el almacén trasero de una tienda del Rastro. Sin orden ni concierto.
MALO MALÍSIMO: La interpretación. No creo que Begoña Maestre sea una mala actriz, me pareció más bien una actriz huérfana de toda indicación. Como si le hubieran dicho "estás enfadada porque tu marido pasa de ti", y punto. Durante todo ese primer acto, Maggie debe oscilar entre la frivolidad fingida, el miedo a cruzar la línea definitiva de la ruptura, la osadía, el enfado... Es una maravilla de papel completa y perfectamente desaprovechado.
La escena cumbre de la función -la larga conversación entre Brick y su padre- se va arrastrando amorfa de frase en frase de manera que parece que, en cualquier momento, Juan Diego va a decir "paramos un momento para un bocadillo". No dan una. Patiño (que tampoco es mal actor) parece llegar siempre de otra función. Una de clowns, para ser exactos (el vestuario le ayuda bastante en esto, vean en la foto de más abajo cómo no es preciso disfrazar de tonto al hermano tonto; que de tonto, nada, tampoco está en una situación fácil).
MALO: La versión, que no sé de quién es. Llena de calcos del inglés, que pueden ser gramaticalmente correctos en castellano, pero cuyo signifcado resbala y que, sobre todo, no se usan con frecuencia. Como las frases que comienzan con “a man”. “Un hombre no puede comprar vida” (la cita no es exacta) da en castellano “uno no puede comprar vida” o “nadie puede comprar vida”. “A man” puede tener en inglés la connotación de género (“un hombre no debe maltratar a una mujer”) pero otras muchas veces, como en el ejemplo de la compra, es una simple forma impersonal. “Comida campestre” es en castellano –como en el cuadro de Manet- una comida que se hace en el campo. He mirado el diccionario, por si era una apreciación subjetiva, y así lo dice exactamente: “Dicho de una fiesta, de una reunión, de una comida, etc.: Que se celebra en el campo”. Y la comida casera que la abuela ha cocinado -"country dinner"- se la han zampado en casa. Ya que hablamos de la abuela: en el original todo el mundo se refiere a la pareja mayor como Big Daddy y Big Mammy. Traducirlo al castellano como abuelo y abuela produce una extrañísima impresión cuando son sus hijos quienes los llaman así. Es una práctica frecuente si los nietos están delante (“abuelo, dale su regalo al niño”), pero en mi vida he oído a nadie llamar así a sus padres en otra situación. Rarísimo.
Todo esto son errores de traducción, pero aún hay cosas peores. Por ejemplo, de la famosa conversación con el padre se ha eliminado la referencia a la pareja gay que -hace mil años- lo acogió y le dio trabajo en su plantación. Una cosa muy tierna en la que cuenta que cuando murió el primero, el otro se dejó morir. La mención tiene un valor dramatúrgico de primer orden, primero porque es un paso importante en un momento en el que el padre está tratando por todos los medios que su hijo le confiese lo que él cree que ocurre en el fondo: que es homosexual. Pero, sobre todo, porque es el modo que tiene de decirle que la homosexualidad puede ser una cosa noble, que a él le va a importar un rábano que le confiese (si es que tiene que hacerlo) que tuvo un romance con Skipper. No sé a los demás, pero a mí me resulta difícil entender el giro de la historia hacia un final más bien esperanzador sin que la catarsis que produce en Brick la confesión de su dramática falta de comprensión hacia su amigo justo antes de su muerte se complete con este descubrimiento de que su padre lo hubiera aceptado incluso (y es un incluso muy gordo en ese momento histórico y en ese lugar) si hubiera sido gay. Puestos a cortar, hay docenas de réplicas de muchísima menor trascendencia.
Jack Carson y Madeleine Sherwood en la película de Brooks. |
Marta Molina, en el mismo papel |
BUENO: Sólo hay una cosa bien en esta función: Ana Marzoa. Exactamente igual que la Conesa sale sin un rasguño de Festen, exactamente igual que la Conesa pone de pronto Festen en pie cuando abre la boca, cada vez que Marzoa habla se produce el mágico efecto de que todo el mundo le da al on de sus mecanismos receptores. Vaya oficio, qué cantidad de tablas hay que tener para lograr esto.
En mi función pasó una cosa horrorosa: al público le dio la risa en dos momentos profundamente dramáticos. La cosa no precisa de más comentarios.
P.J.L. Domínguez
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