domingo, 31 de enero de 2016

LA TENTACIÓN DE VIVIR

Sala: Teatros Luchana Autora:  Denise Despeyroux Director: Agustín Bellusci Intérpretes: Sabela Mascuñana, Miguel Bosch, Soledad Caltana, Lucía Casado, Lara Díaz de Sonseca, Gema Garcimartín, Mayte Franco, Nuria Gallego,  Eloy Noguera Atienza y Luis Riera Duración: 1.40'
Información práctica (el enlace no operativo puede significar que no está en cartel)


Miguel Bosch, Lucía Casado y Mayte Franco.
Hacía mucho que no tenía que emplear tanto tiempo en intentar casar a los intérpretes con sus nombres. Son muchos (hay que tener valor para escribir obras con diez personajes en los tiempos que corren), algunos muy jóvenes, algunos con muy poca trayectoria, algunos con nula presencia en red. Además, han ido cambiando, y los créditos del programa de mano no coinciden con los de mi función. En fin, que no estoy seguro al cien por cien de la lista de más arriba, ni siquiera de los que mencionaré más abajo.

Es imposible hablar de Despeyroux y no comenzar destacando el trote cochinero al que estrena: cuando escribo estas líneas, tiene CUATRO funciones (de las que ha dirigido tres) en la cartelera de Madrid. Carne viva en la Pensión de las Pulgas, La tentación de vivir y El más querido en los Luchana y Ternura negra en la Mirador. Y estrenará en marzo, en el María Guerrero, Los dramáticos orígenes de las galaxias espirales. Hace poco más de seis meses que vi Por un infierno con fronteras, que sucedía a La realidad (2013-2014). Creo que el único autor que tiene una actividad comprable es Carlos Be. Y no sé si Jardiel o Paso habrán llegado alguna vez a estos niveles. Si lo sabe algún lector que nos lo cuente.

Además de lo cuantitativo, la producción de Despeyroux es también cualitativamente notable. Desde mi punto de vista, por dos motivos fundamentales. En primer lugar, por la capacidad de fundir en un conjunto coherente todo tipo de elementos heterogéneos, entre los que nunca faltan dos: la referencia (explícita e implícita) al psicoanálisis y a todo tipo de terapias derivadas (desde las más ortodoxas hasta la morralla de los libros de autoayuda) y el toque esotérico-paranormal-alternativo. En este último caben los fantasmas, los astros, el tarot, las constelaciones familiares... y todo lo que se les ocurra en tal saco. Mirados de una cierta manera, estos dos elementos son facetas de una misma realidad soterrada. ¿He dicho realidad? ¿Tiene más entidad real un castizo y contundente complejo de Edipo que un eneagrama? Yo tengo claro que sí, pero empiezo a ser una vieja tortuga, así que quizá mi respeto por la visión psicoanálitica del mundo es ya una reliquia histórica, y resulta que lo suyo es valorar estas construcciones del intelecto humano, más o menos desviado, por su capacidad para ayudar a cada ser humano concreto y no por su valor intrínseco. Anoto aquí que, habitualmente, los personajes de Despeyroux hablan de estas cosas (tarot, enfoques astrales...) en esta tesitura: como instrumentos de ayuda y no como verdades esotéricas alternativas. Me pregunto cuál es su opinión (me lo pregunto como pura curiosidad paralela, las convicciones del autor no son nada frente a lo que nos interesa: su obra).

Desde este punto de vista, todo lo que he visto de la autora podría considerarse una reflexión sobre lo que es real y lo que no lo es, sobre lo que ocurre y sobre lo que nosotros creemos que ocurre.

Les hablaba de dos motivos. El segundo que encuentro para explicar la calidad de estos textos es la capacidad de escritura de diálogos complejos. A ver cómo me explico. Dos personajes pueden oponerse en una escena con una motivación y una actitud de fondo única para cada uno. Yo quiero ir a la playa y tú a la montaña. Discutimos. Y lo que llevamos dentro durante toda la discusión es ese sentimiento unívoco de vamos-a-donde-yo-digo-y-no-a-donde-tú-dices. Esto ocurre en el teatro y en las películas, pero no en la realidad. En la realidad, cada réplica desencadena en nosotros una interpretación (correcta o errónea) de las intenciones del otro y un juicio sobre las mismas que nos despierta sentimientos de todo tipo a toda velocidad, que se reflejados a su vez (de forma reconocible o completamente enmascarada) en nuestra respuesta. Por eso es tan retorcidamente difícil recordar una conversación con detalle. Por eso, al día siguiente, dos personas tienen interpretaciones radicalmente divergentes de lo que se dijeron la víspera (digamos, de paso, que estas fallas son las que dan de comer a los terapeutas familiares y de pareja). La mayor o menor densidad de todo este magma que bulle bajo el diálogo es altamente variable en los textos que vemos escenificados, y depende de muchas cosas, entre otras del género: es prácticamente inexistente en los géneros frívolos y vital en un drama psicológico (que para eso se llama así). También depende del autor e, incluso, del ritmo. Sí, del ritmo. No es lo mismo tener enfrente un tipo que larga prolongados razonamientos en verso clásico que una ametralladora de respuestas cortas: la procesión que me va por dentro, y que sustenta mis réplicas, me va a distinta velocidad. 

Pues bien, volvamos a Despeyroux. Todo ese párrafo estaba para explicar que sus textos hierven, chisporrotean, se agitan en un mar de sobreentendidos, interpretaciones derechas o torcidas, tangentes disparadas en todas direcciones. Eso, respecto a las procesiones que van por dentro. Pero también a la trama aparente ("que aparece", no "que aparenta y no es") salta, da brincos, zigzaguea siguiendo los recorridos mentales de los personajes. Un ejemplo de La tentación de vivir: A revela que está embarazada, ¡cómo es posible! le dicen los demás, es que estaba borracha... y entonces explota la indignación de B, a quien todos los demás, alcohólicos en rehabilitación, reprochaban (torcidamente) que siguiera bebiendo mientras ellos se abstenían. Estas irrupciones de unas tramas en otras son una de las características esenciales de la comedia que Despeyroux usa con maestría, y me hacen pensar que, en otra derivación astral de su vida, sería ahora una famosa guionista de cine en Francia (un lugar donde este tipo de comedia de vidas cruzadas es especialmente popular).

Eso es La tentación de vivir, una comedia -no sólo comedia- de diez vidas cruzadas, cercana en eso a Carne viva. Muy bien escrita, con momentos hilarantes y momentos enternecedores. Si quieren entender a fondo dónde están las dificultades de esta escritura, vayan a verla y pásense después por Los miércoles no existen o por Amores minúsculos que, a vista de extraterrestre, podrían parecer del mismo género. La potencia del texto es tal que pasa por encima de una dirección que va haciendo lo que puede y de un elenco muy irregular. Entre bastante intérprete que no cabría calificar de profesional me llamaron la atención Lucía Casado, una chica con encanto y talento, y Soledad Caltana. La irrupción de la segunda en la antológica escena del cementerio es como una mascarilla de chorro de oxígeno puro que nos plantaran en la nariz. No quiero decir que no haya nada bueno entre todo el resto, pero quizá el bosque de las carencias no me dejó ver los árboles de las capacidades. Bosch tiene algún buen momento. Digamos, en descargo de todo el mundo, que la función ha sufrido muchos cambios de elenco y que debieron de tocarme varios que la representaban por primera vez. Insisto, no importa: el texto acaba imponiéndose y la función haciendo pasar un buen rato.

Desde La realidad, sigo esperando ver un Despeyroux dirigido a la altura del texto. Mañana les cuelgo el enlace a Ternura negra y algo les diré también sobre El más querido. Ambas las ha dirigido la autora y ambas, como La tentación, podrían dar mucho más de sí. Que conste que es un elogio.

P.J.L. Domínguez
          

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