Sala: Teatro Valle-Inclán Autor y director: Erenesto Caballero Intérpretes: Carmen Machi, Francisco Reyes y Mireia Axalá
(la función ya no está en cartel)
A ver si, poco a poco, voy colgando todo lo que me salté en el agujero negro de los meses silenciosos.
Estoy colgando la crítica con cinco meses de retraso, así que a lo mejor ya puedo desvelarlo. Uno de los grandes atractivos del texto es el descubrimiento paulatino de que el personaje de Reyes -un supuesto vigilante de seguridad en prácticas- en realidad es el Maligno. Está ahí para exacerbar la vanidad de una monja que, hasta la puesta en marcha de sus malas artes, siempre se consideró una humilde copista, sin sospechar que escondía dentro de sí una desmedida ambición artística. Reyes es un actor con una presencia escénica imponente. A veces se usa esa expresión para dar a entender que alguien es muy guapo, pero no es eso lo que quiero decir. Quiero decir exactamente lo que digo: llena el escenario con su voz y su físico (como decía en la crítica en papel), pero también con su gestualidad pausada: lo dice todo con una mirada, con un silencio (y estoy pensando ahora en la escena de Los mariachis en la que es un compañero de partido de Elejalde y va a visitarlo al hospital). Su presencia corporal tiene un peso específico en los alrededores de John Wayne, para que me entiendan. Este papel parece escrito para él: se pregunta uno al principio si merecía la pena derrochar tanto carisma en un personaje secundario. La justificación se produce gradualmente a medida que el espectador sospecha quién es. Delicioso. Le hemos visto después El tratamiento y Los mariachis. Este tipo es la bomba.
La bomba, también, el vertiginoso y delirante monólogo en el que Machi pasa revista a toda la historia del arte occidental, describiendo su abandono de... todo, de la forma al concepto. Es tan bueno (tan bueno el texto y tan buena la interpretación) que debería incorporarlo como bis cuando actúe en otras cosas. ¿Les parece una locura? Antes se hacía. Un actor terminaba Hamlet y, tras los aplausos, propinaba su celebérrima declamación de X, donde X es un monólogo, una poesía o lo que fuera. Nos hemos puesto tan puros y tan finos durante el último siglo que nos perdemos cosas divertidísimas.
Francisco Reyes y Carmen Machi. La escenografía era de Azorín. |
Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:
UNA FIESTA
La autora de
las Meninas
da más de lo que promete. Y no es que la sinopsis que gira por ahí no refleje
bien la pluralidad de cuestiones que se entrecruzan en la pieza, pero este
crítico, y seguramente más de un espectador, llegó al teatro esperando una
fábula amable con monjita superestar. ¿La fuerza del estereotipo “monja”? Pues
de eso nada. Este texto condensa sin atragantarse una cantidad enorme de
cuestiones de primer orden –de la consideración social del arte a la vanidad
como fuerza motora- entrelazadas en una dramaturgia redonda. La inteligencia de
Caballero brilla en cada esquina, qué placer. Me lo voy a leer con fruición en
cualquier resquicio que me dejen las desquiciantes fiestas.
El
Caballero autor se ha dado la mano con el Caballero director, y el resultado es
una fiesta. Empezando por el casting:
los tres intérpretes parecen dibujados para los respectivos papeles. De Machi
poco hace falta hacer decir, está que se sale. Mireia Axalá es fiel trasunto de
esos políticos que saben componer un articuladísimo discurso para justificar
cualquier barbaridad: fríamente cordial, tensa, disparada cuando se emociona.
Francisco Reyes es un excelente actor de físico y voz peculiares, al que hay
que saber dónde se coloca. Está en un lugar que le va al pelo, pero no quiero
desvelar el eximio personaje al que representa.
La bomba, también, el vertiginoso y delirante monólogo en el que Machi pasa revista a toda la historia del arte occidental, describiendo su abandono de... todo, de la forma al concepto. Es tan bueno (tan bueno el texto y tan buena la interpretación) que debería incorporarlo como bis cuando actúe en otras cosas. ¿Les parece una locura? Antes se hacía. Un actor terminaba Hamlet y, tras los aplausos, propinaba su celebérrima declamación de X, donde X es un monólogo, una poesía o lo que fuera. Nos hemos puesto tan puros y tan finos durante el último siglo que nos perdemos cosas divertidísimas.
P.J.L. Domínguez
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Ánimo, comente. Soy buen encajador.