Sala: Teatro Lara Autor: Mario Benedetti Directores: Blanca Vega y Tomás P. Sznaiderman Intérpretes: Antonio Aguilar y José Emilio Vega Duración: 1.20'
Información práctica (el enlace no operativo puede significar que no está en cartel)
Los libros de Benedetti corrían de mano en mano en mi colegio mayor. Me pregunto si eso sigue ocurriendo. ¿Se pasan libros los jóvenes? ¿O sólo fotos por snapchat? Lo que pueda ser un colegio mayor ahora me resulta tan remoto como ese lugar que, en algún mapa antiquísimo visto durante mi infancia, se llamaba África Occidental Alemana. Póngase a imaginar cómo será la vida que llevan ahí. En fin, volviendo al hilo, he comenzado tan lejos para subrayar que, hasta anteanoche y gracias a ese tierno recuerdo de juventud, tenía una predisposición positiva hacia el autor uruguayo. Aunque, si les digo la verdad, no consigo recordar qué títulos leíamos. ¿La tregua? Es tan corto el colegio mayor y tan largo el olvido... Ah no, perdón, que ese era chileno, me hago un lío con el cono sur.
Hasta anteanoche. Pedro y el capitán es un texto viejo como la tos y, sobre todo, banal y plano. No ocurre prácticamente nada que cualquiera no imagine si le dicen "es la sucesión de encuentros entre el torturado y el torturador". Para ser más exactos, el torturador que hace de poli bueno, el que actúa después de las sesiones de tortura para ver si el preso canta de una vez. Ahí en medio, un par de excursiones a parajes líricos, evocaciones de la infancia y el amor como contraste a este (literalmente) sangriento escenario, blabla. Un rollo de cuidado.
No sé cuántas cosas habremos visto con la tortura como tema principal o secundario. Para mi generación tuvieron relevancia, por ejemplo, El portero de noche de la Cavani (¿Qué ha sido de la Cavani? Acabo de ver una foto del 2009 y estaba estupenda a los 76. Como abandoné el cine, no sé ni por dónde anda...) o El crimen de Cuenca de Pilar Miró. Y, sobre todo, Salò o los 120 días de Sodoma de Passolini, una de mis películas favoritas de todos los tiempos. Hablando de tiempos: hay que ver cómo se lo llevan todo por delante. Me pregunto cuántas personas cultas de menos de, pongamos, cuarenta años han visto alguna película de estos tres, que fueron indiscutibles hace un suspiro. En teatro, me voy a limitar a mencionar dos títulos que dejan lo de Benedetti en una cosita de colegio mayor (cuánto colegio en esta entrada): Paso de dos, de Eduardo Pavlovsky, y Guantánamo de Victoria Brittain y Gillian Slovo.
La primera, ejemplo de cómo un texto convencional con los mismos personajes (torturador y torturada) puede ser otra cosa. La segunda, para mostrar que hay también alternativas formales.
Pedro y el lobo es mediocre, se mire por donde se mire. La intención confesa de Benedetti fue la de dar "la respuesta a por qué, mediante qué proceso, un ser normal puede convertirse en un torturador". Este tipo nos dice que le da miedo negarse, no vaya a terminar como las víctimas, y que además empezó gradualmente, torturando gatos. Toma respuesta. Luego añade cosas como "si hablas soy al menos eficaz, si no sólo un sádico" (la cita no es literal). Asegura que sólo como funcionario eficaz puede seguir mirando a su mujer y a sus hijos. Sí, me están entendiendo bien, ése es todo el vuelo de la pieza. A Jonathan Littell le llevó casi novecientas páginas afrontar una pregunta idéntica en Les bienveillantes (Las benévolas) y -como es fácil de entender- le salió una respuesta horripilante e imposible de resumir o siquiera expresar con palabras (para eso está el arte). Como a Passolini o a Pavlovsky. Etcétera.
Los libros de Benedetti corrían de mano en mano en mi colegio mayor. Me pregunto si eso sigue ocurriendo. ¿Se pasan libros los jóvenes? ¿O sólo fotos por snapchat? Lo que pueda ser un colegio mayor ahora me resulta tan remoto como ese lugar que, en algún mapa antiquísimo visto durante mi infancia, se llamaba África Occidental Alemana. Póngase a imaginar cómo será la vida que llevan ahí. En fin, volviendo al hilo, he comenzado tan lejos para subrayar que, hasta anteanoche y gracias a ese tierno recuerdo de juventud, tenía una predisposición positiva hacia el autor uruguayo. Aunque, si les digo la verdad, no consigo recordar qué títulos leíamos. ¿La tregua? Es tan corto el colegio mayor y tan largo el olvido... Ah no, perdón, que ese era chileno, me hago un lío con el cono sur.
Hasta anteanoche. Pedro y el capitán es un texto viejo como la tos y, sobre todo, banal y plano. No ocurre prácticamente nada que cualquiera no imagine si le dicen "es la sucesión de encuentros entre el torturado y el torturador". Para ser más exactos, el torturador que hace de poli bueno, el que actúa después de las sesiones de tortura para ver si el preso canta de una vez. Ahí en medio, un par de excursiones a parajes líricos, evocaciones de la infancia y el amor como contraste a este (literalmente) sangriento escenario, blabla. Un rollo de cuidado.
No sé cuántas cosas habremos visto con la tortura como tema principal o secundario. Para mi generación tuvieron relevancia, por ejemplo, El portero de noche de la Cavani (¿Qué ha sido de la Cavani? Acabo de ver una foto del 2009 y estaba estupenda a los 76. Como abandoné el cine, no sé ni por dónde anda...) o El crimen de Cuenca de Pilar Miró. Y, sobre todo, Salò o los 120 días de Sodoma de Passolini, una de mis películas favoritas de todos los tiempos. Hablando de tiempos: hay que ver cómo se lo llevan todo por delante. Me pregunto cuántas personas cultas de menos de, pongamos, cuarenta años han visto alguna película de estos tres, que fueron indiscutibles hace un suspiro. En teatro, me voy a limitar a mencionar dos títulos que dejan lo de Benedetti en una cosita de colegio mayor (cuánto colegio en esta entrada): Paso de dos, de Eduardo Pavlovsky, y Guantánamo de Victoria Brittain y Gillian Slovo.
A la izquierda, Paso de dos de Pavlovsky. Yo estuve allí (en 1990 y en Buenos Aires). A la derecha, la versión de Rodolfo Cortizo de Guantánamo.
La primera, ejemplo de cómo un texto convencional con los mismos personajes (torturador y torturada) puede ser otra cosa. La segunda, para mostrar que hay también alternativas formales.
Pedro y el lobo es mediocre, se mire por donde se mire. La intención confesa de Benedetti fue la de dar "la respuesta a por qué, mediante qué proceso, un ser normal puede convertirse en un torturador". Este tipo nos dice que le da miedo negarse, no vaya a terminar como las víctimas, y que además empezó gradualmente, torturando gatos. Toma respuesta. Luego añade cosas como "si hablas soy al menos eficaz, si no sólo un sádico" (la cita no es literal). Asegura que sólo como funcionario eficaz puede seguir mirando a su mujer y a sus hijos. Sí, me están entendiendo bien, ése es todo el vuelo de la pieza. A Jonathan Littell le llevó casi novecientas páginas afrontar una pregunta idéntica en Les bienveillantes (Las benévolas) y -como es fácil de entender- le salió una respuesta horripilante e imposible de resumir o siquiera expresar con palabras (para eso está el arte). Como a Passolini o a Pavlovsky. Etcétera.
* * *
Siempre se puede hacer algo, por deficiente que sea el texto. Es una de las grandezas del teatro. No es el caso. Si calcar el tono de la pieza fuera una virtud del director de escena, Vega y Szneiderman se llevarían la palma: el montaje es tan plano como el texto que lo sustenta. Qué falta de chispa, qué carencia de ideas, qué cosa más trillada. Por no hablar de errores básicos en el propio planteamiento aburridamente realista: el peinado y el bigotito de José Emilio Vega se adecúan primorosamente a la época, pero la barba y el pelo de Antonio Aguilar (cardada la primera, melenón el segundo) son hipsters.
Arriba, caracterización hipster (Santi Senso). Abajo, caracterización revolucionario siglo XX (Che Guevara).
Si un izquierdista del cono sur se hubiera presentado así a sus compañeros en los años setenta le hubieran preguntado qué hacía caracterizado de Jesucristo. O estamos o no estamos. O los dos o ninguno. No son tonterías de crítico: en cuanto le quitan la capucha de la cabeza al torturado, la sensación es la de que se ha producido un solapamiento espacio-temporal. Están torturando en 1976 a un señor transportado desde 2016. El cambio de iluminación y ambientación sonora en el arrebato lírico, sorprendente (por lo feo).
Entre la capucha, primero, y la melena Vidal Sassoon, después, que le tapan la cara; la sangre que se va derramando encima; la simulación del acento; la pronunciación defectuosa provocada por los supuestos golpes; las posturas imposibles a las que se ve sometido y los constantes estertores y quejidos a los que le obliga el hiperrealismo, no tengo ni pastelera idea de la calidad como intérprete de Aguilar. El actor debe de estar escondido en algún lugar detrás de todo eso. Tendré que esperar a otra ocasión. Vega, muy flojo. Quién sabe si será otra cosa cuando lo dirijan.
P.J.L. Domínguez
1 comentario:
Si Benedeti hubiera oido hablar del Experimento Miligram https://es.wikipedia.org/wiki/Experimento_de_Milgram se habria ahorrado escribir tantas tonterías y sabría que la gran mayoría, (por no decir todos) llevamos oculto un torturador. Gracias por la crítica.(Ser critico hoy debe ser un trabajo muy duro)
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Ánimo, comente. Soy buen encajador.