miércoles, 23 de marzo de 2016

LA DISTANCIA

Sala: Teatro Galileo Autor y director: Pablo Messiez (versión libre de la novela Distancia de rescate de Samanta Schweblin) Intérpretes: Fernando Delgado, María Morales, Estefanía de los Santos y Luz Valdenebro Duración: 1.05'
Información práctica (el enlace no operativo puede significar que no está en cartel)


No encuentro foto que dé idea más general de la escenografía de Elisa Sanz

Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:

A Messiez, un nombre que ya se vociferaba en la vanguardia, le llegó la consagración la temporada pasada con La piedra oscura, función superlativa aclamada por el gran público. No parece un tipo conformista, porque tras esa incursión en lo convencional –dos personajes en un espacio cerrado, historia lineal- ha escrito un relato complejo y difícil: una moribunda trata de recomponer, con la ayuda de otro personaje que no comprendemos en qué dimensión se encuentra, la secuencia de los hechos que la han llevado a la muerte.


   Se solapan los dos planos: las conversaciones de la protagonista y su Virgilio se superponen a las del pasado reciente que están revisando. La delicadeza de la interpretación y de la dirección escamotea la complejidad técnica tanto de la escritura como de la puesta en escena, de forma que lo que podía ser catástrofe se salda con éxito rotundo. Escenografía y vestuario de Elisa Sanz e iluminación de Paloma Parra son parte orgánica de los redondos trabajos de interpretación. Los cuatro están impecables. María Morales, aplomo rotundo, sostiene la credibilidad de la historia. Los tres papeles de Estefanía de los Santos me hacen comprender el culto que empieza a organizarse alrededor de esta actriz. Cierra la función con un espectacular monólogo.


Y lo que no cabía allí:

ATENCIÓN: REVELO ALGUNOS DETALLES DEL RELATO

(O SEA: SPOILER)
EN EL PUNTO 2


1.- De los comienzos de Messiez me lo perdí casi todo. Cosas del azar. Me perdí, Antes, Muda, Ahora, Las criadas y Los ojos. Me perdí Rumbo a peor y las colaboraciones con Muraday que me cuentan que salieron bien. La única que he visto, El cínico, es una ida de tarro difícilmente soportable, aunque la culpa no sea de los textos. De todo lo hecho antes de La piedra oscura sólo le conocía Las plantas, que no me pareció ni un gran texto ni una gran dirección (más abajo hablaremos de la actriz). Y en esto llegó La piedra oscura. Semejante belleza no puede ser una casualidad ni aparecer de pronto, así que algo debía de haber en todo aquello que me había perdido y con lo que se fue labrando la fama de este hombre. La realidad viene a confirmarlo.

2.-  No conozco la novela de Samanta Schweblin, pero sin duda es más sencillo reflejar estas atmósferas de indefinición y desasosiego en un relato que en el escenario. Es un tópico, pero es ineludible: tratándose de una autora argentina piensa uno en tantas páginas de La invención de Morel  o en cómo el motor de muchos cuentos de Borges es la desorientación del lector, que no sabe si seguir las pistas o si se las inventa él mismo. La distancia (la novela original se titula Distancia de rescate) mezcla un hecho dramático, aunque banal -una intoxicación por productos químicos- con sucesos que parecen paranormales y que en ningún momento terminan de presentarse con claridad. Como en Otra vuelta de tuerca, todo lo que parece extraño en esta historia de niños que se mudan a otros cuerpos podría ser sólo fruto de la mirada enfermiza de las dos madres. Una de ellas agoniza. En la soledad de los últimos minutos, se le antoja que el hijo de la otra (que no alcanzamos a establecer si sobrevivió en su propio cuerpo o se fue a otro y, en tal caso, qué es lo que quedó en el suyo) la interroga, la guía, la acompaña de vuelta a los lugares que provocaron la... análoga "muerte" de su hija. Otra "muerte" análoga.

3.- Ése es uno de los rasgos más interesantes de la pieza: el regreso a una sucesión de hechos perfectamente intrascendentes cuando se produjeron y que sólo adquieren trascendencia al ser sometidos a observación detallada. Es la ilustración práctica de que el universo está contenido entero en cualquiera de sus partículas. La trascendencia se encuentra allá donde se la busque. Aunque es un procedimiento conocido, hasta banalizado por el torrente de ficción policial que consumimos, está especialmente bien usado: coloreado por el tono poético de gran parte de la narración (estupendo el pasaje del caballo huido y el riachuelo) y realzado por la filigrana de conversaciones yuxtapuestas, casi superpuestas.

4.- La función dura exactamente lo mismo que La piedra oscura: 65 minutos. La duración se considera habitualmente un factor de primer orden en otra de las artes del tiempo, la música, pero se menciona, a mi juicio, sorprendentemente poco al hablar de teatro. Desde cierto punto de vista, la carrera de un director de escena puede entenderse como el avance en el dominio de la organización de duraciones progresivamente más extensas. Como la de un compositor. En este sentido, Messiez ha demostrado dominar perfectamente este formato. La realidad dura exactamente lo que tenía que durar.

5.- Primero los intérpretes, luego los autores, detrás los directores y -mucho después- todos los demás. Ésa es la escala de popularidad. Como diría mi madre, ley de vida. Vayan a preguntar al público quién firmaba la escenografía de lo que acaban de ver. Es, por tanto, mucho más difícil destacar, porque recordamos muchos menos nombres. Elisa Sanz tiene un curriculum brillante. Este enlace les lleva a las menciones en mi blog, donde podrán comprobar que ha firmado verdaderas preciosidades. Pero el escenógrafo no está ahí para ponerlo todo bonito, sino para conseguir un espacio que contribuya al desarrollo de la draturgia. A veces tiene que ser bonito, a veces ni falta que hace. A veces es figurativo: miren la arqueológica reconstrucción de un interior de los cincuenta en El hermano, en el Español hasta hoy (horror, olvidé colgar la crítica). A veces, abstracto. Sanz ha dispuesto aquí, y creo que con gran acierto, una escenografía a medio camino entre la abstracción (los grandes marcos metálicos) y una figuración moderada (la mesa de la cocina, los asientos del coche, el bidón derramado al fondo) que funciona a maravilla y que Messiez usa saltándose lo justo las convenciones (por ejemplo: el cenicero del coche es uno de esos ceniceros sesenteros de salón con pie incluido). Mención para el vestidito de Estefanía de los Santos cuando hace de niña. La iluminación de Parra podría ser tildada de efectista, pero yo diría que el efectismo le sienta bien a esta función de cosas raras (si quiere leer una breve reflexión sobre los problemas de vocabulario para referirse a lo no convencional, siga este enlace).

6.- Fernando Delgado tiene que competir en la red con su ilustre y homónimo predecesor. Le aconsejaría que se cambiara el nombre mientras esté a tiempo. Tiene el papel más ingrato de la función, un ser que no sabemos ni en qué dimensión está y que se pasea por ahí en medio, sobre una tabla con ruedas, estorbando -es un decir- a la acción. Debe estar y no estar. Sale perfectamente airoso. Luz Valdenebro, a la que no recuerdo en Urtain pero sí -cumplidora- en En el estanque dorado, está aquí bastante más que cumplidora.  A María Morales la descubrí en Como si pasara un tren. Emergía poco a poco: Marina Salas tenía un papel chisporroteante que la dejaba en segundo plano, pero a medida que avanzaba la función (y, después, su recuerdo) crecía el suyo. Aquí se mantiene en la medida justa de dramatismo, y era fácil pasarse.

Ahora les cuento lo de Estefanía de los Santos. La vi en Las plantas, y ella (con la pequeña ayuda de Nina Simone) era la función. Desgarro. La vi en Marca España. La vi en Siempre me resistí a que terminara el verano. Siempre más o menos un poco lo mismo. Les copio lo que dije respecto a la última:
Estefanía de los Santos está fotográfica. Vamos, que parece una foto del tipo de mujer que representa. Todavía no puedo decir si es una actriz excelente o esto es un as herself, porque la he visto tres veces (Las plantasMarca España) y las tres prácticamente en el mismo papel: intensa, explícita, expuesta. Desde luego, aquí le va de miedo a la función. Espero verla alguna vez en algo más reposado. Estuvo nominada a un Goya por Grupo 7, pero prácticamente no veo cine.
En La distancia comienza con un papel de curandera esotérica, turbante incluido. Clavada a las anteriores: intensa, explícita, expuesta. Me pregunto ahí, "¿nunca la veré en otro registro?". Y, zas, ahora es una niña. Y flipo. Y me pasmo. El resultado es simplemente maraviloso. Casi no gesticula, sólo mira, y se nos aparece una niña de corta edad. Perfectamente en su sitio, en ese segundo plano en el que se mueven los niños cuando los adultos están a lo suyo. Y la función sigue, y llega a su final, y es la niña que ha crecido (o vaya usted a saber qué ente, vistas las cosas que hemos visto) la que la cierra con un monólogo espléndido: tan espléndido este registro todo moderación y recato como aquellos del desparrame. Me parece que esta mujer nos va a dar muchos momentos de emoción. Tiene razón Messiez en llevársela puesta a lo que haga.
P.J.L. Domínguez

          
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