sábado, 25 de octubre de 2014

EL PRINCIPIO DE ARQUÍMEDES

Sala: Teatro de la Abadía Autor y director: Josep Maria Miró Intérpretes: Rubén de Eguía, Roser Batalla, Albert Auselle, Santi Ricart Duración: 1.20'
Información práctica (el enlace a un callejón sin salida puede significar que la función ya no está en cartel)


Iba a ser muy complicado explicarles la escenografía sin esta ilustrativa foto de la
página del Teatro de la Abadía.
Una niña ha dicho que el monitor de la piscina le ha dado un beso a un niño. En los labios. El padre del niño la lía parda. 

* * *
Primero: hay asuntos en esta sociedad que da miedo hasta mencionar. Sobre todo, dos: el terrorismo y la pederastia. Eso es lo que la pieza investiga. El parentesco con Doubt: a parable (La duda) y Oleanna es sólo aparente. En estas dos piezas, el quid de la cuestión es si el abuso o el acoso ha existido en realidad, o es sólo una figuración de alguien (de la superiora en el primer caso, de la eventual víctima en el segundo). El problema que plantean al espectador es, por tanto, cómo y con qué criterios puede uno tomar partido ante una situación de este tipo, en la que no es humanamente posible dilucidar lo ocurrido. Por cierto, no esperen que yo se lo revele, me quedo tan perplejo como cualquiera. Los dioses me libren de tener que tomar decisiones alguna vez ante hechos de esta naturaleza.

Shirley MacLaine y Audrey Hepburn en The children's hour.
En El principio de Arquímedes la cosa está clara. En este sentido, se parece más a La calumnia (The children's hour -el traductor se lució-, pieza de ¡1934!, llevada al cine en 1961). También es una niña la que da comienzo al drama. Aunque luego las cosas vayan por caminos muy distintos.

SPOILER - SPOILER - SPOILER

¿Lo ha entendido? Si no quiere que le revele la trama, no siga leyendo. Allá voy.

Aquí no ha ocurrido nada. Nada más que la paranoia de un padre que -el texto lo deja claro- nunca se ha hecho cargo de su niño, más que cuando en un arrebato irreflexivo ha decidido montar un brutal escándalo público por el comentario de una niña de muy corta edad. Con una justificación odiosa por bandera, que cada vez se oye más por ahí en todas sus variantes: Si no es madre no puede entenderlo. Va a resultar que para saber de quesos habrá que ser oveja o, para opinar de fútbol, delantero centro. Tendremos que establecer que cuando haya que legislar sobre educación, salgan de los parlamentos los diputados que no tengan hijos. Si es sobre sanidad, los que no tengan parientes enfermos. Cuando hablen de hipotecas, que se vayan los que vivan de alquiler. Etcétera. 

¿Recuerdan lo que grita, cada vez que hay un tumulto, la mujer del pastor de los Simpson? ¿Pero es que nadie va a pensar en los niños? Ocurra lo que ocurra, sea cual sea el problema, la mención de los niños dramatiza de inmediato cualquier cuestión. E intente usted poner cordura. ¿Ha visto alguna vez la mirada de gorila agresivo que se le pone a uno de estos padres cuando sospecha... yo qué sé, que alguien ha llamado tontín a su hijo? 

¿No les sorprende que esta mujer tenga que enseñar a los padres cosas que
nuestros padres y abuelos sabían hacer con el pie izquierdo? ¿Dónde se
interrumpió la transmisión del saber educativo, que los bosquimanos dominan
perfectamente en sus aldeas?
Esta sociedad vive una relación paranoica con sus hijos. No es ningún secreto. Nos la explican en la tele día sí, día no. Como no tenemos tiempo para prestarles atención, intentamos compensar la culpa que ese pecado nos produce por todas las vías (erradas) posibles: la sobreprotección, la satisfacción de los caprichos, la renuncia a imponer disciplina, la preocupación -neuróticamente desviada- hacia cualquiera que haga daño al niño, el fantasma de la pederastia. El problema es dónde consideramos que empieza el daño, claro está. Cuando yo era niño, cualquier adulto podía reprender a cualquier niño que se comportara mal en cualquier sitio. Los padres agradecían ese comportamiento, porque -como dice mi amiga A.- para criar a un niño hace falta toda la tribu. Atrévase ahora.

Decíamos, pues, que no ha ocurrido nada. Pregunté, por si acaso, a varios espectadores a la salida. Unanimidad. El texto tiene la valentía de no presentar un maravilloso héroe inocente y mártir, sino un chico frivolón, casi tontorrón, con la prepotencia del que se sabe joven y hermoso, al que en algún momento dan ganas de propinar un sopapo a ver si espabila. Da igual. No por ello tiene menos derecho a que se presuma su inocencia. Más: no sabemos si tiene pareja, si le gustan los chicos o las chicas. Estupendo, estos simples detalles -y recordemos que la moral cívica y la ley le permiten no revelar tales datos si no le da la real gana- van sumando motivos de sospecha. Es el viejo truco de los fascismos: si eres inocente, ¿qué más te da que revisemos tu casa, tu vida, tu correo, tu conciencia? Cuéntanos si tienes novia, si tienes novio, ábrenos tu alma. En fin, en sólo un día, la vida se convierte en un infierno, sólo porque un botarate no es capaz de prescribirse un poco de calma a sí mismo antes de publicarlo todo en Facebook. Por cierto: no es que tenga tiempo para derrochar, y no voy a desparrarme por ahí, pero recuerden que la acusación gratuita de hacer monstruosidades a los niños ha caído sobre todas las minorías perseguidas de cierto fuste a lo largo de los siglos: brujas, gitanos, judíos... hasta masones y comunistas.

* * *

La función explora las reacciones del padre (poco que explorar, es un cabestro), el acusado -que va dándose cuenta poco a poco del abismo que se le ha abierto a los pies- la jefa y el compañero. De manera hiperrealista, aunque matizada por el orden de las escenas: no están en orden cronológico, y Ordóñez explicó tan bien la sucesión, y sus motivos, que mejor que se lo lean a él. La escenografía de Enric Planas, muy ingeniosa, guarda estrecha relación con esa estructura de escenas. Miren la foto de arriba del todo. El público está sentado en dos graderíos a ambos lados. Usted está viendo ahora una ventana iluminada a su derecha y unas duchas y unas taquillas a su izquierda. El público que está sentado enfrente de usted lo ve todo, lógicamente, invertido. En la transición a la escena siguiente se hace la oscuridad, y cuando vuelve la luz... ¡zas! Verá la ventana a la izquierda y las duchas a la derecha. Como, además, las escenas se solapan, verá parte de la acción repetida, pero como si usted mismo se hubiera desplazado al graderío de enfrente: la directora ya no entrará por la derecha, sino por la izquierda, ya no verá al protagonista por detras, sino por delante (esto tiene su gracia cuando el guapísimo muchacho se desnuda, claro, y eviten las risitas que ya son adultos), etcétera. ¿Cómo se produce el efecto mágico? Solución: hay un bloque de duchas y taquillas en cada extremo (idéntico pero invertido), que se desliza. En cada escena, se esconde el de un lado (dejando a la vista una ventana, una puerta y un lavabo), y se saca el del otro, escondiendo los elementos citados. Un procedimiento elemental con un efecto espectacular.
* * *
Me ha costado lo mío, pero ya tienen definidas las coordenadas en las que se mueve la función: la historia, el planteamiento realista, la estructura temporal, el truco escenográfico. Insisto en ello, porque todo esto hace que estuviera ya definida antes incluso de empezar los ensayos en una proporción mayor que la mayoría de espectáculos de teatro. Prácticamente, lo unico que faltaba era elegir los intérpretes y dirigirlos. 

Bien, todos. Tuve mis dudas sobre el protagonista durante la función, pero me he dado cuenta después de que mi prevención no se debía al actor, sino al personaje. En otras palabras: que Eguía lo clava. No se rían de mí, esto le ocurre al más pintado. Ya les he dicho más arriba que una de las virtudes del texto radica en que la injusticia que se está perpetrando contra este muchacho subleva al espectador a pesar de que el chico resulta repelentillo en algún momento: tan evidentemente consciente de ser guapo, tan evidentemente consciente de ser simpático, tan evidentemente consciente de estar por encima de su compañero. Eguía consigue hacer patente todo eso sin ahogar los aspectos de ingenuidad inherentes a su juventud, logrando incluso una cierta mirada tierna sobre sus salidas de tono; sobre todo, sin impedir la empatía del espectador. Me va a gustar verlo en lo próximo que haga.

Eguía es también un acierto por su aspecto físico. ¿Saben cómo me he dado cuenta? Viendo al protagonista de la versión mexicana. Lo tienen en esta foto de la izquierda, y lo pueden comparar con la de arriba. Nada que ver. El asunto gana con menos rotundidad, con un físico más leve y con una cara más ingenua.

Roser Batalla: estupenda, sin paliativos. Una mujer seria, adusta, pero que tiene aprecio por el chico. Atrapada en una situación imposible. Una de esas cosas -intérpretes, directores, autores- que hacen lamentar que no haya más comunicación teatral entre Madrid y Barcelona (y eso que, últimamente, vamos bastante bien). Auselle, estupendo también. No es fácil hacer este papel del chico en segundo plano, no muy esto, no muy lo otro, no muy nada.

El desnudo de marras. ¿Harían ustedes
esto para desafiar a su jefa?
Hay dos trampas. La jefa pregunta al monitor: "Pero, ¿a ti te gustan los niños?", o algo parecido. Y él, no recuerdo si responde "no sé" o "creo que no". En cualquier caso, responde algo ambiguo. Esa ambigüedad se desvanece de inmediato en las frases posteriores, está claro que no le gustan. El suspense apenas dura unos segundos, y está forzado. Todos pensamos: "Desde luego, yo no respondería eso". Suena falso. Segunda trampa: el desnudo. El chico se quita de golpe el traje de baño en un gesto de desafío hacia su jefa, están muy cerca. También queda falso, nadie haría eso, y estamos en un contexto marcadamente realista. El desnudo sobra. Mis lectores habituales estarán pensando "este tío nunca está conforme, cuando no se desnudan los quiere en bolas, y si se desnudan, protesta". No siempre. Por citar el último que he visto, hay uno en La calma mágica que está muy bien puesto, ya les contaré. Es cierto que esto es un vestuario, que el protagonista principal está en traje de baño casi toda la obra, que sería muy natural que se desnudara y que alrededor de un 50% de los espectadores está deseando que lo haga, por motivos obvios (motivos que no hay que desdeñar). Yo también lo hubiera desnudado, pero con el pretexto banal de un cambio de ropa, y como creo recordar que hizo Pandur con Peris-Mencheta en Inferno: muy al prinicipio. Así ya se ha visto todo, y nos quitamos de encima esa fuente de turbación.
* * *
En resumen, una función interesante en muchos aspectos. Además, puede usarla como prueba del algodón de su ubicación ideológica, según opte por la seguridad o por la libertad. ¿Cree lícito que el padre del niño destroce la vida del monitor para hacer desaparecer cualquier amenaza sobre la integridad de los niños de la piscina, por remota que sea su probabilidad? Prefiere la seguridad, es usted de derechas. ¿Cree, por el contrario, que habría que dejar perfectamente en paz al monitor ante la completa ausencia de prueba fiable, olvidando esa remota amenaza? Ha votado por la libertad, es usted de izquierdas.
 P.J.L. Domínguez

           

1 comentario:

Darío dijo...

Lo cierto es que, con ese cuerpo y esas nalgas puede hacer lo que quiera.

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Ánimo, comente. Soy buen encajador.