domingo, 22 de diciembre de 2013

MONTENEGRO

Sala: Teatro Valle-Inclán Autor: Ramón María del Valle-Inclán (versión de E. Caballero de las Comedias bárbarasDirector: Ernesto Caballero Intérpretes: Fran Antón, Ramón Barea, Ester Bellver, David Boceta, Javier Carramiñana, Bruno Ciordia, Paco Déniz, Silvia Espigado, Marta Gómez, Carmen León, Toni Márquez, Mona Martínez, Rebeca Matellán, Iñaki Rikarte, José Luis Sendarrubias, Edu Soto, Juan Carlos Talavera, Jandri Topera, Alfonso Torregrosa, Yolanda Ulloa y Pepa Zaragoza. Duración: 2.50' (entreacto de 15 minutos)
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)


Edu Soto y Rebeca Matellán.

Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:



Ernesto Caballero ha dado un triple salto mortal sin red y ha caído de pie. La reducción de las Comedias Bárbara no parece ni un Valle-Inclán explicado a los niños ni una novela condensada del Reader’s Digest. Ése es el primer gran acierto. El segundo, la selección de veintiuna personas entre las que no desentona nadie, algo muy infrecuente. Tercer acierto: un ritmo sostenido, con las transiciones perfectamente cosidas, apoyado por una iluminación casi violenta que se convierte en un elemento narrativo más. En resumen: un espectáculo atractivo que resalta el tronco principal de la trilogía sin cargarse su atmósfera. Pega: final un poco abrupto.

  Barea, reciente premio nacional, da el físico, la voz y la actitud de Don Juan Manuel, aunque abusa quizá de un registro monocorde. Estupendas ellas: Rebeca Matellán, Sabelita entre sumisa, alucinada y lúbrica; Yolanda Ulloa, esparciendo seguridad a su alrededor; Mona Martínez, que hace crecer hasta el protagonismo al personaje de la Roja. Las escenas de las tres son las de mayor altura dramática.

También muy bien Bellver, Gómez, Zaragoza y León. Estupendos ellos: Edu Soto y Janfri Topera sobre todo, el loco y el pícaro. Pero también Torregrosa y Talavera, y los malos hijos. Todos compenetrados, todos cantando en el mismo coro. Funciona

Y lo que no cabía allí:



1.- No, no me cupo ni una palabra sobre la escenografía de Raymond. Es una decisión arriesgada ésta de disponer a piñón fijo un puente de piedra de tres arcos para una función que transcurre en mil lugares diversos, tanto exteriores como interiores. Creo que con otra iluminación hubiera sido poco soportable. Pero, por lo que recuerdo, las luces de Valentín Álvarez no dan ni por un instante la posibilidad de percibir de manera natural las dimensiones, formas, colores y acabados del espacio escénico, que adquiere mil aspectos diversos: el puente es, durante buena parte de la función, un fondo neutro (ése de la foto de arriba corresponde, por ejemplo, al interior de la iglesia). Así que bien por la decisión arriesgada. 

2.- El final que me tocó no era sólo un poco abrupto, sino que contenía el único detalle que desentonaba en el aspecto visual de la puesta en escena: la máscara cadavérica de la figura que recogía al protagonista en sus brazos. Pero me cuenta un pajarito que ha habido varios cambios, por lo que puede ser que la función termine ahora más redonda. Otras licencias, que podrían parecer en principio poco coherentes con el estilo general, funcionan. Me refiero a las imágenes -crucificado, Niño Jesús...- personificadas por actores, un poco a la manera de Hugo Pérez, que en algunos momentos aparecen en último plano. 

3.- El vestuario funciona también, con piezas de fuerza como las que llevan en la foto inferior Alfonso Torregrosa (de rodillas en el extremo izquierdo), Pepa Zaragoza (sentada a los pies de Barea), Rebeca Matellán (de pie a su lado, con el vestido gris) y Edu Soto (tras sus faldas), incluidos los haces dorados de imaginería religiosa en la cabeza.


Sólo pondría una pega menor: los retales de piel sobre los hombros del protagonista (debe de llevar una maldición encima, le hicieron lo mismo en En la vida todo es verdad y todo mentira) y de sus hijos. ¿Quizá para subrayar su condición de lobos? Puede ser una manía mía, también me pareció horroroso lo de las pieles en El caballero de Olmedo.

4.- Decía en la Guía que, a mi juicio, los momentos más logrados del montaje son los que interpretan, de dos en dos, con algún solapamiento de las tres en escena, Rebeca Matellán, Yolanda Ulloa y Mona Martínez. La compleja Sabelita de Matellán me va gustando más a medida que pasa el tiempo desde que la vi (esto suele pasar): apasionada pero contenida. La Ulloa da gusto siempre, hace unos años la vi salvar una función. Es de esas actrices que saben pisar el escenario, se mueve como Pedro por su casa. Mona Martínez está soberbia como la Roja (la ven en la foto de aquí al lado). Fue de lo mejorcito en la Yerma de Narros.


5.- Hay loco y hay pícaro: Fuso Negro y Don Galán. Arquetipos malditos. La mayoría de las veces, nadie entiende qué pintan en los textos: si tiene uno que reírse o llorar, si ha entendido los chistes, si no interrumpen el fluir de una historia más o menos seria. Están muy bien planteados por Caballero y muy bien resueltos por Edu Soto y Janfri Topera, se entienden, quedan colocados en su lugar del paisaje. Después de ver a Soto en El lindo Don Diego y ahora aquí, es evidente que es un gran actor, dotado sin duda para estos papeles fuertemente caracterizados. Estaría bien verlo ahora en algo más neutro y comprobar si, como parece, sabe hacer de todo.

6.- Ester Bellver construye una Pichona estupenda, sin caer en la lubricidad estereotipada. Agradable sorpresa, después del mortal aburrimiento de ProtAgonizo. Sí, ya sé que toda la crítica dijo que era la octava maravilla. Yo me aburrí como pocas veces. Carmen León coloca de miedo las pocas frases de Andreíña. Me dejo bastante gente sin nombrar, pero insisto en lo dicho en la Guía: el conjunto funciona con gran cohesión. Si pudiera cambiar algo, le añadiría a Barea algún color más en la paleta y le pediría a Boceta -un tipo que ha funcionado muy bien en la CNTC- algo más de fuerza. Pero ya saben, si el crítico no se queja de algo, no se queda tranquilo. Vayan, llenen el teatro y contribuyan a salvar el teatro público. La función lo merece.

P.J.L. Domínguez
           

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