martes, 17 de octubre de 2017

SMOKING ROOM

Sala: Teatro Pavón Kamikaze Autores: Julio Walovitz y Robert Gual Director: Robert Gual Intérpretes: Secun de la Rosa, Edu Soto, Miki Esparbé, Manuel Morón, Pepe Ocio y Manolo Solo Duración: 1.25'
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)


Edu Soto y Manolo Solo

Hay algún compañero bloguero que puntúa, en cada función, diversos apartados. Es una técnica que me ha tentado alguna vez, porque tiene la ventaja de que el lector asimila el resumen de un vistazo. Pero, sin embargo, se topa de bruces con lo inefable. Esta semana he visto dos funciones - la otra es La dama duende- en las que casi todo está bien e, incluso, algunas cosas están muy bien (la interpretación, por ejemplo, en ambas). Y algo les falta, no despegan. ¿Cómo lo llamamos? ¿Chispa? La tentación de llamarlo, lorquianamente, duende es muy fuerte, porque da pie a cambiar el título que acabo de citar por el de La dama sin duende, como perversamente me apuntó JM a la salida. 

Les voy a decir algo que un crítico no debería decir: por muchas vueltas que demos a todo, por muy divertido (o soporífero) que sea glosar, analizar, descuartizar y someter al microscopio un espectáculo, a fin de cuentas, y como decía Unamuno, todo se reduce a justificar racionalmente una opinión que sale de las tripas y que es casi siempre binaria: sí o no. Al máximo, ternaria: sí, no, más o menos. Una opinión de vistazo global que, en la mayoría de los casos, es metafísicamente imposible de justificar. Nos damos aquí de bruces con el callejón sin salida de toda crítica basada en el gusto: el je-ne-sais-quoi, el non-so-che. Todas las ramas críticas posteriores (social, sicológica, económica, formal-estructural, política...) rompieron la baraja y olvidaron el asunto. Y los que andamos chapoteando en la crítica cotidiana (que, como decía un amigo mío, corre siempre el riesgo cierto de acabar en crítica taurina) ponemos un poco de esto y un poco de aquello. Siempre con la obsesión de intentar evitar el no-sé-qué.

Pues bien, no sé qué le falta a Smoking room. Es un buen texto, son óptimos intérpretes, no me atrevería a decir que nada desentone... pero la cosa no alza el vuelo. Me aburrí, y eso es lo único imperdonable en un teatro. Me exprimí las meninges durante toda la función, preguntándome qué ocurría. Y el único atisbo de explicación me lo dio el monólogo de Edu Soto (el de "mi mujer me ha cambiado la cerradura de la puerta"). A pesar de que hay escenas muy logradas -la primera, sin ir más lejos- es el único momento en el que uno se deja llevar y la función invade al espectador. ¿Por qué? Creo que porque es la interpretación más teatral de todas. El resto es casi naturalismo. Muy bien escrito, repleto de esas vacilaciones, repeticiones, solapamientos que constituyen una conversación real. Una puesta en escena de realismo extremo se sostiene con facilidad en el cine; en el teatro, corre el riesgo de aproximarse a las cámaras 24 horas de Gran Hermano.

El realismo (sí, no, cuánto) es la cuestión central del teatro. El hiperrealismo representa -con Gran Hermano 24 horas acechando siempre- una opción extremadamente difícil, necesitada de un pulso de dirección que no puede desbarrar ni un milímetro. Puesto a excavar en el baúl de los recuerdos, se me ocurren dos acertados: el de la Trilogía sobre algunos asuntos de familia o el de Cenizas a las cenizas de Cortizo (también sus Últimas cintas de Krapp, ingesta de plátano incluida). Dos proezas. Es verdad que Smoking room no llega a ese nivel de naturalismo, que se desliza levemente hacia el sainete costumbrista en algunos tramos. Pero me parece (todo esto es sólo una hipótesis) que el exceso de intención realista es el lastre que no deja despegar. Algo de tijera en los diálogos, un poco más de teatralidad y quizá tuviéramos un bombazo, con esos intérpretes.

Sea eso o sea el je-ne-sais-quoi, algo falta. Vayan al Pavón. A ver Barbados.
P.J.L. Domínguez
          

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