lunes, 16 de octubre de 2017

CONTRA LA DEMOCRACIA

Sala: Teatro Galileo Autor: Esteve Soler (traducción del propio autor) Director: Antonio C. Guijosa Intérpretes: José Vicente Moirón, Meme Tabares, Gabriel Moreno y Marina Recio Duración: 1.30'
La función ya no está en cartel


Vaya bluf. Me voy al Galileo perdiendo el flato y tropezándome con los adoquines como todo fiel seguidor de la novedad, la vanguardia, lo alternativo y -en resumen- el dernier cri debe hacer, a ver POR FIN en castellano la obra de este -así dicen- nieto de Kafka, sobrino de Beckett... y yo qué sé qué más, traducido a todas las lenguas de nombre pronunciable y con estos título que auguran al contestatario, al rebelde, al autor de textos corrosivos que dejarán temblando nuestras más íntimas convicciones: Contra el progreso, Contra el amor y Contra la democracia. Si pasó por allí y aquello le pareció una broma, no se fustigue: en mi función casi todo el mundo salió con la cara larga hasta el suelo. Aunque también había una chica que aseguraba haber ido por tercera vez, el gusto es libre.

Les diré que esto le parece la octava maravilla a, por ejemplo, alguien con tanto talento como Carlos Be. Y a otros miles, pero me resulta incomprensible. Los textos son banales-banales-banales. Si la cosa va de especulación, la idea de los malvados para despistar a la opinión pública es recurrir al fútbol. Una denuncia de absoluta novedad, ya me lo decía mi padre antes de que muriera Franco. Así, todo. En cuanto a la capacidad revulsiva de los textos, me troncho. Estas caricaturas de especulador, por ejemplo, podían resultar iluminadoras en las vanguardias del siglo XX (cuando los ricos gordos con puro y chistera), estas fábulas con insecto podían golpear cuando llegaron... pero me parece de aplicación aquello de que el primero que comparó a la mujer con una flor fue un poeta y el segundo un imbécil (dado que los tiempos van como van, me apresuro a subrayar que esto es una cita de Voltaire y que no pretendo llamar imbécil a nadie; si la frase fuera mía diría "la primera comparación era poesía y la segunda una tontería", que es muy distinto). ¿Dick Cheney y Leopoldo II abusando de una camarera en un bar? ¿De verdad que esto les parece rompedor? Pues lean el texto y a ver dónde ven la gracia o si encuentran algo que no se les hubiera ocurrido también a ustedes (que no tienen por qué ser dramaturgos). La escena que mayor interés pareció suscitar en mis compañeros de función fue la de la musulmana, que se desarrolla en árabe, y que -aparte de cargarse la unidad estilística de la obra, porque viene de otra galaxia- es melodrama del facilón (y menos mal que la intérprete, Meme Tabares, es estupenda). Las otras seis, puestas una detrás de otra, pase: una cosilla aburrida y mal resuelta. Con ésta, un colosal despropósito.

De las siete escenas... Ah, no, esperen. Aquí quiero detenerme. Como les he dicho muchas veces, el verdadero reto de un texto no lineal (no convencional o como quieran llamarlo, lo he llamado en algún sitio teatro de lo imprevisible) es la duración. De ahí el espectacular logro de Esperando a Godot, que mantiene la atención en vilo (si se monta bien, claro) sin avance lineal del relato. Ahí tienen la fantástica Cenizas a las cenizas, en la que incluso un cerebro privilegiado como el de Pinter se detiene a los cincuenta minutos. Estas piececitas duran una media de trece minutos. Así cualquiera, si me permiten la odiosa expresión. Los trece minutos permiten plantear una situación sin necesidad de rematarla. Y no me refiero al remate de "se casaron y comieron perdices" o "el asesino era el mayordomo", sino a un remate formal (o a-formal, o ni esto ni lo otro sino todo lo contrario) satisfactorio. Volvamos al hilo.

De las siete escenas que componen la obra hay una que tiene algo más de chicha, que no cae en lugares comunes y que no avanza a base de diálogos más o menos descontados desde el planteamiento inicial: la del desaparecido número... ¿seis? Ahora no recuerdo si era el seis o el siete, pero poco importa. Entre el costumbrismo de escalera de vecinos y el absurdo, tiene su gracia. Sería muy interesante ver esto extendido hasta la horita de duración. Ahí está lo difícil.

Como en estos casos en los que mi percepción choca contra el aplauso universal, me he ido a ver la opinión de otros. Vallejo aplaude. García Gazón se reserva. ¿Saben lo que creo yo? Que esto es el Paulo Coelho de las vanguardias. Lo alternativo y lo contestatario explicado a los niños en cómodas píldoras. Les aseguro que el día que pasen por Madrid Contra el progreso y Contra el amor volveré a ir deseando encontrar algo que justifique la carrera.

Dicho todo esto, Carlos C. Guijosa ha hecho maravillas con la puesta en escena. No creo que se pudiera hacer mejor, incluida la música de Charada, que yo hubiera utilizado en exclusiva. Pero no hay quien levante el texto, el aburrimiento no es mortal única y exclusivamente porque son siete historias distintas, y eso da un poco de aire.
P.J.L. Domínguez
          

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