lunes, 23 de octubre de 2017

EL FLORIDO PENSIL, NIÑAS

Sala: Teatro Marquina Autor: Andrés Sopeña y Kike Díaz de Rada Directores: Fernando Bernués y Mireia Gabilondo Intérpretes: Esperanza Elipe, Chiqui Fernández, Mariola Fuentes, Nuria González y África Gozalbes Duración: 1.30'
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)

No encuentro ni una sola foto con el elenco del Marquina, pero se hacen una idea
del aspecto escenográfico.
Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:

PERDIDAS EN EL SISTEMA

Andrés Sopeña publicó El florido pensil hace la friolera de veintitrés años, y desde entonces la genial ocurrencia no para de dar saltos: del libro al teatro, del teatro al cine y –ahora– vuelta al teatro en versión femenina. ¿Podía prever alguien que un asunto tan árido como la educación durante el franquismo era material susceptible de convertirse en un éxito popular? 

El acierto está en el enfoque. La crítica a la delirante pedagogía fascista, casi más delirante por obtusa que por fascista, rezuma de cada línea, pero el tono está bañado en nostalgia y ternura. La nostalgia por el tiempo que se fue, la ternura que producen estas niñas que sobreviven a base de ingenuidad perdidas en un sistema incomprensible.
Hay algo que aprecio mucho en las propuestas teatrales: que la promoción se corresponda con lo que después ocurre en la sala. El florido pensil, niñas da exactamente lo que promete. Un buen rato de entretenimiento, una ocasión para repasar la historia (y, en el caso de los mayores, la propia vida) y bastantes risas.

La función tiene un momento de virtuosismo interpretativo y de dirección –la sucesión de escenas cortas en casa de cada niña, con las intérpretes saltando de personaje– y un punto álgido en la intervención de la inspectora falangista. Claro, la inspectora es Esperanza Elipe, y eso es ya mucho decir.

Y algunas cosillas que no cabían allí:


He estado pensando (la verdad es que he tenido tiempo, hace más de un mes que la vi) si el montaje se tiene en pie sólo por la formidable concentración de talento y experiencia de las cinco actrices o si el asunto ya tiene algo dentro que lo hace interesante. Resultado de la reflexión: tanto monta, monta tanto. Desde luego, no sería lo mismo sin estas cinco estupendas mujeres, pero es el tono -ya lo decía en la crítica en papel- lo que sustenta el invento. Un poco más hacia el aborrecimiento que el delirante sistema provoca en cualquier mente sensata y estaríamos en pleno teatro de denuncia (que se puede hacer de perlas, pero del que estamos hartos de ver ejemplos que pretenden que la justicia de una causa salva un resultado teatral; ah, y les dan premios). Un poco más hacia el surrealismo infantil y nos íbamos al potito bajo de sal. El punto de condimento ha dado un producto de entretenimiento plus, una categoría que el público adora porque se lo pasa en grande y, además, sale con la sensación de que algo le han alimentado el intelecto. Hay grandes títulos en ese cajón.

Ahora que pasa por aquí el Pisuerga les hago una anotación. He leído estos días varias críticas de El cantor de México (a ver si me da tiempo a colgarles la mía este fin de semana, la publiqué hace un par de viernes). Supongo que no las habrán visto, porque esto de los géneros es como la división de las sectas que se reparten el Santo Sepulcro, que no se dan ni los buenos días, en los días buenos, y que en los malos lo que se dan es con el candelabro en la cabeza. Las críticas de zarzuela (opereta, para ser exactos en este caso) salen en gran número en las publicaciones dedicadas a la música, que los aficionados al teatro no rozan. Seguramente, las cosas no pueden ir de otra manera. Pero, volviendo al hilo, me ha sorprendido enormemente que una gran cantidad de ellas se ve en la necesidad de reivindicar el puro entretenimiento y subrayar que no cabe puesta en escena que escarbe en ese título algún supuesto valor intelectual, crítico... Hasta he visto una hoy que ha encontrado (!) enfoque crítico en el montaje de Sagi.

A mí no me pillan en ese convoy. El entretenimiento es uno de los valores mas altos del teatro. La gente paga una entrada y llega a su butaca después de tener una bronca con su pareja, de soportar la larga enfermedad de un ser querido, de partirse la cabeza con las mil dudas sobre la educación de sus hijos o de calcular detenidamente si puede permitirse el gasto. Si, durante una o dos horas, los profesionales que están ahí arriba con las mismas mandangas en la cabeza (eso es lo más mágico) consiguen hacerles olvidar lo que los amarga (sin los efectos secundarios de otras formas de evasión), de verdad que no veo la menor necesidad de andar defendiendo el entretenimiento. Por eso se condecora a Lina Morgan, con total justicia. Y más gente que habría que condecorar.

Por eso decía en la crítica en papel que El florido pensil da lo que promete. El teatro estaba lleno de gente que había ido a divertirse y que se divirtió.

Apartadillo final sobre la Elipe. Es lógico que una persona con semejante vis cómica tenga una proyección popular centrada en ese aspecto. Tampoco ocurre nada si alguien dedica su vida a la comedia, ahí arriba nos salía Lina Morgan y podríamos citar docenas de eximios ejemplos. Pero me encantaría ver a esta mujer haciendo una gran protagonista dramática. Un papel sin alharacas, adecuado a una expresividad de detalle o, incluso, una comedia con amarguras (me estoy acordando de Isabel Ordaz en El caso de la mujer asesinadita, algo así). A ver si llega un director de escena y me da el capricho.

Ya llevo otra vez un retraso de narices: Escenas de la vida conyugal, El cíclope, El cantor de México, Dentro de la Tierra, Terrenal... Pero me apresuro a decirles que saquen entradas para La noche justo antes de los bosques (título con traducción alternativa a la habitual) en La Puerta Estrecha. Va a haber tortas. El viernes les cuento.
P.J.L. Domínguez
          

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