Sala: Teatro La Latina Autor: Éric Assous Director: Gabriel Olivares Intérpretes: Gabino Diego, Antonio Garrido y Antonio Hortelano Duración: 1.25'
Información práctica (el enlace no operativo puede significar que no está en cartel)
Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:
Y lo que no cabía allí:
Éric Assous ha hecho en Francia todo lo que un escritor
puede hacer en el negocio del espectáculo: radio, televisión, cine, teatro. El
éxito allí de Nos femmes propició su
reposición, con Jean Réno en escena, el pasado mes de febrero, y hasta una
versión cinematógrafica. En 2015, Assous ha estrenado On ne se mentira jamais! (¡Nunca
nos mentiremos!). Al ritmo de importación de comedias francesas que llevamos,
apuesto a que la veremos traducida en breve.
Ciertamente, es una comedia magnífica. Arranca como un tiro: uno de los
tres amigos que se reúnen a jugar a cartas llega demudado porque acaba de estrangular
a su esposa. Y no decae. Su impecable factura clásica en tres actos contiene la
dosis justa de réplicas hilarantes y giros sorprendentes, y no falta la pequeña
medida de amargura, el punto de sazón, que destilan las tres relaciones de pareja.
A ellas nunca las vemos, pero ellos no hablan de otra cosa.
Se podía
sacar más partido a este gran texto. Creo que el mayor lastre de la versión de
Olivares es que los tres actores se mueven en tres estilos distintos: realista,
bufo y pasado de vueltas (respectivamente, Hortelano, Diego y Garrido). Pero la
potencia de la pieza es tal que la narración se impone, pasa por encima de este
inconveniente y el público se divierte.
Y lo que no cabía allí:
Ya lo he escrito en la crítica correspondiente, pero toca repetirlo aquí: la coincidencia entre Nuestras mujeres y Bajo terapia es notable. Hasta que Bajo terapia hace catacroc y deja de ser una comedia, claro está, pero eso es mucho tiempo. Ustedes dirán, "anda que no hay historias con tres parejas". Las hay. Ya puesto el cerebro en Francia, me sale a bote pronto Les petits mouchoirs (Pequeñas mentiras sin importancia), donde si no eran tres, eran tres y pico, y que si no fue teatro antes de cine no es porque no lo mereciera. Y no hay más remedio que mencionar Escenas de matrimonio, un sainete que hacía reír hasta a quienes aseguraban no verlo. En fin, que haya unas cuantas le quita algún valor a la coincidencia, pero no por ello deja de ser inevitable la comparación. Ya sé que las comparaciones son odiosas, pero como les digo siempre, sólo conocemos por comparación, y en este caso salta a la vista lo mucho que Nuestras mujeres ganaría si la coherencia interpretativa fuera la de Bajo terapia.
Mencionaba en la crítica en papel los tres registros en los que se mueven los tres actores. Antonio Hortelano: realista; salvada alguna pequeña distancia, parece que sale de una serie de televisión. Gabino Diego: bufo, ya me dirán ustedes si no corresponde ese adjetivo a la gesticulación necesaria para parecer un señor mayor con problemas en las articulaciones. Antonio Garrido: pasado de vueltas. Aunque este último está, desde mi modesto punto de vista, muy pasado de vueltas, es el estilo que más se parece al de la película francesa. No encuentro grabaciones de la versión teatral, pero las promocionales hacen pensar en algo más pausado. Como suelo decirles, y lo repetiré pronto a propósito de Milagro en casa de los López, me parece que las líneas cómicas de este tipo de pieza burguesa (así se llamaban antes) ganan si se dicen con parsimonia. El contraste chusco entre lo absurdo de la situación y lo adusto de la expresión provoca la carcajada.
Otra coincidencia: escenografía mejorable. Claro que entendemos que el apartamento de Max debe ser frío e impersonal, trasunto de la personalidad de su dueño. Pero una cosa es frío y otra un quirófano. Observen la foto de más arriba y compárenla (ay, odiosas comparaciones) con el apartamento de la puesta en escena original.
Frío e impersonal, pero habitable. Da, además, la necesaria idea de un cierto bienestar económico: los tres son individuos muy bien situados, y la trama se sostiene precisamente en un medio de ese tipo. Lo de La Latina da la sensación de que no han tenido tiempo de pintar o de un apartotel (¿se dice todavía?) de medio pelo. Dicho esto sobre su aspecto, quede claro que cumple con la funcionalidad que el texto exige.
En pocas palabras, esta versión no deja de ser una oportunidad perdida para una maravillosamente bien escrita comedia, pero queda a la altura suficiente como para pagar entrada y pasar la tarde. Además, es muy posible que el instinto teatral de los tres se haya puesto ya a trabajar y que tras unas docenas de funciones estén juntos en el mismo planeta. Ojalá.
Otra coincidencia: escenografía mejorable. Claro que entendemos que el apartamento de Max debe ser frío e impersonal, trasunto de la personalidad de su dueño. Pero una cosa es frío y otra un quirófano. Observen la foto de más arriba y compárenla (ay, odiosas comparaciones) con el apartamento de la puesta en escena original.
Frío e impersonal, pero habitable. Da, además, la necesaria idea de un cierto bienestar económico: los tres son individuos muy bien situados, y la trama se sostiene precisamente en un medio de ese tipo. Lo de La Latina da la sensación de que no han tenido tiempo de pintar o de un apartotel (¿se dice todavía?) de medio pelo. Dicho esto sobre su aspecto, quede claro que cumple con la funcionalidad que el texto exige.
En pocas palabras, esta versión no deja de ser una oportunidad perdida para una maravillosamente bien escrita comedia, pero queda a la altura suficiente como para pagar entrada y pasar la tarde. Además, es muy posible que el instinto teatral de los tres se haya puesto ya a trabajar y que tras unas docenas de funciones estén juntos en el mismo planeta. Ojalá.
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