domingo, 8 de marzo de 2015

LA PECHUGA DE LA SARDINA

Sala: Teatro Valle-Inclán Autor: Lauro Olmo Director: Manuel Canseco Intérpretes: Amparo Pamplona, Cristina Palomo, Juan Carlos Talavera, Marisol Membrillo, Marta Calvó, María Garralon, Natalia Sánchez, Nuria Herrero, Alejandra Torray, Víctor Elías, Manuel Brun y Jesús Cisneros  Duración: 1.45'
Información práctica (El enlace no operativo puede significar que ya no está en cartel)


Al fondo, Amparo Pamplona. En la mesa, Nuria Herrero y María Garralón.
Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:

Cincuenta años se ha pasado esta obra, desde su estreno, dormitando en las estanterías. Una obra de impecable estilo y estructura dramática de gran rendimiento en escena. Encuadrada sin duda en el realismo social, pero no exenta de vuelos líricos, aunque sólo sean efecto de recursos como las ristras de proverbios que suelta la dueña de esta pensión para señoritas. Por la fluidez y calidad de sus diálogos, parece a ratos (buena) televisión avant la lettre. Hay que agradecer a Manuel Canseco que la haya recuperado.

Su versión funciona por dos motivos principales: la arriesgada escenografía y el excelente elenco. La primera deja a la vista la totalidad de la casa y sus aledaños, en abigarrado amontonamiento de muebles y pasillos. Era muy difícil dominarla, pero la dominan. El segundo brilla en muchos momentos: en la sabiduría de bata y zapatillas de María Garralón, en la amargura negra de Pamplona (una de las mejores voces del país), en la tristeza rubia de Natalia Sánchez, que creo que confirma las promesas que iba haciendo. Muy bien los jóvenes, Herrero y Elías; muy bien las fulanas, Calvó y Membrillo, y el borracho, Talavera. La dirección es un poco plana a ratos, pero la función se sostiene. Muchos entrevimos esa España en la que más valía no nacer mujer. No estoy muy seguro de que hayamos avanzado gran cosa.

Y lo que no cabía allí:
(las negritas conectan ambos textos)

Cincuenta años. Mantengan la calma, no voy a soltar la jeremiada de "vaya país", etcétera, Pero convendrán conmigo en que vaya país el que deja en el desván durante cincuenta años (se estrenó en 1963) un texto de esta envergadura. Llámenme provocador o lo que quieran llamarme, pero este Olmo es mejor que el Calderón y el Marivaux que están ahora mismo en el Pavón y el Matadero. Ya les hablaré de ellos. Y no crean que estaba difícil de encontrar: lo publicó en 2004 la Asociación de Autores de Teatro. Las etiquetas correspondientes son "neorrealismo" y "teatro social", pero no vayan a pensar que esto es Aldecoa. Como dice Virtudes Serrano en la Historia del Teatro Español de Gredos, a propósito de La camisa (primer gran éxito de Olmo), es un lenguaje "cuajado de formas populares, pero lleno de poesía". Para lo primero, que yo llamaba "ristras de proverbios que suelta la dueña de la pensión" en la crítica en papel, les bastará ver los primeros minutos de la excelente producción de RTVE de 1982. Tienen aquí el enlace. Allí, los proverbios los larga Emma Penella, a quien, con perdón de su sobreactuada memoria, María Garralón da sopas con onda. Pero la poesía no sólo se cuela de rondón mediante este procedimiento indirecto. Algunas frases de Paloma parecen talmente Casona: "...medita mucho mientras nace tu hijo. Cuando lo tengas entre tus brazos, álzalo: como una ofrenda. ¡Y álzate tú con él!" En cualquier caso, un estilo que casi se estaba pasando de moda en el momento mismo de su escritura. Piensen que Arrabal estaba fundando el Movimiento Pánico en París en 1964 (casualidades piscícolas: tiene una novela del 84 que se titula El entierro de la sardina). Alfonso Sastre escribe M.S.V. o La sangre y la ceniza entre 1962 y 1965. Los dioses me libren de colocar a Arrabal y a Sartre en pie de igualdad, no tengo en gran aprecio los logros del primero: son sólo dos pinceladas de ambiente para recordarles en cuál estaba estrenando Olmo. Tampoco se pierdan, digamos que en el extremo opuesto, el zurriagazo que propinó Enrique Llovet a La pechuga en ABC. Entre otras cosas, pareció extrañarle que se recuperara lo que llama "el tema de la honra". ¿Recuperarlo? ¿Llovet no sabía que en la España del 63 perder "la honra" podía significar la completa ruina vital de una mujer? ¿Dónde estaba, en Marte? ¿O es que no le parecía asunto de suficiente trascendencia para llevarlo al teatro? Hoy sigue siendo de perfecta actualidad el tema de cómo una mujer sola -o un hombre solo, me da igual- puede sacar adelante a un hijo en esta bonita sociedad compasiva. No les digo nada en el 63. 

Lauro Olmo
Arriesgada escenografía (de Paloma Canseco). He elegido la foto de arriba del todo, porque da cierta idea del aspecto general. Muchas habitaciones, pasillo central, cientos de muebles. Las paredes no existen, las puertas están representadas por su marco. Cierto es que las indicaciones del autor parecen pedir que todo fuera visible durante todo el tiempo, pero no había por qué obedecerle ni esta densidad mobiliaria era imperativa. Aparte de que está bien bonito, aporta algo fundamental: los diálogos se producen en este o aquel espacio, pero vemos al resto de actrices cuando están solas en su habitación. Esto las obliga a dos cosas: a estar en personaje durante casi toda la función (algo que se aprecia en positivo) y a no tropezarse con nada (en sentido tanto literal como figurado, mérito del que se da uno cuenta en negativo, sólo si se para a pensar). Funciona de miedo, está más allá de lo que podría parecer a simple vista una reconstrucción realista de época reducida a las dimensiones disponibles. También funciona la representación de la calle, que no es más que el perímetro exterior del rectángulo amueblado.


Nuria Herrero
Excelente elenco. Aparte de la gran idea de resucitar la pieza, el mayor acierto de Canseco es el elenco. Eché un vistazo a la versión de RTVE que les he enlazado más arriba antes de ir al Valle-Inclán, y me pareció que Garralón no iba a dar el personaje. Error: el personaje resulta mucho más hondo con su ternura derrotada que con la amargura cascarrabias de Penella. Está como para premiarla. La vi en un pequeño papel en Las de Caín hace unos años, pero me la perdí en El hotelito y En las chicas del calendario: no llego, no llego. Le aguanta el pulso perfectamente una jovencísima Nuria Herrero, criadita respondona, ignorantuela sin pelo de tonta, imbuida hasta el tuétano del principio fundamental para la supervivencia en la selva de esta sociedad yihadista: a ella nadie le va a quitar la honra sin antes pasar por el altar. Atentos a esta muchacha, que dará que hablar a nada que la vida le conceda un poco de suerte. Tienen ambas alguna de las mejores escenas de la función, limpiando lentejas (¿Recuerdan cuando limpiábamos lentejas? Yo lo hacía con mi abuela, en la mesa de la cocina, igualito que estas dos).

A Amparo Pamplona, que no debería bajarse de un escenario más que para lo indispensable, no la veía desde Mi mapa de Madrid en 2009. Muy bien envejecida, supongo que por la creatividad del personal del Valle-Inclán, porque el programa de mano no contiene créditos de caracterización. Está tan bien como siempre: en las escenas con su protegida-atormentada Concha y con la criadita, y en la más dramática, en la que Paloma le recuerda que es tan víctima como las demás del estado de cosas. Si acaso, cabría achacar a la dirección que la primera de estas escenas esté un poco encajonada entre el veladorcito y el balcón; que se olvida un poco de que hay público a ambos lados. Como me decía JM, a lo mejor el único mueble que sobra en este baile es esa mesita, las actrices hubieran respirado un poco. Natalia Sánchez había hecho dos cosas en teatro, ambas con poca suerte: Los ochenta son nuestros, inenarrable, y Amantes, que aburría a las butacas. Ya me pareció esas dos veces que se las arreglaba para salvarse del naufragio, y eso anunciaba que, en la ocasión propicia, brillaría el talento. Es lo que ocurre en La pechuga. Cierto que el papel es precioso, pero no es fácil decirlo sin parecer bastante tonta o un poco histérica, y no se pierde en ninguna de esas curvas. Encima es guapísima, pero de una belleza tranquila y sin estrépito que le está como un guante al personaje. ¿Qué más quieren?


Natalia Sánchez
Marta Calvó y Marisol Membrillo son dos pilinguis antológicas: si van a ver la función estén atentos a sus diálogos, porque no desperdician ni una coma de las fantásticas líneas que Olmo dedicó a las dos descarriadas. Los hombres tiene poco que decir en esta función, pero Víctor Elías -fresco, guapote- derrocha la insolencia de la juventud y Juan Carlos Talavera, la ruina y la mezquindad del alcohólico, como piden los respectivos papeles. Brun sale bien de uno más breve. Cisneros y Torray me parecieron más estereotipados. Cristina Palomo, que es una excelente actriz, tiene quizá el papel más ingrato: en este cuadro de mujeres acogotadas por un clima cercano al burka, es la única que ha encontrado recursos en sí misma para intentar una vía de escape hacia la liberación. Estudia, su ilustración le hace ser la única plenamente consciente de la situación en la que todas viven. Es, por tanto, un personaje radicalmente distinto a todos los demás, prisioneros inconscientes, infelices que no terminan de poner nombre a la causa primera de su infelicidad. Era complicado dar con el enfoque -un trabajo conjunto de actriz y director- y me parece que no se ha acertado del todo. Quizá lo centren con más funciones.

Más valía no nacer mujer. Pensaba extenderme sobre los tipos de machacada que esta pensión exhibe, y sobre la absoluta actualidad de algunos de ellos. Pero resulta que hoy es 8 de marzo -día de la mujer trabajadora- y que ya se habrán encargado los telediarios de recordarles lo que pasa en Pakistán o en Nigeria, en Irak o en Colombia. O en Madrid. Para qué voy a insistir. 
P.J.L. Domínguez
          

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