Sala: Cuarta Pared Autor: Vaivén Producciones, a partir de un texto de Borja Ortiz de Gondra (eso dice el programa de mano) Director: Iñaki Rikarte Intérpretes: Xabi Donosti, Garbiñe Insausti y Ana Pimenta Duración: 1.35''
Información práctica (el enlace no operativo puede significar que la función ya no esté en cartel)
¿Nunca he visto nada de Ortiz de Gondra? Pues eso parece, si la lista de sus obras en wikipedia está completa. Alguna adaptación, pero ninguna obra original. Y, a juzgar por los créditos del programa de mano, tampoco esta vez me saco del todo la espina. "Vaivén Producciones a partir de un texto de Borja Ortiz de Gondra". Independientemente de cuántas manos hayan intervenido, es un texto inteligente. Deduciría, a bote pronto, de la coparticipación de la compañía en su creación, que la forma final está directamente encaminada a permitir el tipo concreto de puesta en escena que han planteado. Aunque así sea, resulta que la característica más atractiva del texto tal y como lo oí es su gran versatilidad. Prácticamente las mismas palabras darían para una comedia de corte comercial o, en el extremo opuesto, para un enfoque... ¿cómo lo llamo ahora? Pongan vanguardista, que nos entendemos todos. Con alguna ligera variante, podría montarse hasta un drama de narices.
Ahora que lo pienso, quizá deba subrayar que esto de la versatilidad del texto lo digo como ELOGIO. Dije lo mismo de otra cosa y -años más tarde- el destinatario de la crítica me acusó amargamente de haber sido condescendiente. Si uno se pone a opinar, y opinar, y opinar, y opina que algo está bien, ¿cómo hace para no parecer condescendiente? En fin.
Rikarte lo ha dejado en un término medio entre comedieta y lo que podría ser -llevado más allá- sofisticado ejercicio de estilo (como aquella Gris mate que dirigió hace unos años), una tierra de nadie bastante más difícil de transitar de lo que a simple vista puede parecer. Hay que evitar, por una parte, el excesivo regodeo en el chiste -una tentación irresistible- y, por otra, la deriva radical hacia el antirrealismo, que también es peligrosamente adictiva: pide más en cada escena. Se han contenido ambos impulsos, y yo diría que el texto se encuentra muy cómodo en el lugar que le han hecho ocupar.
Los tres actores exhiben una inmersión en el texto y los personajes (¿cuánto tiempo llevan haciéndolos?) que se puso especialmente de manifiesto en mi función, cuando salieron perfectamente airosos de un percance escenográfico. Tan airosos que hubo un segundo de desconcierto en el público, que se preguntaba si la rotura de la manilla de la puerta era un incidente imprevisto o un detalle de la historia. Esto les parecerá quizá una bobada, pero no lo es. Cuando el intérprete está buceando realmente en lo más profundo del personaje, los errores -o cualquier suceso no previsto- se integran. Siempre pongo el ejemplo de Rodolfo Cortizo en La última cinta de Krapp que, ante el llanto lejano de un niño, inclinó la cabeza ligeramente para escucharlo mejor. Es lo que hubiera hecho el personaje.
A veces, unas cosas me recuerdan a otras, y el resto de mis congéneres cree que tengo problemas neurológicos. En este caso, y no sé por qué, el montaje me recuerda a Los cazadores de thé, dirigida por Hernán Gené y vista en el mismo lugar. Puede ser un cierto parentesco entre el Gené actor y Xabi Donosti, pero ya les digo que es posible que quienes lean esto y hayan visto a ambos duden de mi cordura. Donosti da el tipo perfecto de individuo pusilánime y dependiente de su madre, con un sesgo interpretativo en el que es evidente el humor vasco, esa compleja amalgama de sorna, brusquedad y ternura subterránea casi olvidada durante decenios por el imaginario colectivo de los españoles y recuperada ahora (parece) a partir de Ocho apellidos vascos. Ahí se mueve también Ana Pimenta, que no concede ni un asomo de media sonrisa hasta segundos antes del final, haciendo buena la máxima de mi amiga A., profesora y (atentos) vasca: el secreto es parecer una bruja durante todo el primer trimestre, sonreír algo durante el segundo y no aflojar hasta el tercero. Esto decuplica, como es obvio pero a menudo se olvida, cualquier efecto cómico (como el de "empieza a hacer fresquito", y cito de memoria). Ya sé que es un tópico, pero no puedo evitar repetir que hay mucho talento desparramado que pocas veces tiene la oportunidad de mostrarse en Madrid.
En resumen, una pieza entretenida y bien montada, con la punta de acidez que los tiempos parecen demandar. Simpático el doble final.
Insausti, Donosti y Pimenta. |
Ahora que lo pienso, quizá deba subrayar que esto de la versatilidad del texto lo digo como ELOGIO. Dije lo mismo de otra cosa y -años más tarde- el destinatario de la crítica me acusó amargamente de haber sido condescendiente. Si uno se pone a opinar, y opinar, y opinar, y opina que algo está bien, ¿cómo hace para no parecer condescendiente? En fin.
Rikarte lo ha dejado en un término medio entre comedieta y lo que podría ser -llevado más allá- sofisticado ejercicio de estilo (como aquella Gris mate que dirigió hace unos años), una tierra de nadie bastante más difícil de transitar de lo que a simple vista puede parecer. Hay que evitar, por una parte, el excesivo regodeo en el chiste -una tentación irresistible- y, por otra, la deriva radical hacia el antirrealismo, que también es peligrosamente adictiva: pide más en cada escena. Se han contenido ambos impulsos, y yo diría que el texto se encuentra muy cómodo en el lugar que le han hecho ocupar.
Xabi Donosti |
Ana Pimenta |
En resumen, una pieza entretenida y bien montada, con la punta de acidez que los tiempos parecen demandar. Simpático el doble final.
P.J.L. Domínguez
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