viernes, 12 de diciembre de 2014

CUANDO DEJE DE LLOVER

Sala: Matadero (Naves del Español) Autor: Andrew Bovell (traducción de Jorge Muriel) Director: Julián Fuentes Reta Intérpretes: Jorge Muriel, Pilar Gómez, Consuelo Trujillo, Pepe Ocio, Susi Sánchez, Ángela Villar, Felipe G. Vélez, Ángel Savín y Borja Maestre es Andrew Price Duración: 2.00'
Información práctica (el enlace no operativo puede significar que la función ya no esté en cartel)





Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:

El mayor espectáculo del mundo no es el circo. El mayor espectáculo del mundo es el sucederse de los seres humanos sobre el planeta formando un tapiz en el que se cruzan la voluntad y la necesidad, la intención y el azar, el interés y los afectos. Eso pretende reflejar Cuando deje de llover, una historia que se extiende durante cuatro generaciones y que guarda, además, un secreto ominoso en su interior. Viene a ser un cruce entre Agosto, en su vertiente de saga familiar anglosajona, y Celebración, en lo que hace al secreto escondido. 

Fuentes Reta dio la campanada en 2013 con Los iluminados y parece confirmar que no le gustan las cosas fáciles. Aquí, se suceden los saltos temporales y espaciales en una narración repleta de brincos hacia atrás y hacia delante. Las ha dado casi todas: está bien cogido el tono, las interpretaciones son coherentes, el planteamiento escenográfico –combinado con el complicado movimiento de actores– soluciona los retos que el texto plantea. 

Sin embargo, las dos horas hubieran exigido más momentos focales que puntuaran el flujo narrativo, más subidones de intensidad y hasta, quizá, alguna explosión. Pero, a pesar de todo, esta llanura de colinas suaves es placentera de recorrer. Subrayaría el bellísimo monólogo de Diderot a cargo de Pilar Gómez y el simple y hermoso artificio que figura la montaña.

Y algunas cosillas que no cabían allí:


1.- Por si no han caído, les diré que Andrew Bovell es el autor de Babel (Speaking in tongues, llevada al cine como Lantana). Por una vez, y no se me acostumbren, voy a ser humilde. No voy a afirmar que es mucho mejor ésta, pero sí, desde luego, que a mí me ha gustado bastante más. En este enlace pueden ver cómo dejé Babel hecha unos zorros en 2012. Cuando deje de llover avanza, camina hacia alguna parte e incluso llega. Tiene, a pesar de su estructura no lineal, una intención más clara. Alguien dirá que más elemental y que soy un simple. Es posible. En cualquier caso, y por los motivos apuntados en la crítica de 2012, es más fácil sacar partido de ésta que de aquélla (pondré esas tildes hasta que me muera, que diga la RAE lo que quiera; me ha salido un pareado coplero). Cierto que tiene otras dificultades: los continuos saltos temporales y espaciales. Pero está bien escrita, así que el espectador tarda un poco, pero al final se orienta y sabe dónde y cuándo suceden las cosas y cuáles son los parentescos entre los protagonistas.

Villar, García Vélez, Ocio, Sánchez, Maestre,
Trujillo, Muriel, Savín y Gómez.
2.- Esto de los saltos temporales y espaciales prácticamente no admite términos medios.  Se multiplican las referencias escenográficas (una por cada tiempo y lugar) o se anulan y se confía en la capacidad interpretativa y en la sagacidad del espectador. Fuentes Reta ha elegido lo segundo. En un escenario vacío y con el público en los cuatro lados. Es una verdad repetida a voces que las llamadas salas configurables se terminan usando el noventa por ciento de las veces en la configuración más cercana posible a un teatro a la italiana. No llevo la contabilidad (cualquier día empiezo, cada vez amontono más neurosis), pero son contadas las veces en que la sala grande del Matadero -donde se puede hacer cualquier cosa- no se usa con el público frente al espacio de la interpretación. Ahora mismo, apenas recuerdo el Hamlet de Pandur y Los últimos días de Judas Iscariote de Black como ejemplos de aprovechamiento reseñable de sus posibilidades, aun con la conformación tradicional del público frente a la escena. 

Fuentes Reta se ha planteado de entrada la formidable complicación de los cuatro frentes y ha salido airoso de ella. Perdonen una perogrullada necesaria: poner público en los cuatro lados quiere decir que hay que imprimir a todo lo que allí suceda una orientación de peso análogo hacia las cuatro direcciones. O sea, una locura. Es, en efecto, una perogrullada, pero hay veces en que vemos espectáculos con el público sentado de manera no convencional sin que se sepa muy bien para qué, porque lo que ocurre es perfectamente frontal. Aquí, no: los intérpretes entran y salen por las cuatro esquinas del cuadrilátero; ocupan tanto el lugar central como los ángulos; meten y sacan los elementos escenográficos (mesas, sillas, una cocina que ven en la foto de arriba, las piezas de la montaña) también desde las cuatro esquinas; construyendo a veces un delicado ballet con esos movimientos; se colocan mirando hacia cualquier parte. Se comportan -en suma- como nos comportamos los seres humanos, que vivimos rodeados por 360º de espacio y sin someternos a la convención de tener un público enfrente.

3.- Estoy escribiendo este tercer párrafo dos o tres semanas después de haber visto la funcion. Tiempo suficiente para que los recuerdos se decanten y resalte lo que más nos impactó. Éste uno de esos montajes en los que la luz y la escenografía ocupan, al menos, tanto espacio en la memoria como la interpretación. Son, respectivamente, de Jesús Almendro e Iván Arroyo. Suyo es, en buena medida, el mérito de que la historia fluya con suavidad a pesar de los brincos espacio-temporales.


Pilar Gómez
4.- Las escuetas dimensiones de la crítica en papel me llevan a veces a tomar dolorosas decisiones. Como la de no nombrar a Susi Sánchez (una de mis debilidades) o a Consuelo Trujillo. Como cualquiera puede imaginar, están ambas estupendas. Preferí dedicar el espacio a Pilar Gómez, menos conocida, y de la que se me escapó Mejorcita de lo mío (y mira fue longeva). A ver si vuelve. Está perfecta, no sólo en el monólogo de Diderot y su bata, también en todo lo demás. Esto incluye la revelación del pastel, que corre principalmente de su cuenta. Ángel Savín abre y cierra la función; me gustó mucho, se lleva el personaje al naturalismo (y esto es también un acierto de dirección), a una especie de as himself que parece indicar: todo esto que ocurre en medio es la historia de mi familia representada en el teatro, pero yo soy real, yo estoy aquí en carne y hueso,  soy un señor gordito que se ha ido quedando solo, pero que tampoco se monta grandes dramas. Felipe García Vélez tiene un papel complicado: es supermajo y superbueno. Una cosa siempre difícil: lo compone con la hondura suficiente para que nadie olvide que eso de ser majo y bueno es una decisión consciente, jorobada de llevar a la práctica. Pepe Ocio es un tipo que me encanta (estaba fantástico en el Macbeth de Martret), pero me pareció que se quedaba un poco corto en el personaje de fondo más turbio. 

En fin, terminar esto me ha llevado casi un mes, pero tengan en cuenta que ha estado por medio el huracán de las entrañables fiestas. Ya pasaron. Prueba superada.
P.J.L. Domínguez
          

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Ánimo, comente. Soy buen encajador.