Elena González, Fernando Gil y Sara Moraleda |
Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:
Sólo por ver este infrecuente Enrique VIII escrito, según parece, con John Fletcher, ya merecería la pena la función de Rakatá. Además, Ernesto Arias ha dirigido un montaje medido y pulcro.
La figura del rey se resume con frecuencia en su ligereza de cascos. Lo cierto es que no se entiende sin considerar todos los factores (dinásticos, religiosos, territoriales, internacional) con los que lidió su reinado. Algo de todo eso asoma en el texto. Si la traducción es fil, estamos ante la habitual sabiduría dramatúrgica del autor, con dosis más modestas de la fulgurante retórica de sus obras mayores. A quien salga con ganas de saber más le recomiendo la estupenda En la corte del lobo de Hilary Mantel.
La platea del Alcázar está iluminada con luz de sala durante toda la función. Esto es explicable en las escenas en las que el público es un auditorio integrado en el relato. Pero, a piñón fijo, resta brillo a lo que sucede en el escenario, una pena. Eso, y quizá un cierto exceso de contención en la interpretación (ya es raro que yo diga esto) es lo poco que reprocharía. El protagonista, muy al contrario de lo que acabo de decir, grita durante media función, y no hacía nunca falta. Elena González (Catalina) y Jesús Fuente (Wolsey), coprotagonistas, estupendos. El segundo quizá ganaría tolerándole algún exabrupto. El resto del elenco, compacto y eficaz. Llevo tiempo pensando en cómo quedaría Rodrigo Arribas de Ricardo III. Alejandro Saá es una de mis debilidades: aquí, cada gesto y cada palabra suman en la construcción de Gardiner.
Y lo que no cabía allí (las frases en negrita son los enlaces entre ambos textos):
Además, Ernesto Arias ha dirigido un montaje medido y pulcro. Un montaje que fluye con naturalidad, agradable de ver, y con algunas escenas especialmente logradas: la llegada del legado papal, cardenal Campeggio; la audiencia pública para la vista de la nulidad del matrimonio de Enrique y Catalina; la visita de Wolsey y Gardiner a la reina; el enfrentamiento de Wolsey con los nobles. También conseguidos dos de los momentos que interrumpen el flujo de la acción con coreografías estilizadas: Ana Bolena sorprendida por la reina cuando se está probando su toca, y el bautizo de la pequeña Isabel, futura reina virgen.
A quien salga con ganas de saber más le recomiendo la estupenda En la corte
del lobo de Hilary Mantel. Precisamente, porque deja en su justa medida los apetitos carnales del rey, en medio de todos los demás factores que fueron modelando los hechos. En la Europa del XVI, un monarca podía acostarse con quien le diera la gana sin que nadie moviera una ceja. Lo extraño no es que Enrique lo hiciera, sino que se empeñara en santificar esas relaciones por vía del matrimonio. Son precisamente sus muchos matrimonios los que delatan que no era un simple asaltacamas. El abandono de Catalina, española y católica militante, y la boda con Bolena, inglesa y simpatizante de los reformistas, es el resultado de un cambio de política religiosa y de política internacional, además de una salida para la búsqueda de heredero varón legítimo en una dinastía surgida muy recientemente de las convulsiones violentas y de una respuesta satisfactoria para los escrúpulos de conciencia del rey.
Todo esto, que se puede entrever en las escasas dos horas de función, está admirablemente recogido, y muy bien narrado, en la novela de Mantel, primera de una trilogía. Usando las licencias de la ficción, Mantel rehabilita a Wolsey y a Cromwell (no el famoso, sino un antepasado que aparece en Shakespeare, pero que ha desaparecido de la versión de Rakatá; supongo que será un papel menor). Si son de los que se obsesionan con las cosas, tengo otra recomendación: Enrique VIII: el rey y la corte de los Tudor. Una exhaustiva y enciclopédica compilación de todos los detalles de la vida cotidiana en la corte. No faltan ni las cucharillas.
El resto del elenco, compacto y eficaz. Han pasado unos días desde que escribí la crítica para la Guía del Ocio, y cada vez me gusta más la interpretación de Elena González (esto ocurre con frecuencia, el paso del tiempo va decantando el recuerdo). Ha encontrado una salida atractiva para un personaje que debe combinar la rigidez y la adhesión amorosa al rey. Fíjense que le encuentro un parecido tanto físico como interpretativo con Maria Doyle Kennedy, que hace el mismo papel en la serie Los Tudor. No había espacio en la crítica en papel para Jesús Teyssiere, que hace un memorable y odioso arzobispo Cranmer.
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