jueves, 7 de junio de 2018

OLVIDÉMONOS DE SER TURISTAS

Sala: Teatro Español Autores: Josep Maria Miró Directora: Gabriela Izcovich Intérpretes: Eugenia Alonso, Lina Lambert, Esteban Meloni y Pablo Viña Duración: (no la apunté, y mi memoria flaquea)
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)


Pablo Viña y Eugenia Alonso
Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:

EL FINO PINCEL DE MIRÓ

Después de treinta años de convivencia, ¿es más fácil el odio o el amor? El odio es simple, basta dejarse resbalar por la pendiente. El amor es la más rentable de las inversiones a largo plazo, pero nadie le quita el esfuerzo de subir cada día el tramo de cuesta que toca. Esta pareja que ha dibujado Miró con pincel digno de la caligrafía china tuvo que escalar una montaña rocosa y abrupta con las manos desnudas, y las laceraciones son evidentes. El dibujo pasa por unos diálogos que parecen transcripciones de conversaciones grabadas: puro hiperrealismo, del mejor.

    El estilo de la puesta en escena de Olvidémonos de ser turistas es el característico del teatro de texto de siempre pasado por sala alternativa (viene de la Beckett de Barcelona): inmersión a pulmón. Los intérpretes, un mueble, breves proyecciones y ráfagas de música. Ni puñetera falta que hacían más añadidos. Gabriela Izcovich lleva el asunto con rigor y austeridad, perfilando la historia casi a golpe de machete, sin ninguna piedad en las transiciones. Conoce la capacidad de absorción del espectador frente a una ficción bien construida, confía en ella y hace bien. Lambert y Viña se pelean a brazo partido contra dos personajes endemoniados a los que vencen por rotundo K.O. Alonso y Meloni tienen el bombón de varios personajes de trazo breve, pero considerable vuelo, y se lucen en el despliegue de semejante abanico.

Fiándome exclusivamente de mi memoria, yo diría que, a diferencia de Barcelona, vemos poco o poquísimo de Miró en Madrid. Lo último de cierto relieve debió de ser El principio de Arquímedes

[La realidad es siempre una maraña de líneas entrecruzadas: Esteban Meloni, presente en Olvidémonos de ser turistas, hizo Arquímedes en Argentina y Rubén de Eguía (que fue su protagonista aquí) acaba de terminar en el Galileo la reposición de Beatrice, título elegido por Venezia Teatro para L'osteria della posta de Goldoni. No he escrito sobre eso, pero algo les caerá] 

Vi hace un par de semanas lo último de Miró en el Teatre Nacional de Catalunya: Temps salvatge. Gran formato y gran elenco para otro texto... iba a decir "casi naturalista", pero lo voy a dejar en naturalista a secas. El teatro tiene siempre un componente de antinaturalismo intrínseco, pero ese mismo texto puesto en celuloide (¿se usa todavía?) daría un calco exacto de la realidad. Las habilidades de Miró son varias y se complementan. En primer lugar, esta capacidad de escribir diálogos que parecen grabados en contexto real. La discusión de pareja en el hotel es prodigiosa: sobreentendidos, reproches, indignaciones, saltos sin lógica aparente, basados en ese gran festival del subtexto que es siempre una conversación entre dos personas que llevan decenios de convivencia. Sin rastro de esa insufrible convención, inexplicablemente frecuente, de obligar a los personajes a intercambiar información con el único fin de que la oiga el espectador.

En segundo lugar, sabe dialogar con neutralidad de género (de género teatral, quiero decir), en la medida en que eso sea posible. Me explico. La vida no tiene etiqueta de género, en la misma conversación con tu madre saltas del suicidio de la vecina a la mayonesa que se le ha cortado, y de ahí a troncharte con las sempiternas manías del tío Manolo. Pero pónganse a escribir, y ya verán qué juerga para conseguir que les salga algo que no sea ni claramente dramático ni claramente cómico ni claramente... algo. Miró limita este sesgo de género a las escenas en las que, en el tono de la función, es prácticamente imposible evitarlo. Si estamos hablando de un muerto podemos saltar a la farsa, claro está, el teatro y el cine españoles son maestros en eso, pero en el tono de la función en la explicación final entre la madre y la caritativa señora que acogió a su hijo sólo cabe el drama. Cuando eso no es así, las conversaciones pueden rozar lo cómico, bordear el costumbrismo o sugerir aromas de melodrama, pero nunca se sumergen en este o aquel charco. 

Viene después la habilidad del despiece, que comparten el dramaturgo y el carnicero. No se puede poner en escena el tiempo real, eso sólo lo hacen (o lo hacían, no tengo ni idea) las cámaras 24 horas de Gran Hermano (y me aseguran que tenían audiencia). Perdón, ya estoy generalizando: poder, se puede, pero les ahorro ahora la lección de las tres unidades clásicas, que ya se la saben. Y se sigue haciendo: se acaba de ir Muñeca de porcelana, tiempo real sin elipsis. Pero la opción mayoritaria de nuestros tiempos es la otra, la de recoger esta escena, aquella conversación, saltando de tiempo y lugar (eso que los sesudos investigadores dicen que se universalizó, o casi, en el teatro a partir del cine). Miró es muy hábil también en esto. Pincelada por aquí, pincelada por allá. Y sin que usted se dé cuenta ya le he explicado el personaje y le he narrado la peripecia en su meollo. Ésta es más simple -aunque tiene su sorpresa escondida-, en Temps salvatge se las arregla con la misma soltura para dar cuenta de numerosas, complejas y entrelazadas tramas. Algo tendrán que ver con esta habilidad sus tareas de guionista en series de televisión, el género de las subtramas enlazadas por excelencia.

Cuarta destreza: la capacidad de dejar traslucir "aquí está pasando algo gordo". Nadie lo dice, nadie lo insinúa, pero flota en el ambiente. La magia no existe (siento tener que ser yo quien se lo revele) y, por tanto, el materialismo nos enseña que eso que flota tiene que estar en el texto (y en la interpretación). A base de medias explicaciones, preguntas sin respuesta, reticencias, silencios... a base, fundamentalmente, de lo que no se dice y de cómo no se dice (toma frase). El ejemplo de los ejemplos es Otra vuelta de tuerca, repasen la versión cinematográfica antigua. Hay que saber hacerlo, porque si no termina uno en Los habitantes de la casa deshabitada, que es un obrón, pero de otro género. O en La valentía, ahora que caigo, que sobre el papel es de género sanzoliano (le copio el término a Raquel Vidales, que ha publicado hoy una crítica tan parecida a la mía que lo mismo me hago fan) y que en la puesta en escena se ha olvidado de elegir género. Si han visto Olvidémonos de ser turistas y les ha gustado ese rasgo de huyhuyhuyquépasaaquí, háganse un viajecito a Barcelona para ver Temps salvatge, donde el procedimiento se eleva al cubo. 
* * *
Creo que todo el mundo ha puesto por las nubes a Eugenia Alonso, así que poco más tengo que añadir. No sé si ha trabajado mucho por aquí, no recuerdo haberla visto. Pero es, junto a Meloni, la demostración viva de ese realismo que tan extremadamente real nos parece en los intérpretes argentinos. El conductor de autobús de Meloni es para quedarse embobado. Y el contraste que Alonso se marca entre la mujer que sube a la habitación del protagonista y la de la escena final, para caerse de espaldas.

Casi nunca funciona poner a españoles y argentinos juntos, si cada uno se mueve en su proverbial registro (digamos) nacional. Pero Izcovich, que creo que es argentina, ha sabido ver que la situación de la pareja central era vitalmente tan distinta de la de todos los demás personajes con los que se van rozando, que esta diferencia de estilo interpretativo no se percibe como tal, sino como mero reflejo de esa diferencia de fondo. ¿Se me entiende? Sean indulgentes, es muy difícil hablar de estas cosas sin ser Javier Cercas (es que estoy releyendo Anatomía de un instante).

Si a la función le queda gira y les cae cerca (que ya sé que me leen también fuera de Madrid), no se la pierdan. (Me acaba de señalar el Teatro Español que está hasta el domingo, aún pueden verla en Madrid).
P.J.L. Domínguez
          

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