lunes, 11 de julio de 2016

TRABAJOS DE AMOR PERDIDOS

Sala: Teatro Alcázar Autor: William Shakespeare (versión de José Padilla) Directores: Tim Hoare y Rodrigo Arribas Intérpretes: Javier Collado, Montse Díez, Jesús Fuente, Alicia Garau, Julio Hidalgo, José Ramón Iglesias, Alejandra Mayo, Sergio Moral, Raquel Nogueira, Lucía Quintana, José Luis Patiño y Pablo Vázquez Duración: 2.00'

Información práctica (el enlace no operativo puede significar que no está en cartel)

José Ramón Iglesias, Sergio Moral, Javier Collado y Julio Hidalgo

A veces sé, o creo saber, por qué no funcionan las cosas. Otras veces lo intuyo o puedo formular alguna hipótesis. Pero en algunos casos no tengo ni idea. Estos Trabajos de amor perdidos son un latazo de cuidado, dos horas que se hacen cuatro, pero sin nada especialmente discordante. Un momento: la escenografía es horrorosa, sí, y no ayuda absolutamente nada en ningún momento de la función, pero tampoco determina el naufragio. La versión no tiene más pecado grave que el añadido de un final perfectamente prescindible. Y, dicho sea como simple constatación, que practica una operación inversa a la que suele ser habitual. El final de Shakespeare es abierto, algo que nuestros tiempos adoran. Vemos de vez en cuando alterar los finales cerrados del teatro clásico para abrirlos, pero aquí se ha hecho lo contrario: nada de "ya veremos qué pasa terminado este año de prueba". No, no: pasa el año y todo se arregla a maravilla. Ni quita ni pone, pero tampoco es responsable del sopor que acompaña al montaje desde su mismo arranque.

Tampoco los intérpretes parecen tener la culpa. Están bien, con Montse Díez y Lucía Quintana sobresalientes. Me parece que ellos -con la excepción de Javier Collado y José Luis Patiño, que están más frescos- se resienten más de los esterotipos del gracioso que los directores han aplicado. Toda la escena del sucesivo descubrimiento de las faltas de cada uno, por ejemplo, es descorazonadoramente plana y previsible. 

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Esas tres estrellitas están ahí porque ha pasado algo. Me he parado a pensar otra vez qué es lo que no va y he llamado en mi auxilio al numen de Kenneth Brannagh mediante el procedimiento simplón de ver algunos cortes de Love's labour's lost y, fíjense, lo que me ha iluminado es una de esas frases que los de marketing y promoción van podando de aquí y de allá: "Sexy and glamorous! (CNN)". Digamos de paso que suelen citarse como si la CNN (o El País o La Hoja Diocesana de Albacete) fueran instituciones que se entregan a sesudos cónclaves en los que reparten, colegiadamente, adjetivos a las obras teatrales. Claro, queda mucho más interesante "Gran interpretación (Chicago Times)" que "Gran interpretación (John Smith)", porque John Smith puede ser un idiota, pero Chicago Times (o cualquier otro nombre resonante) viste muchísimo. Por no decir que vaya usted a saber de dónde se cortan estos fragmentos, tendría para contarles algunas finas jugadas que se han practicado con mis propias críticas. Este último ejemplo podría provenir perfectamente de "gran interpretación desperciada en un texto infame". No se rían, porque esas cosas se hacen. Esta misma función que estamos comentando tiene unas piezas promocionales que cantan "Magníficos actores (El Mundo)" y "Perfecta en el juego cómico de la vida (The Huffington Post)", sin que sepamos si firma un catedrático de universidad o el becario que hace los aliños con la información que proveen las compañías. Es un poco como aquella edición de los Max en la que nadie sabía quién formaba el jurado que le había premiado. Permítanme que les amplíe eso de "la información que proveen las compañías". Si nunca se han percatado de esto que les voy a contar, les va gustar.

En el periodismo en general, y en el periodismo cultural en particular, se vive una crisis muy anterior a la de 2008. Allá por los ochenta, dominados por una virginidad candorosa madre de todos los entusiasmos, cuando alguien tenía algo que contar convocaba una rueda de prensa. Tanto en Madrid como en la más remota capital de provincia. Los medios acudían en masa. Si es usted un lector de menos de treinta años y trabaja en esto le costará creerme, pero lo he visto con mis ojos. Yo he visto cosas que vosotros no creeríais: atacar naves en llamas más allá de Orión... Huy, perdón. Lo que tengo que contar es aún más asombroso: he visto ruedas de prensa sobre conciertos de música contemporánea o jornadas de historia eclesiástica a la que acudían todos (he dicho todos) los medios de una capital de provincias: periódicos y radios. Allí se contaba el rollo, los periodistas hacían preguntas (lo juro) se iban a su redacción y redactaban, que para eso eran redactores. Ahora ya no redacta ni el Tato. Convoque usted una rueda de prensa sin Beyoncé y ya verá quién acude. Se ha estandarizado un procedimiento industrial por el que el dossier de prensa elaborado por quien genera la noticia (en este caso, una compañía o un productor) se trasvasa directamente a la página publicada. Sucede así, constantemente, que uno se encuentra las mismas frases en distintos medios. Lo que podría ser tolerable para referirse a hechos objetivos ("éste es el cuarto montaje que Fulanito dirige") es grave cuando se extiende con total comodidad a juicios de valor ("montaje que se caracteriza por un ritmo vibrante"). Por si no me he expresado con claridad: muchas, si no la mayoría, de las frases de este tipo que leen en prensa (en papel o digital) provienen directamente de lo que ha escrito el autor sobre su propia obra, pero las firma otra persona que, la mayor parte de las veces, no ha visto el objeto de los elogios. Conste que no digo todo esto por Trabajos de amor perdidos, sino porque pasaba el Pisuerga por aquí. Volvamos. 


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Nos hemos quedado en "Sexy and glamorous!".  Esto es exactamente lo que le falta a esta puesta en escena. Trabajos de amor perdidos debe ser una efervescencia de juventud, picardía, erotismo... Debe ser, en una palabra, sexy; y no sólo en sentido erótico, que también, sino en el más general que a veces se le da en inglés. Lo de Hoare y Arribas es trillado, convencional, previsible, es... teatro clásico en la peor acepción del término, ésa que el público general entiende, ay, con razón la mayoría de las veces, pariente de la expresión música de iglesia para cualquier cosa que suene a música culta. La Fundación Siglo de Oro / Rakatá no se llega a la altura de su propia suela si comparamos esto con el Enrique VIII, del que guardo excelente recuerdo. Aunque, para mi pasmo, consultado el estupendo archivo de prensa que la compañía mantiene, resulta que los comentarios críticos son mucho mejores ahora que entonces. Como tanta veces, me siento un extraterrestre. Les copio, para atenuar un poco lo que llevo dicho, lo de García Garzón en ABC:

La puesta en escena de Tim Hoare y Rodrigo Arribas, muy dinámica, propicia esa concepción juguetona de toma y daca de picardías, atolondramientos e incertidumbre explicitada en un espectáculo muy divertido, lleno de sugerencias, como las que contiene el bosque de postes de madera planteado por Andrew D. Edwards, que puede evocar tanto un bosque propiamente dicho como los salones palaciegos. Los intérpretes completan un trabajo colectivo muy afinado, desbordante de comicidad y puntería, del caballero Berowne de Javier Collado al rústico Costra de Pablo Vázquez, pasando por el embajador francés Boyet, que compone con autoridad José Luis Patiño, la coqueta Rosalina de Lucía Quintana, el seguro Armado de Jesús Fuente o la Rosalina de Montse Díez, por citar a unos cuantos del amplio reparto, merecedor todo él de aplauso. 

Uno piensa en primer lugar que vimos dos espectáculos distintos (elogia exactamente lo que yo echo en falta: picardía y comicidad). Pero vimos el mismo. Tendría yo un mal día.
P.J.L. Domínguez
          
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