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sábado, 13 de febrero de 2016

COCINA

Sala: Teatro María Guerrero Autora: María Fernández Ache Director: Will Keen Intérpretes: Sonia Almarcha, Bruno Lastra, Luis Martínez-Arasa y Manolo Solo Duración: 1.40'
Información práctica (el enlace no operativo puede significar que no está en cartel)



Lean lo que lean en esta entrada no pierdan de vista lo que me apresuro a decirles: Cocina es entretenida e interesante. Lo digo rapidito, porque a veces se mete uno por cualquier vericueto y la sensación de conjunto del lector vaya usted a saber cuál termina siendo. Así que, por ser más claro: si estaba pensando en sacar entradas, hágalo. Es una de esa piezas interesantes tanto por lo que ha salido bien como por lo que ha salido peor.

1.- Me parece que el rasgo más acusado, lo que recordaremos cuando nos pregunten dentro de diez años, es el uso de la escenografía diseñada por Esmeralda Díaz (la autora de la escenografía de La vida es sueño, de la Pimenta, nada menos). Lo más llamativo, la larga escena inicial a escenario vacío. El escenario vacío daría para un largo ensayo. Se produce poquísimas veces, en ocasiones durante unos pocos segundos, y puede revestir significados dramatúrgicos muy diversos, incluso cuando se produce por error. Por ejemplo, porque se retrasa la salida de alguien (recuerdo ahora un espectacular vacío con escenografía en movimiento en Deseo, una función que no se llevó el éxito que creo que se merecía). Me gusta hasta el título del ensayo: El escenario vacío. Acabo de darme cuenta de que vale estos días para la Moncloa.

En fin, volvamos al asunto. Aquí se trata de una cocina, que, durante un largo rato, el espectador ve a media luz mientras oye las voces de los personajes que cenan en el comedor. Los anfitriones entran a veces a coger o dejar algo. Un tercer personaje pasa también por ahí, cosa que resultará fundamental para el desarrollo posterior de la trama. Mi sensación es ambivalente. Por una parte, no se puede negar la brillantez de la idea. Alimenta la pasión de todos por espiar vidas ajenas. Es como si estuviéramos escondidos en esa cocina, escuchando furtivamente. Funciona de miedo. Sin embargo, la escena arrastra un lastre casi inevitable: las voces están grabadas. El teatro, para qué repetirlo, es de carne y hueso, y este artificio pesa bastante, por bien integrado que esté. Pero creo que son ocho las personas que se supone que están hablando, y a ver quién es el guapo que justifica ocho jornales si sólo hay cuatro intérpretes que pisan escena. Repito que el balance total de la escena es brillante, pero quedan a la vista las tripas del truco, y eso nunca es bueno. ¿Cabía conciliar las variables de trama y número de intérpretes cobrantes con el objetivo de que los actores que hablan ahí detrás estuvieran presentes? ¿Era posible sacrificar por aquí o estirar por allá para lograr un efecto mejor? Las musas...


La cocina 

Toda la acción se desarrolla en ese lugar. Por tanto, durante gran parte del tiempo la pareja protagonista está comiendo, preparando algo para comer, disponiendo o retirando la vajilla... Un festival de la utilería. Todos esos movimientos están simplemente perfectos. Tan bien colocados y tan bien coreografiados que pasan desapercibidos. Esto era dificilísimo, y representa un gran acierto de interpretación y dirección.

Las entradas y salidas se rigen por una curiosa convención. Cuando están integradas en la trama, los personajes entran y salen por la puerta. Si el actor debe entrar o salir durante las transiciones (porque en la siguiente escena debe estar en lugar distinto del que se hallaba), lo hace por la puerta del frigorífico. Ya sé que suena marciano, pero funciona. Creo que la regla sólo se quiebra una vez, con el policía. Hay también movimiento de utilería a través del mismo frigorífico. Tampoco molesta. Curioso.

2.- Tengo que decir ahora algo aparentemente en contradicción con lo anterior. Estábamos en que habría otra posible función redimensionada para que las voces en off se emitieran en vivo. O sea, una función con más actores. Pues bien: los actores que salen a escena son cuatro, y hay otra posible función en que serían tres o dos, y creo que sería una función mejor. Uno es sencillísimo de eliminar. Para ser sincero, no sé qué pinta el policía, perfectamente prescindible. El texto saldría ya ganando con ese tajo. Pero plantearse la supresión del otro puede provocar un severo dolor de cabeza a las ya invocadas Musas. Alguna vez les he dicho que, de algún modo, el duelo de dos personajes es el formato que supone el reto más formidable a la escritura teatral. Cocina es el duelo de dos personajes, marido y mujer, y el duelo de cada uno de ellos consigo mismo. La trama es un pretexto. Y ese pretexto termina por obligar a que un actor salga a escena no sé si tres minutos y luego dé unas voces en off. Creo que esta monda descripción ya pide a gritos una vuelta al texto que elimine al personaje. Me parece que es lo que le falta para no ser bueno, sino excelente. Claro que ponemos la trama patas arriba, pero eso es la creación artística, la forma de arreglar un rompecabezas,  a veces de apariencia imposible.

3.- Fernández Ache ha creado dos personajes fantásticos, superior el de ella. Llevan mucho tiempo juntos, hay muchas cosas que ya no hace falta que se digan. Se tienen tomada la medida, saben lo que no soportan. Él comete un error de ligereza con trágicas consecuencias, no tiene el coraje de confesar, pero un fondo moral que conserva le hace sufrir y lo atenaza. Ella es una personalidad controlada y controladora, tenaz, no ceja en imponer a su alrededor el orden que considera preciso. Ante el desastre que se cierne sobre ellos, mantiene una serenidad de diamante y se impone una estrategia impecable para salir del peligroso entuerto. Pero entre tanta rigidez, en esa fachada granítica, se adivinan algunas grietas capilares. Es un efecto como el de la nacarada tez de la Preysler, bajo la que se percibían zonas fluctuantes de pequeñas oscilaciones subcutáneas en el primer plano de la noche de los Goya. Una cosa terrorífica, como de Alien. Ése es el atractivo del personaje (del personaje de la función, no de la Preysler).

4.- Me temo que la dirección no ha estado a la altura de esos dos personajes. Hablo de la dirección, porque los actores son de eficacia probada: Manolo Solo (el impecable juez de Ruz - Bárcenas) y Sonia Almarcha (sobresaliente en el papel de madre en Naturaleza muerta en una cuneta en 2012). No han aprovechado el filón. Él sale algo mejor parado, pero ella no está centrada. Sólo les daré un detalle: su texto está repleto de frases cortadas a la mitad, y no hay ninguna que se coloque bien.

Aciertos y errores, pero un conjunto estimulante que hay que ver. Le faltan unos milímetros (de texto e intepretación) para haber sido una soberbia función.
P.J.L. Domínguez
          

sábado, 29 de noviembre de 2014

INMUNIDAD DIPLOMÁTICA

Sala: Teatro Fernán-Gómez Autor y director: Alberto Herreros Intérpretes: Sonia Almarcha, Rodrigo Poisón, Ángela Cremonte, Sergio Otegui, Tábata Cerezo, Alejandro Casaseca y Liz Lobato Duración: 1.15''
Información práctica (el enlace no operativo puede significar que la función ya no esté en cartel)


Elijo casi siempre las fotos que más idea pueden darles del aspecto escenográfica.
Ésta muestra a las claras el reducido espacio en el que se desarrolla una trama
ubicada en varios espacios. Son Poisón, Almarcha y Otegui.

Hablábamos el otro día, a propósito de Un hombre con gafas de pasta, de la cantidad de funciones dirigidas por sus autores que están pasando por la cartelera. En los últimos treinta días este blog ha recibido las entradas de Luciérnagas de Román, Haz clic aquí de Padilla, La calma mágica de Sanzol, El principio de Arquímedes de Miró y Eva ha muerto de Cair. También Inmunidad diplomática está dirigida por su autor, Alberto Herreros. Si tiran del hilo del twitter de la productora de la función (Pánico Escénico, no  busquen web, que está en construcción) verán que ha escrito otra: El Greco y la legión tebana, un titulo curioso para una función que se estrenó en junio en Cáceres (creo) y de la que no he sabido nada hasta este momento. Hay una web que da idea de que no sólo el título es curioso. A ver si pasa por Madrid.


El Greco y la legión tebana.
También les decía en Un hombre con gafas de pasta, que mis ideas sobre la posibilidad de provocar horror en el teatro estaban evolucionando con rapidez. Tengo que añadir ahora al horror otros matices del mal rollo. Inmunidad diplomática es un thriller con dosis elevadas de embajadas, espías y pistolas que fui a ver temiendo que fuera un intento desastroso de reproducir esquemas cinematográficos, pero que se sostiene bastante bien. Son las ventajas del pesimismo: cuando algo funciona la sorpresa agradable es mayor.

Inmunidad diplomática se desarrolla en tiempo real. Hay hasta un reloj de pared -que avanza- para subrayar este aspecto cinematográfico de la función. Es una demostración de control técnico de la escritura, pero es preciso tener en cuenta que en el teatro las apuestas de verosimilitud tienen que ser respetadas a rajatabla. El reloj avanza, y eso hace muy presente la hora en la que se está desarrollando la acción y refuerza la sensación de realidad. Pero cuando, hacia la una de la tarde, se corren las cortinas de casa de Diana y el efecto de iluminación parece nocturno, la sensación chirría. A esa hora debe notarse la luz detrás de las cortinas.

Alguien se estará preguntando, "¿Cortinas? Pero, ¿qué dice? ¿Por qué no va al grano?" Es que en esta función el grano es, precisamente, la verosimilitud. Estamos en Madrid, hay un diplomático británico metido en un asunto muy sucio, su novia -a la que utiliza como prostituta de lujo para engrasar sus asuntos- y unos compañeros de embajada, tirando a 007: la jefa de seguridad y el asesino en nómina. La acción se desarrolla en la embajada, en casa de la novia/prostituta y en el gabinete de una psicóloga, concentrados en el reducido y polivalente espacio que ven en la foto de arriba. ¿Me siguen? ¿No les va pareciendo también a ustedes que esto era misión imposible?

Lo parecía. Ademas, algo debió de hacer pensar a su autor que era más fácil creerse este lío con diplomáticos ingleses que con, digamos, murcianos. Discrepo. A estas alturas, el público cree a cualquiera que trabaje para el estado capaz de absolutamente cualquier cosa. Y siempre he pensado que las tramas se tragan mejor si el protagonista se llama, pongamos, Pedro antes que Fred. Por otra parte, el escenario era el que era: el de la sala pequeña del Fernán-Gómez. Lo dicho: misión imposible.

Pues no. Resulta que Inmunidad diplomática adquiere rápidamente la velocidad de crucero, se digiere bien, se olvida uno bastante pronto de hacerse preguntas sobre la posibilidad de que haya asesinos a sueldo de Su Majestad británica dispuestos a sacar la pistola en un piso de Colón un rato antes de pillar el avión para regresar a la corte de San Jaime. Y es divertida, esto es lo fundamental de esta entretenida trama. La verosimilitud descansa completamente en un elenco muy convencido de lo que está haciendo en esos... ¿serán treinta y cinco metros cuadrados?... con el público respirándole en la nuca, y en una dirección televisiva que no se detiene ni un segundo de más en nada que no sea la pura acción y se concentra en seguir adelante contra todo. El famoso pedaleo para que la bici no se caiga. Bien hecho, no debía dejarnos ni un instante para pensar. La escena que menos funciona, por su longitud, es precisamente la que se desarrolla entre el asesino y la jefa de seguridad, en la que se amontonan datos y explicaciones que deberían resumirse: el público ya está metido en harina, y no hace falta darle todos los detalles, ya se preguntarán de camino a casa si el asunto era coherente. Eso pasa tanto en El sueño eterno como en Calderón, y ya ven: obras inmortales.

Fui a verla porque estaba Otegui, para qué les voy a engañar. Siempre lo he visto solvente, y pensé que no se habría apuntado a un desastre. Está tan solvente como siempre y, efectivamente, no era un desastre. Lamenté el poco tiempo que sale Liz Lobato, qué presencia escénica. Sonia Almarcha -la jefa de seguridad- aporta credibilidad, pero es una pena que no se le haya ofrecido la posibilidad de abrir un poco el abanico de registros: apenas se ve un asomo de otra cosa cuando consiente en ayudar al killer, y da la sensación de que hubiera funcionado. Casaseca y Poisón, bien, con físicos clavados a los personajes. 



Pero la que precisa párrafo aparte es Ángela Cremonte, que empieza como si nada y va creciendo hasta la escena final. El suyo es el personaje más rico y el de mayor posibilidades dramáticas, y sabe sacarle partido hasta convertirlo en el mayor atractivo de la función. Función que, probablemente, ganaría en teatro a la italiana. Algo más de anchura para respirar y un poco de lejanía respecto al público que dé lugar al aura de thriller, siempre tan delicada y mucho más difícil de mantener en la distancia corta. Yo creo que es carne de gira, así que es probable que se vea en teatro de ese tipo.
P.J.L. Domínguez

P.S. ¿Quieren oír una coincidencia improbable? Alejandro Casaseca está haciendo a la vez Inmunidad diplomática en el Fernán-Gómez e Inmortalidad cuántica en el Microteatro. ¿Lo de los títulos es una casualidad? Va a parecer una broma en su currículum.