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viernes, 20 de abril de 2018

EUROPA, QUE A SÍ MISMA SE ATORMENTA

Sala: Teatro de la Abadía Autor: Andrés Laguna Directora: Ana Zamora  Intérprete: Juan Meseguer (música: Eva Jornet e Isabel Zamora) Duración: 1.00' 
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)

Juan Meseguer, en fotografía de Diego Conde

Siempre que veo algo así me pregunto si el responsable tiene amigos. Por "algo así" me refiero a un proyecto que, ya sobre el papel, mucho antes del primer ensayo, es evidentemente imposible. Por ejemplo, la versión de Sansegundo de El ángel exterminador que Portillo decidió poner en escena. Ni una Unión Temporal de Empresas entre los diez mejores directores de escena vivos hubiera sido capaz de disimular el tostón. Bueno, siempre hay medios, claro: el texto puede incluirse en off en la banda sonora y hacer una versión bailada.

Hipérboles aparte: ¿tiene amigos Ana Zamora? Veamos. Quién sabe a través de qué procesos, llega a la conclusión de que este discurso que Andrés Laguna pronunció en 1543 en la Universidad de Colonia encierra alguna posibilidad de desarrollo dramatúrgico. Ojito: dramatúrgico, digo. Resulta que el texto del programa de mano dice "sorprendente propuesta dramatúrgica", refiriéndose al acto de 1543, porque, al parecer, la conferencia (que no es otra cosa) se dictó a la luz de las antorchas y en una sala aderezada como para una ceremonia fúnebre. Esto indica ya una confusión entre churras y merinas. Una cosa es que se le diera un aspecto escénico y otra bien distinta lo dramatúrgico. Vamos al grano.

Es verdad que usamos "dramatúrgico" también para referirnos, en sentido extenso, a las cualidades de un texto literario no concebido para ser representado. Ritmo, cómo avanza el desarrollo, cómo se estructura el relato, dónde va el clímax... Basta, que ya me han entendido.  En ese sentido, el tostón de Laguna puede ser valorado "dramatúrgicamente". Vale, valorémoslo. Malo, malo, malo, como una vez me dijo un cirujano. Con todos los defectos de un siglo retórico y ninguna de sus virtudes. Vamos, que cuando lo largó en Colonia lo sorprendente de la propuesta en ningún caso podía estar en lo dramatúrgico sino, si me apuran, en lo escénico. ¿Me estoy poniendo en plan crítico chinche? Lo parece, pero no. Intento llegar a otro sitio. Claro que la palabreja despistada en el programa de mano no tiene, en sí, la menor importancia. Pero es un indicador del despiste mayúsculo, éste sí, "dramatúrgico". Sigamos por partes.

Potencialidad dramatúrgica del texto, cero pelotero. Por cierto, ni específicamente dramatúrgica ni genéricamente literaria ni nada. No pongo en duda que contenga conceptos precursores de la idea moderna de Europa (sobre la que se han escrito ríos de tinta, adoro esta manida imagen), pero no hará falta recordar a estas alturas que la buena literatura no lo es por lo acertado, excelso o precursor de lo que cuenta sino por CÓMO lo cuenta. El trasfondo de la obra de Dostoievski casi enterito se encuentra en toneladas de opúsculos píos de todo pelaje. El de la de Hugo en quintales de manifiestos sociales y políticos. El de ambos, en artículos filantrópicos publicados durante decenios en toda Europa que, amontonados, atascarían el Amazonas. Pero ningún bienintencionado autor de todo eso ha pasado a la historia de la literatura. Laguna podrá ser juzgado, por esta conferencia, un precursor del pensamiento político, pero no un gran autor literario. Ni, tanto menos, dramático. En este punto es donde me pregunto si Zamora tiene amigos, muy útiles en ese momento de "voy a poner esto en escena". Respuesta de amigo: "¿¿¿ESTO???"

Siguiente paso. Ya les decía más arriba que la UTE de grandes directores de escena siempre podría dejar un texto en off y bailarlo. En este siglo de literalidad (casi lo opuesto de la retórica del XVI arriba mencionada) comienza a ser oportuno decir que era una exageración irónica. Versión literal (y aburrida): siempre es posible una gran puesta en escena de un texto imposible. Es la famosa y eterna discusión sobre los Oscar al guión y a la película. ¿Hay alguna aportación dramatúrgica que esta puesta en escena sume al texto? Iba a decir "no", pero hay una: se intercalan breves interludios musicales (además de música de fondo) a cargo de dos intérpretes de órgano y diversos instrumentos de viento, que también cantan. No empiecen a hacer chistes, la del viento canta cuando no toca y, dicho sea de paso, es mejor que siga tocando y se abstenga de cantar en lo posible. (Por cierto: me extraña mucho que nadie lo haya observado, para gustos se hicieron los colores, pero esto no es opinable; y es menos de recibo en una compañía que hace gala de la exquisitez musical) En una escala de uno a cien, estos interludios aportan unos cinco puntos al interés dramatúrgico. No crean que es poco, piensen que todo el resto en conjunto no sumará más de diez. También agregan minutos, algo muy importante para los propietarios de la función, como comprenderán en el párrafo siguiente. En resumen, ¿qué añade la puesta en escena al deficiente material original de Europa que a sí misma se atormenta? Un pobre actor que se ha tenido que aprender el texto de memoria; unos compases por aquí y por allá; una túnica, una corona, un sombrero y un par de elementos de utilería; y un panel con proyecciones al fondo. Sí, me han entendido bien, el espectáculo teatral consiste en que nos largan la conferencia prácticamente tal cual, como si fuéramos el auditorio de Colonia. Sin antorchas. El riesgo de que algún espectador prendiera fuego al teatro era demasiado elevado.

No acaba todo aquí. Eso que les he descrito someramente (¿someramente?¿hay algo que yo describa someramente?) dura 48 minutos. Aaay, tenemos un problemilla. Según una regla no escrita pero que llevo decenios constatando, el 99% de lo que hay en el mercado -siempre me molesta la palabreja, pero es útil- dura más de 55. Esta norma tiene un curioso corolario: casi siempre que algo dura entre 55 y 60 minutos, la comunicación pública (o el responsable del teatro, si se le pregunta por teléfono) dice una hora, una hora y cinco o una hora y diez. Si dura hora y cinco, dirá hora y cuarto. Misterios del marketing. Volvamos a lo nuestro. Como el espectáculo ya era un prodigio de entretenimiento, diversión desaforada y jolgorio garantizado, a alguien se le ocurre endilgarnos una introducción histórica LEÍDA por un señor que la lee sin sombra de talento (también para leer hace falta) con una pomposidad digna de mejor causa que la vida y andanzas de Laguna en su carrera de médico en Europa. Repetiré lo que tantas veces les he dicho: el tiempo de cada uno de los espectadores es tan valioso que cederlo en el teatro sólo se justifica si lo que van a ver y oír aporta algo a la lectura realizada en la intimidad de su alcoba, cuando les sale del moño y al ritmo que les apetezca. Nueve minutos de historia minúscula leída en voz alta son una eternidad insufrible. Déjese un papelito en la butaca si tan importante se considera la introducción. Y ya que estamos: desconfíen de cualquier propuesta escénica cuyos responsables crean que la información periférica adicional es de vital importancia. El buen teatro no necesita de nada parecido. ¿Se imaginan una representación de Hamlet precedida por una lectura en voz alta de la biografía de Shakespeare o de un análisis del teatro de su época?

48 + 9 = 57. Así, sí. Superado el mágico listón de los 55 minutos ya es un espectáculo homologable a los estándares en vigor. Les desearía de corazón que esos nueve minutos iniciales hubieran sido un privilegio para los asistentes al estreno, pero me temo que no: salen en créditos.

Sí, siempre exagero. A veces más, a veces menos. Soy un cultivador de la hipérbole, porque me parece que en esta época sobresaturada de estímulos o va uno fuerte o se pierde en esa sopa tibia de las opiniones para salir del paso. Eso tiene un precio: cualquiera puede (porque no le alcanza el cacumen para entender dónde está el meollo y dónde el estilo o porque, interesadamente, le conviene) atribuir a mi mala uva o desaforado tono la opinión que pueda molestarle. Pero me consta que tengo lectores inteligentes que saben que si escribo "habría que colgar por los pulgares a este tipo y dejar que se seque al sol" estoy diciendo que no me gusta lo que hace y no le deseo el menor mal. Para ellos escribo. Pues bien, en los párrafos anteriores no hay la menor exageración voluntaria, o sea: cometida por motivos estilísticos. Si hay alguna, se me habrá escapado porque la pluma (o la tecla) también tiene rutinas. Europa que a sí misma se atormenta, cuyo único acierto es incluir el verbo "atormentar" en el título como pista de lo que le espera al respetable, no es malo en el sentido en el que otros muchísimos espectáculos criticados en este blog eran malos. Es más que eso. Es incomprensible. Procuren tener amigos sinceros que les avisen de los barrizales en los que no hay que meterse. (Anda, mira. Acabo de referirme, sin querer, a lo que yo mismo hago con ustedes: les aviso de dónde no deben meterse).

Les voy a proponer un delicioso ejercicio intelectual. Después de leer esto, vayan a lo de Carlos Herrera Carmona, que califica la misma función que yo vi de "osada y lírica, osada y combativa, osada y didáctica, osada y reivindicativa, osada y tierna". Cuando he pensado que en lo de OSADA estamos de acuerdo me ha dado un ataque de risa de los de carcajada limpia perfectamente solo. Luego lo llama "lección teatralizada o teatro aleccionador", que me parece espantosamente peor que lo mío, casi un insulto.  Luis de Luis Otero dice que es "una de las funciones de la temporada". Sin duda, aunque me temo que pensamos lo mismo por motivos opuestos. También le ha gustado a José Miguel Vila. Ahora que he descubierto este pasatiempo de buscar en quien opina lo contrario el detalle en el que estoy de acuerdo, encuentro que da en el clavo en lo de que el público estaba "absorto y atónito". Así mismo estaba yo. Acabo ya, que la risa no me deja seguir tecleando
P.J.L. Domínguez

Les dejo un extra: los responsables del espectáculo,  explicándolo. En realidad, lo pongo porque soy malo malísimo. Rara vez es capaz el vídeo de transmitir la verdadera esencia del teatro, pero estos fragmentos que han insertado ahí les van a anunciar perfectamente lo que les espera.
          

lunes, 23 de marzo de 2015

SALVATOR ROSA O EL ARTISTA

Sala: Teatro María Guerrero Autor: Francisco Nieva Director: Guillermo Heras Intérpretes: Isabel Ayúcar, Beatriz Bergamín, Alfonso Blanco, Javier Ferrer, Gabriel Garbisu, Carlos Lorenzo, Ángeles Martín, Juan Matute, Juan Meseguer, Nancho Novo, Sergio Reques, Sara Sánchez, José Luis Sendarrubas y Alfonso Vallejo Duración: 2.00'
Información práctica (el enlace no operativo puede significar que no está en cartel)

Juan Matute y Juan Meseguer
Salvator Rosa fue escrita allá por 1988 y ha envejecido mal. Tiene un aire polvoriento a farsa anticuada, a neobarroco abigarrado, a texto-texto-texto inflado, abarrotado de lugares comunes, ideas recibidas y hasta chistes que, no por tomar como objeto de mofa el propio rebuscamiento del lenguaje, lo redimen. Lo que se representa estos días en el Valle-Inclán es

I N S O P O R T A B L E M E N T E  A B U R R I D O

No negaré su valor literario intrínseco. El valor que puede emerger de su lectura, quiero decir. Pero representada es imposible. Tengan en cuenta que la broma dura dos horas. Mi acompañante: "Nunca había tenido tantas ganas de salir de un sitio". 

En suma, que levantar este texto era tarea de titanes y que no se ha logrado. Quizá se podía hacer mejor, pero la responsabilidad de Heras es limitada. Si me apuran, casi les diría que la puesta en escena -de amontonada e invasora escenografía, gesto ampuloso y trazo grueso- es la que la obra demanda. 

Los intérpretes hacen todo lo que pueden para que uno no caiga muerto de su butaca. Estupendos Meseguer (lo tienen en la foto) y su malísima hija (Isabel Ayúcar). Estupendo Carlos Lorenzo (Montgomery Clift en el Cliff de Alberto Conejero) y estupenda Ángeles Martín (que no sé cuántos Nievas lleva estrenados) como rotunda cortesana. Me temo que dos actores como Gabriel Garbisu (que viene de hacer El profe) y Nancho Novo (al que la varita del hada Favor del Público ha tocado en su encarnación del Cavernícola) ven severamente limitadas sus posibilidades con los papeles que les han caído. Masaniello no es más que un monigote alucinado que se arrastra de aquí para allá. Salvator Rosa, una caricatura de brocha gorda del artista egocéntrico pero encantador, canalla pero adorable. Insisto: de brocha gorda. Novo consigue, y no es poco conseguir, que no resulte insufrible.

Lo mejor de la función es, con diferencia, el vestuario de Rosa García Andújar. Es posible que la música de Marco sea excelente, porque así parecen sugerirlo los pocos compases a los que se les permite sonar. Pero entra en ráfagas fugaces que no se sabe ni para qué entran ni por qué salen a los dos segundos. Vaya forma de maltratarla.
P.J.L. Domínguez


Les dejo el enlace a la crítica de Javier Vallejo y a la de Ignacio García Garzón (tengo la sensación, como la tendrán ustedes, de que hemos visto piezas distintas) y a los blogs Desde el patio y Vida en escena, cuyos autores debieron de aburrirse tanto como yo.  Será que somos unos ignorantes. Perdón, iznorantes.