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domingo, 8 de noviembre de 2015

BANGKOK

Sala: Teatro María Guerrero Autor y director: Antonio Morcillo Intérpretes: Fernando Sansegundo y Dafnis Balduz Duración: 1.10'
Información práctica (el enlace no operativo puede significar que no está en cartel)




Resumen: prescindible. Ni va ni viene ni por el camino nos entretiene.

Desde luego, no todo el mundo ha opinado lo mismo. Hay quien afirma que la pieza "tensiona las vísceras del espectador", y les dejo también el enlace a opiniones de espectadores muy mayoritariamente positivas.

Aunque la facultad de juzgar si un texto es apto para la escena no es propia de seres humanos, sino de ángeles -como decía Gaudí de la percepción espacial- los críticos nos caracterizamos por opinar de todo hasta debajo del agua y, a la salida, me permití decirle a A. que el texto, que representado no va a ninguna parte, probablemente tiene su gracia leído. Entre el Pinto del realismo y el Valdemoro de lo onírico, con referencias cruzadas bien plantadas por aquí y por allá... Lastrado, desde luego, por las irrupciones tediosamente explícitas de la actualidad sociopolítica (ha habido una comparación posible, e ilustrativa, en la reposición este fin de semana de Los nadadores nocturno, ya les contaré). Busco informacion y, efectivamente, se llevó el premio SGAE 2013. Saben que me fío poco o nada de los premios, pero, en esta ocasión, a lo mejor yo también se lo hubiera dado. Pero escenificado no funciona. No me atrevo a decir que no lo haría con otra puesta en escena, pero tengo serias dudas.

Por cierto: ¿ha señalado alguien el parentesco con Cosmética del enemigo?

Sansegundo es un actor siempre eficaz (y un autor interesante). No me pareció muy bien dirigido, el efecto sería mayor reservando su capacidad de gesticulación para los momentos explosivos (quizá lo mejor de la función es el exabrupto en el que propone que el país se venda a los chinos). Tampoco nada serio que objetar a Balduz, pero están los dos un poco impostados desde el principio, alguien debería haber encarrilado eso.
P.J.L. Domínguez
          

domingo, 7 de junio de 2015

LA CUMBRE

Sala: Teatro del Arte Autor y director: Fernando Sansegundo Intérpretes: Noelia Benítez y Pepa Gracia Duración: 1.40'
Información práctica (el enlace no operativo puede significar que no está en cartel)


Noelia Benítez y Pepa Gracia
La relación entre María Estuardo, reina de Escocia, e Isabel I de Inglaterra es uno de esos nodos de la historia que, en algún momento, dejaron de ser anécdota para simbolizar una categoría. Como el asesinato de Julio César. Se siguen creando: es posible que le ocurra lo mismo a Diana de Gales en cuanto el tiempo descascarille la pátina de tele y prensa basura que lleva adherida. Imaginen dentro de un par de siglos esta historia de la princesa de la mirada velada ignorada por el malvado -y feo- heredero. Parece un cuento de Perrault.

Grabado de la época sobre la decapitación de María. Huy, spoiler.
Si la esencia del conflicto de Diana es la del amor de una ingenua muchacha por un cínico que la desprecia, en el caso de las reinas primas el nudo está en "no quiero matarte, pero si no lo hago me arriesgo a que me mates tú". La teoría de juegos ha explorado estas situaciones, la más conocida de las cuales se llama dilema del prisionero. O sea, en el fondo de esta rivalidad histórica se esconden nada menos que los pares colaboración/competición, confianza/desconfianza. Ambas hubieran ganado con la opción de la confianza: en estabilidad política, en tranquilidad personal. Por no decir que María hubiera salvado la vida e Isabel la conciencia. Pero era todo extremamente complicado: ellas dos no eran más que los vértices de complejísimos entramados de intereses territoriales, dinásticos, religiosos... Con su pan se lo coman los que opten a semejantes concentraciones de poder. Estoy viendo estos días la tercera temporada de House of cards y no dejo de preguntarme cómo puede haber quien quiera ser presidente de los EE.UU. Un tipo al que sacan de la cama de madrugada para que intervenga en quién sabe qué entuerto y decida sobre la vida y la muerte de perfectos desconocidos. Prefiero trabajar en una churrería.

La versión de Abel de Pujol
Alexandre-Denis. Me pirra el historicismo.
A los que preferimos trabajar en una churrería nos parece que habría que suplicar a la gente que aceptara ser rey de Escocia (serlo entonces, ser rey ahora es como ser relaciones públicas de Pachá, pero a lo grande; véase El discurso del rey) o presidente de los Estados Unidos. El corolario parece simple: los que buscan esas ubicaciones no son como nosotros. Pero no es exactamente cierto, son lo peor de nosotros mismos. En el caso que nos ocupa, tanta ambicion, tanta falta de escrúpulos, el aura de la realeza y la relación de familia... Todo parece diseñado para fascinar. Por cierto: no eran exactamente primas. Isabel era nieta de Enrique VII (el padre de Enrique VIII, aquel simpático muchacho) y María bisnieta del mismo. La primera era tía-prima de la segunda. Le cortó la cabeza, sí, pero la venganza de María, como la de Banquo en Macbeth, sería póstuma: fue su descendencia la que ocupó el trono de Inglaterra. Por cierto, ¿saben quién descendía de María Estuardo? La difunta duquesa de Alba y, claro está, sus hijos. Como ven, los siglos pasan y las jerarquías permanecen.


Mary of Scotland, de John Ford. Parte de la corriente de "beatificación" de María
frente a la perversa Isabel.
Fascina María, sí, al menos desde Schiller y Donizetti hasta la Katharine Hepburn de la foto, pasando por la biografía de Stefan Zweig. Maravillosa biografía, digamos de paso. Mentirosa, claro, en la perfecta coherencia que Zweig otorgaba siempre a sus biografiados, pero de lectura apasionante. Fascina todavía lo suficiente como para que La cumbre coincidiera unos días con Ternura negra de Despeyroux en La Zona Kubik. Me la perdí (es jorobadamente complicado organizarse para llegar hasta allá), pero vean la sinopsis: Un autor y director de teatro obsesionado con la figura de María Estuardo se instala en una tienda de campaña junto al castillo de Tutbury, donde la reina pasó gran parte de su cautiverio. Pretende comunicarse con el fantasma de la trágica y última reina de Escocia. Helado en el interior de su tienda de campaña, el autor se dirige a través de Skype a una actriz y a un actor que ensayan en una buhardilla destartalada y con goteras. No es un asunto fácil, pero se complica todavía más cuando el autor decide colarse en una habitación del castillo que ha sido clausurada por su alarmante grado de actividad paranormal. Las cosas más inesperadas pueden pasar en una sesión de espiritismo a través de Skype. Mola, ¿eh? A ver si la reponen.

* ^ * ^ *

La cumbre está lejos de esos meandros de sabor mágico del mundo Haribo, estooo.. perdón, del mundo Despeyroux. A su lado, esto es realismo puro y duro. Sansegundo ha trasladado a las reinas a nuestro tiempo convirtiéndolas en las cabezas (huy, qué palabra más inconveniente en este contexto) de dos gigantescas corporaciones (con cierta coña marinera en las denominaciones, que lamentablemente he olvidado). Hubiera dado exactamente igual dejarlas en su época, pero tampoco están desubicadas en la nuestra.

La función me pareció un plomo prácticamente durante toda su primera mitad. Hubiera jurado que, llegada a ese punto, no hay ninguna que remonte. Lo hubiera jurado, porque no recordaba Incendies de Mouawad, que acabo de recordar, y que me parece el ejemplo perfecto de una función en la que uno tiene que invertir una cantidad extraordinaria de tiempo antes de empezar a recibir los réditos, aunque éstos son después igual de extraordinarios. Una inversión a largo plazo con altísima remuneración final. (¿No les gusta "réditos"? Mi abuela decía siempre eso para decir "intereses"). 

Pues bien, La cumbre remonta. Tampoco estoy muy seguro de por qué le cuesta tanto. Con todas las salvedades de tener que juzgar tras una única sesión, me parece que el texto funciona. Funciona, por ejemplo, mejor que el plomo de La sesión final de Freud, que comparte género con ésta (personajes-históricos-en-habitación-cerrada) y ha sido un éxito mundial. Con todas las salvedades -insisto- creo que es un problema de dirección e interpretación. Quizá la dirección no se sale de lo esperable porque quería plantear un duelo interpretativo de gran intensidad eliminando otras distracciones. Quizá las intérpretes no alcanzan a tiempo esa intensidad. Quizá. No hay fuelle, no hay garra durante un buen rato. Y, sin embargo, de pronto el conflicto adquiere relieve y, para bien de todos, interesa. Me gustó más Pepa Gracia, que grita de miedo. No crean que es fácil, los gritos en escena parecen impostados (y lo son) casi siempre. 
P.J.L. Domínguez
          

viernes, 26 de septiembre de 2014

DONDE HAY AGRAVIOS NO HAY CELOS

Sala: Teatro Pavón Autor: Francisco de Rojas Zorrilla (versión de Fernando Sansegundo) Director: Helena Pimenta Intérpretes: David Lorente, Jesús Noguero, Óscar Zafra, Rafa Castejón, Marta Poveda, Clara Sanchis, Fernando Sansegundo, Natalia Millán y Mónica Buiza (acordeonista: Vadzim Yukhnevich) Duración: 1.50' 
Información práctica (el enlace a un callejón sin salida puede significar que la función ya no está en cartel)


Marta Poveda y Clara Sanchis.
Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:

Donde hay agravios no hay celos maravilla desde hace cuatro siglos a todo el que la ve. Maravilla su impecable construcción cómica, la complejidad de sentimientos y reacciones que la rebuscada situación provoca, el tino con que esa complejidad se subraya mediante los apartes en los que los personajes glosan cada uno su propia circunstancia, sucediéndose las intervenciones en ráfagas que apabullan al espectador con ritmo de ametralladora. Y no sólo. Maravilla hoy en día la evidente rechifla con que se trata cuestión tan elevada como el honor. Maravilla también, y esto en sentido opuesto, la naturalidad con la que se integra en la trama la espantosa condición femenina de la época: a nadie extraña que Don Juan pueda matar a su hermana deshonrada.


    Creo que como mejor se sostiene el texto es virando hacia la farsa. Así lo hizo Liuba Cid hace un año con excelente resultado. También Pimenta se acerca, aunque yo diría que no lo suficiente. Algún personaje está extremamente estilizado (Doña Inés) y alguno en el opuesto extremo de la contención (Don Lope). No acaba de perfilarse un estilo interpretativo coherente, pero eso no impide que sea una función en la que haya mucho que disfrutar. Como los monólogos de Natalia Millán y Marta Poveda, o la escena entre Lorente y Sansegundo, de altísimo vuelo.  


Y lo que no cabía allí:

1.- El intercambio entre los de arriba y los de abajo es tan constante en la historia de la ficción que es relativamente frecuente que coincida en la cartera más de un relato de esas características. Acabamos de ver Medida por medida (con el duque disfrazado de fraile) y llegará dentro de nada (cuento los minutos) El juego del amor y del azar de Marivaux que ha dirigido Flotats. El recurso sigue siendo efectivo hoy, pero imaginen la potencia que debía de tener cuando los seres humanos eran incluso jurídicamente distintos desde la cuna. Este juego del disfraz en Donde hay agravios no hay celos tiene numerosísimos parientes en nuestro Siglo de Oro, pero se me antoja que en Rojas Zorrilla adopta un tipo de frivolidad galante que anuncia el XVIII, y que quizá de ahí derive, en parte, la gran fortuna internacional de la obra. Espero que ningún catedrático de historia del teatro lea estos disparates, pero me gustaría verla alguna vez ambientada en Versalles, con peinados a la Pompadour, chorreras, frufrú y reverencias. A la espera de eso, el elenco que canta y baila le da cierto oxígeno a esta versión, y el acordeón en directo es un acierto que me recuerda a Vasco.

2.- Eso que decía yo del abanico de estilos intepretativos (desde la estilización de Sanchis hasta la contención de Castejón) lo ha dicho también García Garzón, casi con las mismas palabras. Que dos tipos tan distintos (él es mejor) digamos lo mismo parece corroborar que Pimenta, por una vez, no tenía claro el tono que quería dar a la función. Lo de Sanchis podría haber funcionado si todo el mundo estuviera ahí, pero la dejan sola en ese lugar y terminan sobrando buena parte de los mohínes. El Sancho de David Lorente, en el registro clásico del gracioso, terminó cargándome un poco, aunque todo el mundo lo ha puesto bien. Y está, desde luego, estupendo en la escena mencionada con Fernando Sansegundo, que todo lo hace bien, siempre. Aunque en un papel breve, Óscar Zafra las coloca todas. El protagonista, Noguero, bien sin alharacas.

3.- Pero las que se llevan la función de calle son Marta Poveda y Natalia Millán. Poveda está toda la función en un punto medio entre Sanchis y Castejón que bien hubiera podido ser el tono general: subidito, intenso, cómico, pero sin convertirlo en el gran festival del aspaviento. El monólogo en el que cuenta cómo le gustan los hombres es antológico. Ya nos dimos cuenta todos en La vida es sueño de que esta mujer pisa fuerte. Natalia Millán se queda con el respetable desde que cuenta lo que la ha llevado a esa casa: tiene una gesticulación efectiva y una vis cómica soterrada y discreta. 

Aquí abajo les dejo una foto de la versión de Mephisto Teatro dirigida por Liuba Cid que menciono en la crítica en papel. Me jorobó bastante perderme El burgués gentilhombre que han hecho este verano. 


 P.J.L. Domínguez

           

miércoles, 9 de octubre de 2013

LA VERDAD SOSPECHOSA

Sala: Teatro Pavón Autor: Juan Ruiz de Alarcón (versión de Ignacio García May) Director: Helena Pimenta Intérpretes: Fernando Sansegundo, Joaquín Notario, Rafa Castejón, Juan Meseguer, Marta Poveda, Nuria Gallardo, Pepa Pedroche, David Lorente, Pedro Almagro, Juanma Navas, Óscar Zafra, Alberto Gómez, Anabel Maurín y Mónica Buiza Duración: 1.55' 
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)


Algo aprecian en la foto de la escenografía de Andújar.

Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:


  Helena Pimenta, y casi todo el elenco de La verdad sospechosa, vienen del monumental éxito de La vida es sueño. Semejantes fiestas provocan a veces tremendas resacas, aunque sólo sea porque debe de resultar terrible sentir la exigencia del público después de rozar el cielo. 

Pues bien, nadie ha perdido el pulso. “Calderón, aprobado; vamos con el siguiente”, parece haber sido la actitud. Y Pimenta ha aplicado a Ruiz de Alarcón, como antes al otro, en primerísimo lugar el arte de descifrar. Sale uno, otra vez, con la sensación de no haber asistido a una simple representación, sino a una nueva revelación del texto. Se las ha arreglado, con la colaboración de García May, para asainetearlo por una parte –deliciosas escenas de los embustes del protagonista o de Jacinta pidiendo casamiento a gritos-, pero también, paradójicamente, para resaltar su fondo de comedia amarga. 

Decisiva también la escenografía de Andújar: aporta riqueza espacial y, pueden ser figuraciones mías, una cierta brisa de desesperación. Los intérpretes están en un punto altísimo de su integración en la compañía. Sin espacio para todos, mencionaré a Sansegundo (ya fue un magnífico Clotario), al simpar Notario y a Poveda, tan rotunda Rosaura entonces como desorientada Jacinta ahora. Castejón, Lorente… no hay puntada sin hilo.
P.J.L. Domínguez