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martes, 22 de mayo de 2018

LOS MARIACHIS

Sala: Teatros del Canal Autor y director: Pablo Remón Intérpretes: Luis Bermejo, Israel Elejalde, Francisco Reyes y Emilio Tomé Duración: 1.25'
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)


Elejalde, Tomé, Reyes y Bermejo

Remón ha tenido una trayectoria interesantísima, con clímax en Barbados, etcétera. Si no les da pereza, salten un momento al enlace para leerse al menos la primera parte. Fue un éxito rotundo de crítica y público que tuvieron que reponer en el Pavón. Estrenó después, en el mismo teatro, El tratamiento, una de esos títulos que no mencioné en los meses de blog congelado. Interesante también, armada, con algo más de humor que el habitual espolvoreado aquí y allá... notablemente distinta de sus propuestas anteriores. Desplazada -en un imaginario continuo que fuera de la vanguardia rabiosa hasta Arturo Fernández- unos consistentes centímetros más hacia lo comercial. (Disculpen que despache el asunto en plan caricatura, pero encontrar una terminología más adecuada es fatigosísimo) Esto no es, a priori, ningún demérito. En lo que me concierne, aprecio muchísimo los productos (y perdón también por esta palabreja) que se sitúan en la tierra media y que lo mismo puede ver un moderno que un aficionado al teatro tradicional. Pospinteriano llamé alguna vez a Remón -ya saben que a un crítico le gusta más una etiqueta que un plato de croquetas de bacalao- y El tratamiento es cualquier cosa menos pospinteriano. 

Sin embargo, y al margen de ese deslizamiento de género, El tratamiento no estaba a la altura de sus obras anteriores. Me dio la sensación -y no sólo a mí, recibí varios comentarios parecidos- de que a su autor se le había atragantado un poco la abundancia de medios. No vayan a imaginar que aquello era Las Vegas, pero frente a sus trabajos precedentes -montados siempre con una austeridad extrema y pocos intérpretes- había allí mucha gente, mucho escenario, mucha producción. Tampoco quiero dejarles la sensación de que fuera una pieza fallida, los intérpretes estaban muy bien (descubrí a Ana Alonso, a la que no supe apreciar en La abducción de Luis Guzmán), la historia está narrada con talento estructural... Lo que ocurre es que cuando se es bueno, no siempre es fácil estar a la altura de uno mismo.

Los mariachis cuadran más con su producción anterior. Sobre todo su primera mitad, más de atmósfera que de progresión narrativa. Porque, soltemos cuanto antes el rasgo más marcado, la estructura A-B es evidente. Tomé, Reyes y Bermejo están muertos de asco en un pueblo diseñado para morirse de asco, recocidos en su propia salsa de fracasos de pareja, fracasos económicos y consumo de drogas durante las conversaciones domésticas, con el dudoso horizonte de las ilusiones colocadas en... ¡las próximas fiestas patronales! Desolador. Después, mucho después, llega la trama: Elejalde, una aparición espectral que arrastra su fracaso galáctico como político corrupto. Lo han pillado. La primera mitad funciona como el mejor Remón, la segunda se empantana hasta el punto de obligar a mirar el reloj.

Ello no obsta para que los cuatro intérpretes estén fantásticos. Puede parecer incongruente con lo que acabo de decir, pero es de lo mejorcito que le he visto a Elejalde, que ya es decir. Alguien escribía que Bermejo está a la altura de El minuto del payaso, que ya es decir. Y Reyes y Tomé consiguen siempre que uno no sepa decir dónde terminan ellos y dónde empiezan los personajes, que ya es decir. De Reyes aún no he colgado La autora de las Meninas, imperdonable.

Lo de Boromello empieza a ser un fenómeno paranormal, no falla una.

Ah, una cosa más. Siempre me queda la duda de si el lector percibe la sutil diferencia entre poner algo a caldo y señalar las deficiencias de un montaje, que aunque en conjunto pueda considerarse fallido, no carece de interés. No por las limitaciones del lector, sino por las mías. Por si acaso, lo voy a decir con todas las letras: Los mariachis está muy lejos de ser un desastre.
P.J.L. Domínguez
          

martes, 18 de julio de 2017

BARBADOS, ETCÉTERA

Sala: Teatro Pavón Kamikaze Autor y director: Pablo Remón Intérpretes: Fernanda Orazi y  Emilio Tomé Duración: 55' (creo recordar, pero hace más de un mes que la vi y no tomé nota)
(la función ya no está en cartel)

No encuentro fotos de la función. Ésta es la que más idea da del aspecto escenográfico.

Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:

Remón, que llegaba del cine, avanza con cada título en el camino de contruirse una voz muy personal en el teatro. La abducción de Luis Guzmán y 40 años de paz (no sé si Muladar se ha montado) ya mostraban la capacidad de crear mundos coherentes a base de alusiones, una ligereza engañosa, Pinter al fondo. También metáforas inesperadas y arranques líricos sin apariencia de artificio. Barbados etcétera está constituida por tres fragmentos breves cuya coherencia estilística termina por armar una pieza compacta. Su autor ha llegado a un estilo sugerente, de gran potencia expresiva, en el que conviven el humor y el vuelo poético. Ecos de construcción pospinteriana, estructura de (falso) taller de improvisación, las mismas parejas que podría observar Rodrigo García desde otro lugar, con una radical diferencia: hay compasión en la mirada.
También ha avanzado Remón en la dirección y logra aquí un acabado de teatro de cámara que roza la exquisitez. No menor el avance de Emilio Tomé desde que lo vi en La abducción hace dos años. Es ahora antagonista de talla suficiente para no quedar oscurecido por el fulgor ininterrumpido de Fernanda Orazi que, quién sabe cómo, ostenta naturalidad hasta cuando se mueve de forma casi bailada. Lo de esta mujer es prodigioso.


Y alguna cosilla que no cabía allí:

1.- Si se la perdieron, no se preocupen. Está reprogramada para octubre de este año. Cuanto más tiempo pasa, más gana en mi recuerdo, y es conveniente tener a Remón controlado, lleva una trayectoria muy interesante. [También a su hermano Daniel, con el que ganó el Lope de Vega en 2014 por Muladar y que ha ganado en 2017 el Calderón en solitario por El diablo] Tanto el texto como la dirección de Barbados suponen un experimento orientado a lo esencial, una apuesta por prescindir de lo superfluo que le ha salido bien a un autor que ya mostraba un cierto carácter ahorrador en sus dos primeros montajes. Ahí arriba tienen una foto de la escenografía que refleja a las claras esta intención de limitar los recursos puestos en juego al mínimo de los mínimos. Quizá el único elemento que escapa a estas tijeras radicales es el movimiento corporal de Orazi, que durante sus parlamentos mueve los brazos -y creo recordar que también el torso en cierta medida- de manera antinatural, en contraste con el naturalismo con que se larga el texto. El resultado es impecable. El entorno destaca ese efecto como en las joyerías de lujo: se coloca el diamante privilegiado sobre un terciopelo negro y un ambiente de media luz.

Ojo, no vayan a deducir que el ahorro es mejor que el derroche. Esto va en gustos, y ambas cosas se pueden hacer bien o mal. Barbados es un excelente ejemplo de ahorro, como The great tamer es un pésimo ejemplo de derroche. Pero hay contraejemplos para todo. El éxtasis de los insaciables derrochaba a maravilla y Un obús en el corazón aburría con el ahorro. Por poner sólo ejemplos recientes. Quizá la única generalización que puede hacerse en este asunto es que, a mayor abundancia de recursos, más gordo puede ser el batacazo (lo siento, pero no puedo dejar de citar otra vez El último jinete, una cosa tan fastuosa, tan desaforada y tan horrorosa, que la recuerdo como uno de los mejores ratos de teatro de mi vida; ayer aprendí que a esto se le llama ser metafán). Mientras que un planteamiento comedido a lo más que llega -en negativo- es al sopor.

2.- Digo arriba que la pieza está estructurada como un falso taller de improvisación. Las acotaciones que centran cada situación las hacen los mismos interpretes, a la manera de los niños que cuando juegan dicen "yo era el astronauta y llegaba con mi nave espacial para rescatarte del planeta en el que estabas". Van contándose mutuamente dónde están y quiénes son. El tono que han conseguido hace que fluyan indiferentemente estos comentarios al margen de la acción -que son muy numerosos- y el diálogo dramático. El peligro era la ortopedia, una exhibición descarnada de un procedimiento alternativo (ay las palabras, vanguardista ya queda catetil) que alejaría sin remedio del fondo emocional de la cosa. Porque hay mucha emoción en todo esto, mucha empatía con esas dificultades crónicas para amar que nos dejan contracturas en el alma. Decía en la crítica en papel que estas parejas podrían ser exactamente las mismas que aparecen en los textos de Rodrigo García (aún les debo el comentario a Humain trop humain, un desastre), pero donde García es invariablemente despiadado, Remón mira con piedad.


3.- No voy a desvelar a nadie a estas alturas que Fernanda Orazi es una actriz de tomo y lomo. Infrautilizada, como tantos actores y actrices de talento a los que no  más que de ciento en viento. Por la simple razón de que no hay teatro suficiente para tantos. Lo que hace aquí pasa liviano, dando la falsa sensación de facilidad que dan las cosas hechas con virtuosismo. Pero era misión poco menos que imposible. Esta mujer dice todo esta zarzuela de diálogos y acotaciones moviéndose de tal manera que busqué en el programa el crédito del coreógrafo (Que no está, eñ movimiento debe de ser de su cosecha o fruto del trabajo creativo del conjunto de la compañía La Abducción que, al parecer, ha dado como resultado la pieza. Un buen resultado tras un proceso de este tipo es infrecuente). Quiero decir con esto que se mueve tanto que hay momentos en los que prácticamente podríamos llamarlo danza. 

Lo de Orazi no es sorpresa, pero lo de Tomé, sí. Los dos papeles en los que lo había visto (las dos piezas de Remón citadas arriba del todo) eran de personajes peculiares: el primero un disminuido síquico, el segundo un carácter en la frontera de la normalidad (sea eso lo que sea). Los sacaba adelante con acierto, pero uno no termina de juzgar bien a un actor hasta que no lo ve hacer de alguien normal (sea otra vez lo que sea eso). No derrocha un gesto, apenas si tiene una inflexión de voz más marcada que otra, y no le hace ninguna falta. Otro al que habrá que seguir la pista. Que él esté en esta postura de señor de traje gris mientras Orazi se mueve, y que ambas actitudes casen, es mérito tanto de ellos como de Remón.
P.J.L. Domínguez
          

miércoles, 4 de marzo de 2015

LA ABDUCCIÓN DE LUIS GUZMÁN

Sala: Teatro Lara Autor y director: Pablo Remón Intérpretes: Ana Alonso, Francisco Reyes y Emilio Tomé Duración: 1.05'
(La función ya no está en cartel)



Coincidencias: recordarán que comentábamos que Como si pasara un tren (que, por cierto, resucita en el Español) y Luciérnagas tenían un cierto parentesco. Dos personajes, uno de ellos discapacitado psíquico. Un tercer personaje que llega desde el mundo exterior. Pues repetimos. ¿Cuál era la probabilidad de que, en pocos meses, aparecieran en Madrid tres historias con este mismo esquema? Fenómenos extraños.

Resumen: texto 1, dirección 0. 

El texto tiene bastante gracia. La idea es buena, el desarrollo es bueno. Transita largo tiempo, y sin perder el camino, por los terrenos de la indefinición, con meandros pinterianos en algún momento. Es precisamente el momento más pinteriano, el de la llegada de ella, el que más necesitaría algo de lija. Ya saben, la indeterminación, la niebla pinteriana, es algo muy sutil, si cae en el absurdo patente el equilibrio se va al garete, y alguna de las réplicas entre ambos cuñados chirría un poco. De acuerdo, hay que prolongar esa situación en la puerta, hay que soslayar el realismo, pero cabe afinar. En cualquier caso, el texto se defiende bien. 

La dirección, no. La cosa se va demasiado a menudo hacia abajo, pierde aliento. No es que no se puedan mantener los silencios, es que deben estar cargados de lo que ha pasado y de lo que puede pasar, y aquí son, con frecuencia, simples pausas. Probablemente, cabía explotar mejor a los actores. 


No conocía a ninguno de los tres y no me atrevo a emitir juicios muy tajantes, pero parecen solventes. Emilio Tomé... ¿es, ahora que caigo, el performer? Hubo una etapa de mi vida en que no me perdía performance que alentara cerca, pero la dedicación a la crítica me ha alejado de esas formas. Sí, es él, como se desprende de esta página que acabo de encontrar. En cualquier caso, ha centrado bien un papel de aristas difíciles: un disminuido síquico que debe hablar con convicción de sus obsesiones incluso cuando chocan con la evidencia, saltar a otro asunto si la contradicción es excesiva, callar si se la explican, pero todo sin parecer un chiflado peligroso o el tonto-del-pueblo arquetípico. Está tan convincente que me pregunto si no se habrá fijado en un modelo real. Francisco Reyes debe de estar harto de oír que tiene un físico que impone, pero es así: es altísimo y sabe poner unas caras de piedra pómez de notable efecto. Está bien elegido para encarnar a este tipo con una cierta costumbre de esconder(se) las cosas. No obstante, parece tener tendencia a perder revoluciones, cosa que la dirección no compensa o, quizá, provoca: no sé si la función se lo lleva a él hacia abajo o es al revés. Lo que deberían ser densos silencios son silencios a secas. Falta tensión.

Ana Alonso tiene el personaje más normal ("normal" debe de ser una de las palabras más prostituidas del diccionario) y un enfoque más natural. Yo diría que es una actriz capaz, pero no emite en la misma onda que los otros dos. De hecho, hay tres emisoras transmitiendo a la vez en longitudes distintas, y eso dificulta extraordinariamente, como les decía, juzgar a los intérpretes pero, sobre todo, armar algo coherente. Lo dicho: un buen texto que ganaría muchísimo con una dirección más centrada.
P.J.L. Domínguez