Sala: Teatro Español Autor: Jean-Claude Grumberg (versión de Mauro Armiño) Director: Josep Maria Flotats Intérpretes: Josep Maria Flotats y Arnau Puig Duración: 1.20'
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)
¿Saben cuál es mi primer recuerdo de Josep Maria Flotats? Agárrense. Los visitantes, una serie francesa de extraterrestres de 1980. Me entero aquí de que la emitió TVE en 1981, los lunes de cuatro a cinco. ¿Qué hacía yo frente el televisor? ¿Quizá sólo vi unos minutos y mi memoria, ese mecanismo traidor, ha agigantado el recuerdo? Además, creo ver gente vestida de negro con pollos de cuello alto, típicos de la ciencia ficción de la época, que corre de un lado para otro. Incluso veo a Flotats así vestido y huyendo de algo, y me parece que el recuerdo no se corresponde con la realidad. ¿Lo mezclo con otra cosa más antigua? ¿Fahrenheit 451 de Truffaut? Quién sabe. PArece que cuanto mayor se hace uno, más le va preocupando la dichosa búsqueda del tiempo perdido. Aquí les dejo una madalena para invocar a Proust, a ver si nos echa una mano.
El caso es que cuando Proust y yo nos despertamos, Flotats ya estaba allí. Es su prehistoria en Francia. Después llegaría el regreso a Barcelona -envuelto en una merecida aura de éxito extrafronterizo, algo mucho más relevante entonces que ahora- y, entre otras muchas cosas, la creación del Teatre Nacional de Catalunya. Es un actor formidable, sin fisuras, una máquina implacable de interpretar.
Sus elecciones como director son claras: tiende a los textos sutiles, de grano fino, a la elucubración intelectual y/o el humor: La cena, La conversación de Descartes con Pascal joven, El juego del amor y del azar, La verdad... Esta vez, yo diría que el grano es tan fino que se escurre entre los dedos para no dejar, a fin de cuentas, casi nada. Serlo o no - Para acabar con la cuestión judía es apenas una sucesión de chistes largos que ponen de manifiesto lo absurdo de los prejuicios raciales. Sí, una cosilla agradable, pero nada más. Jean-Claude Grumberg es un indiscutible, pero esto está muy lejos de ser su obra más brillante.
No creo que se pueda plantear mejor que como lo ha hecho Flotats, una puesta en escena limpia en la que sólo cuenta el texto. Aunque siempre caben matices, claro está. Veo por ahí algún vídeo de la versión original, y Arditi (un tipo que lo hace todo en Francia) le da al protagonista un aire más bonachón y, sobre todo, más implicado en lo que está ocurriendo, a diferencia de la elegante distancia que pone Flotats. Eso da más carcajada, la especialidad de Arditi (creo que lo mencionaremos otra vez en la crítica de La mentira a cuenta de más o menos carcajadas). Flotats es más de la sonrisa por dentro (me refiero tanto a la sonrisa por dentro del personaje como a la que va por dentro del espectador). Arnau Puig le aguanta perfectamente el tirón (y es mucho tirón). Pero el texto no hay quien lo estire más allá de lo que da, se queda en poco. Alguien ha percibido esa pequeñez y le ha añadido una propina. Por más que busco, no encuentro rastro de que existiera también en el original, así que supongo que ha sido Flotats.
Pasada la horita justa que dura este sainete chic, y una vez que el público ya ha aplaudido, Flotats se aproxima al proscenio para encarnar a Grumberg y contarnos algunas cosas sobre su vida. Si alguien podía considerar que lo recibido a cambio del precio de la entrada se quedaba un poco corto, aquí sus argumentos decaen. Los veinte minutos de monólogo que Flotats se casca como si pasara por allí no tienen precio. Es, con diferencia, lo mejor de la noche: una lección de interpretación que, si no viviera como vivo, iría a ver otra vez.
El caso es que cuando Proust y yo nos despertamos, Flotats ya estaba allí. Es su prehistoria en Francia. Después llegaría el regreso a Barcelona -envuelto en una merecida aura de éxito extrafronterizo, algo mucho más relevante entonces que ahora- y, entre otras muchas cosas, la creación del Teatre Nacional de Catalunya. Es un actor formidable, sin fisuras, una máquina implacable de interpretar.
Sus elecciones como director son claras: tiende a los textos sutiles, de grano fino, a la elucubración intelectual y/o el humor: La cena, La conversación de Descartes con Pascal joven, El juego del amor y del azar, La verdad... Esta vez, yo diría que el grano es tan fino que se escurre entre los dedos para no dejar, a fin de cuentas, casi nada. Serlo o no - Para acabar con la cuestión judía es apenas una sucesión de chistes largos que ponen de manifiesto lo absurdo de los prejuicios raciales. Sí, una cosilla agradable, pero nada más. Jean-Claude Grumberg es un indiscutible, pero esto está muy lejos de ser su obra más brillante.
Arnau Puig, estuvo en Stockmann pero me tocó otro elenco. |
Pasada la horita justa que dura este sainete chic, y una vez que el público ya ha aplaudido, Flotats se aproxima al proscenio para encarnar a Grumberg y contarnos algunas cosas sobre su vida. Si alguien podía considerar que lo recibido a cambio del precio de la entrada se quedaba un poco corto, aquí sus argumentos decaen. Los veinte minutos de monólogo que Flotats se casca como si pasara por allí no tienen precio. Es, con diferencia, lo mejor de la noche: una lección de interpretación que, si no viviera como vivo, iría a ver otra vez.
P.J.L. Domínguez
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