miércoles, 5 de octubre de 2016

LA VIUDA ALEGRE

Sala: Teatros del Canal Autores: Victor Léon y Leo Stein / Franz Lehár (versión de Enrique Viana) Director de escena: Emilio Sagi Director musical: Jordi López Intérpretes: Natalia Millán, Antonio Torres, Silvia Luchetti, Guido Balzaretti, Iñaki Maruri y David Rubiera Duración: 1.20'
La función ya no está en cartel


Foto: José Mari Martíne
Segunda entrega de las funciones perdidas de la temporada pasada. Ahí va la crítica publicada en la Guía del Ocio:

    Lehár estrenó esta musiquilla pegadiza en 1905 y, aunque fuera el canto de cisne de un mundo al que le quedaba un suspiro, se nos ha quedado bien pegada. Tiene, además, la suerte de que la opereta vienesa se ha cargado de glamur con el tiempo. Al contrario que la zarzuela, que no se sacude la muy injusta acusación de casposa. Cientos de zarzuelas hay con más libreto y más música que La viuda alegre, dicho sea sin restar mérito a la viuda: la combinación de frivolidad, fantasía no se sabe si balcánica o centroeuropea y uniformes austrohungáros funcionará siempre.

    Da de sobra para más chisporroteo, pero el montaje de Sagi se deja ver: lo ha desplazado hacia el musical, alejándolo de la ópera. Se nota en la elección de intérpretes y estilos vocales, y quizá también en el ritmo escénico. La escenografía de Bianco es atractiva, la pareja de la subtrama (Silvia Luchetti, más suelta que en Sonrisas y lágrimas, y Guido Balzaretti, preciosa voz de bonitos quiebros) funciona y, sobre todo, hay una estrella. Nuestra industria del espectáculo produce pocas de ésas que unen al talento una indefinible aura de encanto: Natalia Millán es, una vez más, alma y centro de la función.

Déjenme que les cuente algo, ahora que empieza ya a invadirme la melancolía del otoño. Era yo muy joven, vivía en un estudio de dos plantas con piano de cola y vistas al jardín. No, no he sido millonario, fueron azares de la existencia. Cuando la señora de la limpieza me encontraba sentado ante el teclado, me decía "Dai Francé, suonami La vedova allegra", y yo tocaba el celebérrimo vals mientras Giovanna ponía expresión de arrobo apoyada en la fregona. Sí, estaba viviendo dentro de una ficción, una película al estilo de Gene Kelly o cualquier otra fantasía de -pongamos- americanos en París. Pero era demasiado joven hasta para darme cuenta. ¿Qué será de Giovanna? Benditos recuerdos.

P.J.L. Domínguez

          

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