Sala: Teatro María Guerrero Autor: Alberto Conejero Intérpretes: Daniel Grao y Nacho Sánchez Director: Pablo Messiez Duración: 1.05'
Información práctica (el enlace no operativo puede significar que la función ya no esté en cartel)
Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:
Lorca se
invoca con tal frecuencia como santo patrón de cualquier cosa que otra variación
lorquiana me hubiera asustado, si no fuera porque conocía un par de cosas de
Conejero que me daban esperanzas. El otro firmante, Messiez, se ha afianzado en
poco tiempo como uno de los directores emergentes más apreciados en Madrid.
Sólo tengo
elogios para esta exquisita pieza. El texto es notable: por su fluidez y por su
impecable funcionamiento dramático. Huye de las explicaciones
histórico-didácticas (peste de este género) y de la hagiografía. No evoca a
Lorca como una pesada estatua de bronce, se limita a colocar la peripecia en su
estela. Enorme acierto, que todo lo impregna, el del interlocutor –ingenuo,
bienintencionado, atrapado en la barbarie- que escucha el relato del amante del
poeta. Partiendo de ahí, al autor le ha bastado aferrarse a la naturalidad (la
siempre difícil naturalidad) para construir el relato sobrecogedor de tres
vidas: la acabada, la que termina, la que seguirá.
Primorosa
dirección de detalle, de matiz. Messiez no ha añadido casi nada: un pasodoble
inicial, el cuidado vestuario de Elisa Sanz. Puro teatro de cámara intemporal,
texto e intérpretes. Ambos, superlativos. Grao domina y contiene la fuerza de
su personaje sin aflojar un segundo. Sánchez es un hallazgo. No sé si he visto
alguna vez en un escenario un estupor tan convincente.
Y lo que no cabía allí:
1.- Sí, hay un género hagiográfico insoportablemente lastrado de didáctica e historicismo. La vida de fulano de tal explicada a los niños. Hemos visto algunos ejemplos en los últimos años, pero hoy no estoy en vena de conseguirme unos cuantos comentarios llamándome... ¿cómo era? Absurdo, creo. Y aprenda: siempre que escriba una buena crítica, alguien le dirá que es usted un crítico fantástico y una persona inteligente. Pero si le da por hacerlas negativas, serán legión los que le nieguen el pan y la sal de la inteligencia. Sobre todo si se atreve con algún nombre importante. En fin. El caso es que Conejero ha sabido dejar a Lorca en una nebulosa poética, presente en el amor y la admiración que Rafael le profesa. Desde ahí, otorga profundidad histórica e intelectual al drama que se está desarrollando en una miserable celda.
2.- Le conocía a Conejero dos cosas. Una brevísima, que formaba parte de un Banquete que más vale olvidar y en el que destacaban su aportación y la de Sergio Martínez Vila. La otra, una de las escasísimas que he visto en los últimos años sin darles cuenta en este blog: Cliff (acantilado). Un monólogo en el que Carlos Lorenzo daba vida a Montgomery Clift en La Pensión de las Pulgas. Éste sí, abiertamente biográfico. Bien construido; escrito, me pareció, con la intención de superar el efecto monólogo y la pericia suficiente para conseguirlo. Como sucede a menudo, La piedra oscura ilumina Cliff que, a posteriori, parece mejor. El Centro Dramático Nacional anuncia que la primera se repondrá la temporada que viene (hace días que no queda ni una sola entrada), estaría muy bien que Lorenzo, que la defendía con bravura, repitiera Cliff al mismo tiempo. Si tal cosa ocurre, les recomiendo que las vean seguidas.
3.- Como decía en La Guía, la gran idea de la función es el personaje de Sebastián. También lo ha dicho García Garzón (o algo parecido). Sin embargo, lo único objetable al texto está en sus parlamentos. En algún momento, sus reacciones, los recorridos de sus reflexiones, incluso su vocabulario, no se corresponden con el de un pobre campesino de diecisiete años. "Una licencia", me dirán ustedes. Una licencia, sí, pero en algún momento llama un poco la atención en un contexto acentuadamente realista. No es una objeción mayor, desde luego. Queda compensada, por ejemplo, por la habilidad de la escritura al plantear el modo en que Rafael -que viene de otro planeta intelectual- va revelando a este personaje lo que le ha ocurrido y lo que quiere de él. Ésta es la grandeza del texto, que todo surge espontáneo y como fruto de la necesidad narrativa, sin artificios.
4.- Es verdad que no es presentable, pero no llego a todo. Lo único que le he visto a Messiez es Las plantas. Ni Los ojos ni Los brilantes empeños ni... Encima, la función me pareció un poco tramposa. Pues bien, tenían razón todos lo que decían que Messiez es un gran director. La piedra oscura no puede salir por casualidad. Hay un dominio completo de los tiempos (lo fundamental), de la dirección de actores y del aparato escénico. Esto último, delicadísimo. Ya he mencionado en la crítica en papel a Elisa Sanz, autora de escenografía y vestuario, y hay que citar la iluminación de Paloma Parra. El aspecto visual está tan perfectamente cuidado -espectacular el atrezado del vestuario- y es tan hermoso, que me obliga a mencionar un detalle minúsculo: el tapón de la cantimplora no puede ser de plástico. Es fácil de arreglar: aún las venden de aluminio. También cambiaría la silla por otra más fea. La que está ahora colaría perfectamente en uno de esos bares con wifi, hipsters y extrañas infusiones.
5.- Grao y Sánchez, Sánchez y Grao, tanto monta. Seguramente, leerán elogios más numerosos para el primero, y es lo natural. Es, a priori, el papel fundamental, el actor más experimentado, el protagonista, en una palabra. Y no tengo nada que chistar, no se me ocurre por dónde hubiera podido enfocarse mejor el personaje. Hay que tener narices para simular a dos metros del espectador que acaban de comunicarle a uno que le quedan unas horitas de vida, y que no nos dé la risa. Es obvio decirlo, pero cuando las cosas salen bien estas obviedades se olvidan. Tampoco es ése el mayor mérito de Grao. Como decía, larga toda esta carga dramática, esta concentración de información y emociones condensada en sesenta y cinco minutos con un admirable esfuerzo de mesura, algo que redobla siempre el efecto en el espectador (parece mentira que algo tan elemental se olvide siempre, pero es así). Resultado: estuve en primera fila y oía los sollozos que llegaban desde la filas de atrás. Un trabajo impecable y que no olvidarán quienes lo vean.
Dicho todo esto, me enamoré del personaje de Sebastián. Y Nacho Sánchez está para comérselo. Va de estupor en estupor, de boca abierta en boca abierta... su propia tragedia se superpone a las que le toca contemplar, y ésta es especialmente lejana, especialmente complicada para su elementalidad. Nunca he visto a nadie balbucear mejor.
Se me ha ocurrido la función perfecta para que la protagonizaran juntos, pero como quiero que la monte alguien muy cercano a mí, no se la voy a contar. Lo siento. Permítanme que, de vez en cuando, me reserve algo.
P.J.L. Domínguez
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